No es ningún consuelo, pero la Argentina dista de ser el único país en que, a juzgar por los resultados de las pruebas tanto nacionales como internacionales, los jóvenes están aprendiendo cada vez menos y, lo que es peor, parecen incapaces de solucionar problemas sencillos que no planteaban demasiadas dificultades a los estudiantes de generaciones anteriores. Acaba de difundirse un informe noruego que confirma lo ya encontrado por investigadores en Francia, Holanda, el Reino Unido, Dinamarca y Finlandia: a partir de 1975, el cociente intelectual (CI) promedio no sólo ha dejado de aumentar, como sucedía antes –de ahí el célebre “efecto Flynn” según el cual en todas partes las personas se volvían más inteligentes merced a mejoras sociales combinadas con el progreso tecnológico–, sino que ha caído año tras año.
¿A qué se debe este fenómeno desconcertante? En opinión de quienes intentan explicarlo, la causa no es genética, o sea, una consecuencia de la propensión de los menos dotados a tener más hijos que los más cerebrales, sino cultural. Dicen creer que los sistemas educativos actuales, que a diferencia de los de otros tiempos desaconsejan la memorización de datos y minimizan la importancia de saber sumar, restar, multiplicar y dividir sin la ayuda de calculadoras, están debilitando mentalmente a los jóvenes. Si uno no los usa, los músculos se atrofian.
Algunos optimistas discrepan, insisten en que hoy en día “ser inteligente” no es lo mismo que lo que era un siglo o más atrás, que de verse transportado al presente el victoriano más brillante, aplicado y erudito no entendería cómo funcionan las sociedades modernas. Como es natural, el enfoque así supuesto es popular entre los convencidos de que los chicos actuales suelen ser más listos que sus padres porque saben manipular los ubicuos aparatos electrónicos que, a través de la red, los mantienen conectados con el resto del planeta.
Por lo común, las polémicas en torno al cociente intelectual enfrentan a igualitarios que privilegian la justicia social con elitistas que quieren dar prioridad a la formación de los más talentosos. Mientras que aquellos afirman que hay muchos tipos de inteligencia, entre ellos “el emocional”, y que todos son igualmente valiosos, éstos señalan que el medido por los especialistas en psicometría es el único que merece tomarse en cuenta, ya que de él dependerá el desempeño social y profesional, y hasta la salud y la expectativa de vida, de una persona determinada.
Por razones comprensibles, en las democracias avanzadas los que quieren que la educación sea “inclusive” llevan la voz cantante. Puede que sólo los más dogmáticos discriminen activamente en contra de los alumnos que amenazan con sobresalir, pero en muchos países la voluntad de favorecer a los menos dotados en desmedro de los más ha motivado protestas airadas de parte de quienes dicen sentirse angustiados por lo que los menos caritativos llaman el “embrutecimiento” y otros la “pérdida de calidad” de la educación superior.
Comparan lo que está ocurriendo en América del Norte y Europa con la competitividad creciente de los formados por los supuestamente anticuados sistemas educativos de China y Corea del Sur, países en que, según parece, los alumnos rezagados no se sienten humillados por las hazañas académicas de un porcentaje reducido de sus compañeros de clase.
De estar en lo cierto quienes nos advierten que el futuro de las distintas sociedades dependerá del nivel educativo, el que en muchos países avanzados se esté registrando una disminución continua del CI promedio es inquietante. Aun cuando sólo se haya debido a la proliferación de apoyos tecnológicos que hacen pensar que una persona “normal” puede prescindir de lo tradicionalmente considerado fundamental, ello no quiere decir que el achatamiento resultante sea mejor para el conjunto.
No han brindado los frutos previstos los esfuerzos por democratizar los diversos sistemas educativos creando docenas de nuevas universidades con el propósito de garantizar que casi todos puedan disfrutar de una preparación intelectual equiparable con la recibida en otros tiempos por una minoría muy pequeña. Si tienen razón los investigadores que nos informan que el CI promedio de la mayoría se va a pique, han sido contraproducentes. Como muchos recién diplomados han descubierto tanto aquí como en otros países, siguen siendo tan grandes como antes las diferencias que separan a los alumnos del montón de quienes logran destacarse ya que, para frustración de los reformistas, en todas partes tiende a ampliarse la brecha entre una “elite cognitiva” y los demás que, como es natural, se sienten víctimas de una estafa cruel.
Publicado en Diario "Río Negro", viernes 22 de junio de 2018.
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