La escalada de las tensiones sociales, marcada por las negociaciones del triunvirato de la CGT para evitar sumarse el paro del 14 J convocado por Hugo Moyano, sensibiliza muy especialmente a la Iglesia. Su vocero en los movimientos sociales, Juan Grabois, jefe de la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular), no se anduvo con vueltas al definir la semana pasada que está a la vuelta de la esquina una “rebelión popular”. Pero por encima de esta militancia que va al choque se está desplegando la sutil diplomacia vaticana. No es casual que en este momento crítico de la confrontación gremios vs. gobierno, María Eugenia Vidal aterrice en Roma para conversar en audiencia privada con Bergoglio. Es significativo también que la acompañe Carolina Stanley, la ministro de Desarrollo Social de Macri, que es mencionada con insistencia como su futura compañera de fórmula para intentar su reelección. La idea de que a Roma viajó un equipo político está reforzada por el otro miembro de la comitiva, el jefe de gabinete bonaerense Federico Salvai, esposo a su vez de Stanley. Esto en medio de la ya añeja frialdad que impera en la relación entre Francisco y Macri. En alguna medida, el pontífice está validando a la cúpula del vidalismo como su interlocutora en el oficialismo, dejando implícitamente de lado al presidente y su entorno.
Un obispo político.
Mostrando una vez un certero instinto político, la gobernadora vio un espacio político sin ocupar en la relación Iglesia-gobierno y aspiraría a ser la mediadora en una relación tirante pero que a la vez es una fuente de poder para alguien que sepa aprovecharla. Obviamente, en la agenda vaticana está también presente la definición de la puja legislativa por la sanción del proyecto de ley sobre despenalización del aborto que está a punto de debatirse en el Congreso. La Iglesia esperaría de Vidal que influya en el voto del importante subbloque de diputados de Cambiemos.
Pero la gira romana de Vidal también se relaciona con las últimas reformas a la estructura jerárquica de la Iglesia en la Argentina. No es casual que el sucesor elegido para el conservador Arzobispo de La Plata Héctor Aguer sea Víctor Fernández. Este obispo no se caracterizaría por una importante trayectoria pastoral sino por sus condiciones políticas. Fernández no sólo sería el interlocutor eclesiástico de muchos dirigentes peronistas sino del núcleo íntimo de Vidal. Su instalación en La Plata construye ahora un puente de primera categoría entre la dirigente con mayor caudal electoral del PRO y la Santa Sede. Fernández entonces parece estar llamado a ocupar el espacio político que, por su propio perfil, no alcanza a llenar el Arzobispo de Buenos Aires Mario Poli que, igual que aquél, goza de la confianza personal de Francisco.
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