Los médicos no salen de su asombro. Makhoul Semaan, un sirio radicado en Roca desde sus 30 años, cumplió 100 años el domingo. Lo celebró con su familia: su hijo, nietos, bisnietos y su tataranieta de dos años.
Trabajo y sacrificio, es la más valiosa herencia que tienen sus descendientes, portavoces de su historia. Su paso por el valle es también un testimonio vivo de la historia del Alto Valle frutícola, es de los actores que con su esfuerzo hicieron de la fruticultura la principal economía de la región.
Le cuesta, pero la sonrisa que lo caracterizó todos los años de su vida, aparece de tanto en tanto. Su mente vuela con las fotos en blanco y negro sobre la mesa, pero nadie sabe bien qué recuerda. Por momentos se duerme, pero está, siempre está.
Makhoul nació en Tartoos, Siria, el 10 de junio de 1918. Llegó a la Argentina en barco, solo, a los 18 años huyendo de una de las tantas guerras que azotan a ese país de Medio Oriente.
Su padre era militar y murió como soldado en combate mientras su madre estaba embarazada de él. No llegó a conocer a su papá. Al cumplir los 18, su mamá tomó la decisión que cambiaría para siempre su destino: lo mandó a la Argentina para que se salvara de las garras de la guerra.
“Fue un acto de amor increible. Su mamá prefirió hacer el sacrificio de no verlo más, pero salvarlo de la muerte. Por eso lo mandó solo a Argentina” contó Alejandra (45), su nieta quien lo cuida todos los días junto a Juan Carlos (66), su hijo.
En plena juventud llegó a Buenos Aires y de ahí viajó en tren a Comallo, Río Negro, donde vivían sus tíos y se enamoró de la tierra rionegrina y tuvo su trabajo y sus manos, como única salida ante la soledad y el desarraigo.
Su primer trabajo fue en un negocio de ramos generales y en una chacra con producción de alfalfa. Luego empezó como “mercachifle” -como le decían antes- arriba de una carreta, enfrentando los crudos inviernos y ganándose la vida transportando mercaderías varias.
Con tanto trabajo pudo ir amasando una modesta fortuna, y con el paso de los años pudo comprarse un camión, un campo y un galpón. También tuvo un negocio de ramos generales en Comallo, a 120 kilómetros de Bariloche.
A los 30 llegó a Roca, la ciudad que lo adoptó para el resto de sus días. A los 32 se casó con Amine Saigg, una argentina también descendiente de árabes, con quien tuvo dos hijos: Juan Carlos y Miguel Oscar.
La balsa de Paso Córdova, fue el medio de comunicación que le permitía pasar a la región sur, donde llevaba sus mercaderías, aunque la nieve le jugara una mala pasada. Cruzó el río Negro arriba de su camión, a pie, de todas las formas en la antigua balsa.
Casi tres cuartos de su vida trabajó como “mercachifle” pasando de pueblo en pueblo, abordando los más diversos paisajes rionegrinos llevando azúcar, vino y mercaderías, siendo de nexo para la vida de las poblaciones más alejadas.
“Dormía abajo del camión cuando había nieve”, contó su nieta. El estilo sacrificado nunca le molestó y al parecer, le dio longevidad.
El legendario kiosco “El Depo” fue de él, fanático del “Naranja”. También dejó su huella en la Asociación Libanesa, donde se desempeñó como conserje.
“Hay que ir siempre con la verdad” fue siempre su frase de cabecera, la frase que hoy marcó la vida de sus hijos. “Nos dio una buena educación” contó su hijo Juan Carlos.
Los que hicieron el “valle frutícola”.
Makhoul pertenece a esa generación que hizo el valle, que dio vida a las tierras fértiles y que con trabajo y sacrificio llevaron a las épocas doradas de la fruticultura.
Con una mentalidad que no concibe vivir sin poner las “patas en el barro”, en la década del 40, compró un chacra en Colonia Fátima con el dinero de la venta de su campo en Comallo, luego también pudo comprarse una casa.
Plantó manzanas y peras, comenzó pronto a venderle a los galpones y grandes empresas de la zona como pequeño productor. Vio pasar todas etapas de la economía regional, las buenas, malas, estancas e inciertas.
Hoy su chacra sigue produciendo y son sus nietos los que siguen sus pasos en la producción, aunque con más dificultades. “Mi abuelo no heredó nada, a él no le regalaron nada, todo se lo dio su trabajo”, balanceó su nieta.
“Es un ejemplo de trabajo, una persona muy derecha con buenos valores, valores que trajo de allá (siria) a él le enseñaron esto. Todo lo hizo solo”, contó con emoción su nieta Alejandra
Lo primero: la sonrisa y el sentido del humor. Makhoul siempre fue un hombre muy sociable, alegre y amoroso. A sus 100 años, el abuelo no toma ninguna pastilla porque tuvo hábitos muy saludables y metódicos. Cuando tuvo que dejar de fumar lo hizo, a los 30 años.
Es de los pocos que llegan a los cien años. Salvo por la disminución visual, auditiva y la memoria que vive períodos de regresión, lo demás está perfecto. No recibe medicación salvo insulina por una diabetes.
Tuvo una muy buena alimentación, se cuidaba en las comidas, solo tomaba una copita de vino por día y caminaba mucho. Se iba hasta su chacra caminando.
Todo eso a pesar de que es diabetico, hace unos años estuvo internado 10 días y le daban poca esperanza a sus familiares, pero el hombre de fuerte corazón salió adelante.
Publicado en Diario "Río Negro", 12 de junio de 2018.
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