Ambos gobernantes estudiaron la lengua de los indios hegemónicos en sus respectivas épocas. Juan Manuel de Rosas confeccionó una Gramática y diccionario de la lengua pampa (pampa-ranquel-araucano). Existía un conflicto de lenguas, y poco a poco, acompañando la situación militar interna al mundo indígena, se fue imponiendo el idioma araucano.
El general Perón, a su vez, escribió una Toponimia patagónica de etimología araucana (1935). Aunque bonaerense de nacimiento, en Roque Pérez, vivió desde niño y hasta los 11 años en la Patagonia, o sea que llevaba la región en la sangre. Siendo mayor del Ejército, confeccionó en 1933 una Memoria geográfica sintética del Territorio Nacional del Neuquén, pedida por sus superiores “por el conocimiento amplio que posee” de la zona.
Desde la Conquista, el territorio de lo que hoy es la Argentina era un territorio poblado por indígenas, sobre el cual los conquistadores y sus continuadores fueron avanzando para ocuparlo. Por la Revolución de Mayo, desde 1810 se estableció una política de tolerancia y respeto hacia los indios, a los que se consideró “hermanos” y ciudadanos con los mismos derechos que todos los demás. El cómo fue ocurriendo esto es la misma historia del país, y llega hasta hoy, cuando las diversas comunidades indígenas continúan reclamando derechos y territorios.
El diálogo con ellos, el escuchar sus opiniones y derechos, comienza por entender lo que dicen, por entender su lenguaje.
En la época de la Conquista la evangelización era un imperativo de la propia cultura: enseñar el Evangelio y bautizar a los indios era considerada una prioridad absoluta. De allí que lo que se llamó “la conquista espiritual” exigió de los sacerdotes y predicadores dominar las lenguas indígenas. En ese entonces comenzó la necesidad de estudiarlas.
La gran carencia cultural de los indios pampeanos y patagónicos fue que no organizaron un sistema económico que los hiciera autosuficientes. Tenían más de la mitad del país actual, y tanto ganado cimarrón como existía en toda esa región, y en el siglo XIX terminaron viviendo del robo de vacunos y yeguarizos, mujeres y armas de sus vecinos los “cristianos”. O sea que la necesidad de subsistencia los llevó a una política de guerra.
Rosas introdujo la teoría de la posibilidad de convivir con los indios que aceptasen la paz permanente y se sometiesen a las leyes del país. Con ellos estableció normas de convivencia, acordó que se les entregasen regularmente “racionamientos” (grandes cantidades de ganado) y les concedió grados militares a sus caciques. Y consolidó este estatus con su conocida Campaña de 1833, en la que llegó hasta el río Negro, abarcando todo lo ancho del territorio hasta la cordillera. Además, Rosas les enseñó –con éxito– a vacunarse contra la viruela, una peste que diezmaba las tolderías.
Avanzado el siglo XX, el general Perón se sorprendió tanto con la extendida designación de los lugares en la lengua indígena que en 1936 abordó una Toponimia de etimología araucana, que corrigió en las ediciones de 1948 y 1950, tal su preocupación sobre el tema. Ya la lengua impuesta desde hacía mucho tiempo era el araucano, ya no había necesidad de aludir a otros idiomas que allí interactuaban. Véase la definición de Perón del término “mapuche”: “De mapu, tierra en el concepto de patria, y che, gente: gente del lugar, indígena; nombre con que se designan a sí mismos los araucanos”.
Para los mapuches la tierra es la patria, y eso nos explica mucho de la actual discusión sobre este tema. Está pendiente la distribución de tierras a las diversas etnias indígenas, y es obligación del Estado cumplir con ese deber histórico. Y no debe confundirnos si alguna parte de ellos tienen actitudes violentas así como otros las tienen dialoguistas. Esa división es habitual en los reclamos vitales de los grupos humanos. Que no nos distraiga esa diferencia: Rosas y Perón nos enseñaron que con justicia se puede vivir en paz.
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