Son famosas aquellas anécdotas de innumerables editores rechazando obras que pasado el tiempo decantaron en verdaderos clásicos. André Gide, el autor de “Los monederos falsos”, se ganaba la vida como lector de originales para la prestigiosa editorial francesa Gallimard, esta editorial rechazó (algunos sostienen que a instancias de Gide) el manuscrito de Proust “Por el camino de Swann”.
Es curioso cómo editores que además eran críticos o escritores no pudieron ver la importancia de la obra que tenían en sus manos. Guillermo de Torre, el yerno de Borges, rechazó una de las obras poéticas más importantes del siglo que se fue, “Residencia en la tierra” de Pablo Neruda, porque no entendía los poemas ni qué se proponía con el libro. Virginia Wolf, la autora de “Orlando” desdeñó el “Ulises” de Joyce, quien ya estaba acostumbrado a los portazos de editores que no querían publicar su libro.
“Lo siento señor Kipling, pero usted simplemente no sabe emplear el idioma inglés”, le decía un editor al escritor de origen hindú, y no publicaba nada más ni nada menos que “El libro de la selva”; el editor no pudo explicar nunca qué era emplear bien el idioma inglés cuando perdió su trabajo.
Otro editor le pidió a Vladimir Nabokov que enterrara el manuscrito de “Lolita” bajo una piedra por unos mil años... Rulfo pudo publicar “Pedro Páramo” gracias al éxito que había tenido su libro de cuentos “El llano en llamas”; lo curioso es que el propio jefe de prensa de la editorial escribió una especie de memo interno en el que sostenía que el nuevo libro no valía la pena, ya que la historia era confusa y no iba a ninguna parte.
Estos son algunos casos emblemáticos y muestran que los editores tampoco tienen la fórmula para descubrir una obra maestra, y que muchas veces, esa obra que tanto admiramos ha llegado hasta nosotros luego de crueles rechazos y de una paciente obstinación de sus autores.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 3 de junio de 2018.
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