¿Qué sentido tiene un puente sobre la tierra?, se pregunta el desprevenido al observar la enorme y pesada estructura. Ojos incrédulos lo escrutan desde la ventanilla del tren que arriba a Viedma desde la cordillera, cada mañana de lunes. Lo miran absortos desde el terraplén de las vías a pocos metros de distancia. ¿Qué cañadones, arroyos, lagunas o ríos permite sortear ese armazón de madera que el tiempo deterioró?
Para explicar la función del “viejo” puente Gobernador Molina hay que retrotraerse un siglo en la historia. Tiempos en los que la extensa Laguna El Juncal aislaba a Viedma hacia del sur y el sudoeste, ocupando más de 15 mil hectáreas, desde lo que hoy son las chacras del Idevi hasta las cercanías de El Faro.
Los desbordes de la Laguna en el siglo XIX ocasionaron inundaciones drásticas para la actual capital de la provincia. Sus afluentes eran varias entradas naturales del río, desde la altura de las localidades de Zanjón de Oyuela y San Javier, que aumentaban en la época de las crecientes estacionales y cuando llovía en abundancia.
Hasta la década del 40, que esos aportes se bloquearon con defensas y la posterior construcción del sistema de riego del Idevi, la Laguna fue un gran mar de agua dulce que rodeaba a la ciudad.
Por eso, el puente Molina se transformó desde principios de siglo en un reclamo permanente de la comunidad. A mediados de la segunda década de esa centuria comenzó la construcción que terminó en 1924. Hasta ese momento el tránsito de arreos de ganado, carros y vehículos debía hacerse con un larguísimo rodeo de 60 km hasta la denominada “Punta de Agua” sobre la zona de la cuchilla muy cerca del mar, o cruzando la laguna en una balsa que tenía reducidas dimensiones y no funcionaba regularmente.
Las obras de taponamiento de los afluentes y los canales del Idevi permitieron que la laguna se secara a mediados del siglo pasado.
El puente, entonces, quedó como un vestigio de aquellos tiempos. Meses atrás, la Legislatura rionegrina declaró patrimonio histórico a esa estructura íntegramente realizada en madera, de 76 metros de largo, apoyada sobre 46 pilares clavados a 5,8 metros de profundidad. Su inauguración fue en la gestión de Víctor Molina al frente de la Gobernación del Territorio de Río Negro, a lo que debe su nombre.
La existencia a pocos metros de reconocidos olivares cuyos aceites han sido premiados internacionalmente y su enclave en cercanías del Aeropuerto, el Autódromo y el Hipódromo le otorgan un interesante potencial turístico, contra el que conspira el deterioro que el paso del tiempo, las inclemencias climáticas, el vandalismo y la falta de preservación por parte del Estado ocasionaron sobre ese histórico puente, recuerdo de los años en los que el progreso sólo era posible gracias a la lucha permanente contra las adversidades naturales.
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