Se ha puesto de moda la idea de las cuotas para acceder a cargos políticos, para aplicar a estudios universitarios y para empleos en ámbitos empresarios. La moda en nuestro país por ahora ha quedado en el primer rubro, mientras que en otros países se ha extendido a diferentes áreas.
No pocos son quienes han quedado muy impresionados con la sandez de las cuotas para mujeres en relación a los cargos públicos. Constituye una afrenta para la mujer el acceder al cargo debido a la compulsión que impone una legislación y no por su mérito.
Hay en esto una horrible discriminación puesto que el aparato estatal se aparta de la igualdad ante la ley y otorga privilegios.
Como es sabido, discriminar significa diferenciar, optar, elegir, discernir, en otros términos es un ingrediente inseparable de la acción humana. Discriminamos cuando elegimos nuestra lectura, a que cine vamos, que comida engullimos, con quien contraemos nupcias, que amigos incorporamos etc. No hay acción sin discriminación.
Muy distinta es la discriminación por parte del Gobierno puesto que, como queda dicho, eso implica otorgar diferentes derechos a diferentes personas lo cual es absolutamente incompatible con un sistema republicano.
Pero hay otro aspecto aun peor y es que con este sistema discriminatorio en el peor sentido de la expresión, se contribuye a deteriorar aun más la calidad de la estructura política. En lugar de ocupar cargos los mejores, acceden quienes han sido seleccionados merced a la arbitrariedad de las cuotas.
Esta situación se extiende a media que se extienden las cuotas también a otros campos y no solo en el plano del género. Cuando se imponen cuotas en los ingresos universitarios, por ejemplo, para latinos, negros, sajones y asiáticos, necesariamente desmejora la calidad educativa de la institución del caso debido a que se bloquea la entrada de los mejores.
Cuando con la idea de ofrecer mayores oportunidades a otros en las empresas, se atropellan derechos de los más eficientes al imponer cuotas, se están elevando inútilmente los costos y reduciendo la productividad lo cual, a su turno, se traduce en un derrumbe en el nivel general de vida, situación que en última instancia perjudica especialmente a los marginales.
La posición liberal es la de respetar la igualdad ante la ley y que los aparatos estatales no discriminen. Es tragicómico: con el pretexto de que no se discrimine a través de la acción libre de las personas se implanta a la fuerza la única discriminación a todas luces malsana.
Y digo posición liberal y no la etiqueta fantasiosa de neoliberal con la que ningún intelectual se identifica. En este sentido, cierro con una frase de Mario Vargas Llosa: "Me considero liberal y conozco a muchas personas que lo son y a otras muchísimas más que no los son. Pero, a lo largo de una trayectoria que comienza a ser larga, no he conocido todavía a un solo neo-liberal".
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