El sueño del fin del peronismo
por Claudio Scaletta.
El triunfo de la Alianza Cambiemos a nivel nacional el
domingo pasado renovó uno de los sueños anhelados de las elites locales más
rancias, el siempre anunciado “fin del peronismo”, un clásico nacido en 1955
que, en el presente, cuando los opoficialismos “dadores de gobernabilidad”
fueron vapuleados en las urnas, quedó expresado en la derrota relativa de
Cristina Kirchner. La tercera elección consecutiva ganada por las fuerzas
conservadoras, con prescindencia de los buenos números obtenidos en algunos distritos
por la actual oposición, refrescaron la ilusión. En el ámbito de las empresas y
en la city ya descuentan que el macrismo llegó para quedarse al menos durante
los próximos seis años y que el modelo económico seguirá funcionando porque la
entrada de capitales no se cortará en el mediano plazo. Los funcionarios más
optimistas creen incluso que la deuda podría ser parcialmente reemplazada por
un renovado flujo inversor, ahora presuntamente liberado del temor al “regreso
del populismo”. Se sostiene que la “insustenabilidad estructural del modelo” es
sólo un deseo de la oposición, una renovada versión del catastrofismo al estilo
de “2001 y helicóptero”, una visión que, en realidad, es una caricatura que
pertenece al micromundo de las redes sociales, pero no el vaticinio de ningún
economista.
En rigor, el neoliberalismo es insustentable en un sentido
muy preciso. En el pasado, como vuelve a hacerlo en el presente, alteró la
distribución del ingreso, desarticuló la estructura productiva y abortó un
proceso de desarrollo, pero se extendió durante un cuarto de siglo, de 1975 a
2001, con picos en la dictadura militar 76-83 y los ‘90. La “insustentabilidad”
no es un determinismo temporal, sino salirse del camino del desarrollo con
inclusión de las mayorías y optar por el desarrollo dependiente, el del país
dual, un proceso que puede o no, dependiendo siempre de la entrada de capitales
externos, terminar en una crisis de deuda como la de 2001, pero que al mismo
tiempo puede no interferir durante plazos largos en la construcción de una
hegemonía política, es decir en la consolidación de una alianza de clases capaz
de dotar de sentido a la realidad social en la que se desenvuelve.
Así, a pesar de los malos resultados económicos del ajuste,
haber recurrido al empujoncito de la demanda en 2017 sirvió para generar una
falsa sensación de bonanza y ganar la batalla por el sentido. La porción del
electorado que votó a Cambiemos cree que el tropezón de 2016, con caída de la
actividad, altísima inflación y aumento del desempleo, fue la consecuencia indeseada
de arreglar los desajustes del gobierno saliente, no de las medidas del nuevo,
en tanto el freno de la caída en lo que va de 2017 expresaría que las cosas
comenzaron a mejorar y que una inflación con un piso de 25 puntos es “un
proceso de desinflación”. La esperanza en un futuro mejor fue suficiente para
renovar apoyos y ampliar la base de las PASO. La tesis del engaño al electorado
en 2015 no perdió verdad, pero si vigencia. Como en 1991, en 2017 las reformas
que se esperan no fueron ocultadas a la población, ni siquiera el aumento de
las naftas del mismo lunes 23 o el anuncio del aumento del gas en un 40 por
ciento adicional en los próximos meses. Tampoco fue ocultada la voluntad de la
reforma laboral que ya está en gateras y hasta consensuada con parte de la
dirigencia sindical, ni la renovación de la tutela de los organismos
financieros internacionales, cuyas políticas se siguen incluso fuera del marco
de las ayudas condicionadas clásicas en el pasado. Lo mismo corre para la
reforma previsional, los recortes en ciencia y técnica o el librecomercio
unidireccional, un extraño abrirse al mundo sin que el mundo se abra. La lluvia
de inversiones no se produjo, pero se supone era por el temor al populismo
ahora vencido. El gran riesgo sistémico es que los plazos se acercan al límite.
El modelo de Cambiemos está compelido en los próximos dos años a brindar
resultados concretos que sean perceptibles para el bolsillo de los sectores
medios, reales o aspiracionales, que ansían subirse al carro de los vencedores
mientras miran con desprecio a los excluidos, demandas que podrían antagonizar
con las medidas que buscarán implementarse.
A grandes rasgos, lo que hará el gobierno en materia
económica ya se sabe, sólo restan conocerse los plazos. Saber si el neoliberalismo
que hasta hoy se aplicó sin estridencias bajo el paraguas del “gradualismo”
acelerará su marcha o, como creen los empresarios y los operadores de la city,
desde el pasado lunes comenzó el verdadero gobierno de Cambiamos. En política
las predicciones cerradas presentan siempre un alto riesgo de error, pero
resulta difícil que un gobierno que siempre avanzó auscultando científicamente
las reacciones sociales para afianzar su legitimidad política, la gran
diferencia con la experiencia de la primera Alianza, se deje arrastrar de golpe
por el animal spirit de sus respaldos más enardecidos, entre los que destacan
muchas entidades empresarias, en especial luego de haber consolidado su poder
con el respaldo popular. Entre las primeras líneas del gobierno, el clima es
mucho más tranquilo que en el denominado círculo rojo. Los cambios económicos
obviamente mantendrán la dirección, pero seguramente también su velocidad.
Las reacciones más destempladas no pertenecen al ámbito de
la economía, sino al de la política y el Poder Judicial. El gobierno parece
decidido a avanzar en el peligroso terreno de la criminalización del adversario
y la consecuente degradación de la democracia. Las amenazas de cárcel a
opositores de todo tipo proferidas por legisladores oficialistas desde el mismo
lunes fueron una señal clara. Así como regular el ritmo y la declamación de las
transformaciones económicas le sirvió a Cambiemos para avanzar como una
aplanadora, la estrategia de profundizar el antagonismo con la oposición, de
reforzar la construcción de un enemigo sosteniendo la grieta, le sirvió para su
consolidación política. No hay razones, entonces, para abandonar esta
estrategia. Finalmente se trata de un gobierno también de derecha en lo
político que no dudó en recurrir a la escalada represiva cuando lo creyó
necesario, aun al alto costo de exacerbar los rasgos fascistas, con el caso
Santiago Maldonado como emergente extremo de azuzar y soltarle las riendas a
las fuerzas de seguridad.
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