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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

martes, julio 26, 2022

JULIÁN CENTEYA.

 


JULIÁN CENTEYA - (1910 - 1974).

Se llamaba Amleto Enrico Vergiati y había nacido en la calle del Borgo San Nicoló 25, de la italiana Parma, aunque, más bien, parecía nacido en San Juan y Boedo o en Centenera y Tabaré o en cualquier otra de las esquinas más tangueras. Era el 15 de octubre de 1910. Pero lo importante es que él decidió llamarse (para siempre) Julián Centeya.

Junto a sus padres, Carlo Vergiati y Amalia Ricci, y sus hermanas Fanny y Pierina, desembarcaba en Buenos Aires el 14 de abril de 1922. En el poema “Mi viejo”, él mismo narró ese arribo: “Vino en el Conte Rosso, fue un espiro. / Tres hijos, la mujer y a más un perro. / Como un tungo tenaz la fue de tiro; / todo se lo aguantó: hasta el destierro”. Primero fue San Francisco, Córdoba, y en el séptimo mes –el siete es un antiguo número mágico y cabalístico- el destino los empujó hacia Buenos Aires, donde se convertiría en el porteño auténtico que fue.

Aquí se desprendió de la piel de Amleto Enrico Vergiati y fue llamándose Juan Sin Luna, Juan de la Luna, William Pérez, Shakespeare García y Enrique Alvarado. Con esta identidad firmó su libro inicial, un poemario sobre negros titulado “El recuerdo de la Enfermería de San Jaime”. También como Enrique Alvarado, firmó una milonga, con música de José Canet, “Julián Centeya”.
Era el personaje en el que más tarde se encarnaría para siempre, cuando Roberto Tálice lo acercó a Radio Belgrano y le propuso: “¡Elíjase un seudónimo y hable!”, y la voz del speaker salió al aire anunciando a “Julián Centeya, el nuevo charlista de Buenos Aires”. Aquel tanito nacido en Parma era, ya definitivamente, el porteñísimo Julián Centeya: “de noche me pongo la chalina del viento y camino esta ciudad que prepotentemente hice mía, porque a mí me parió Buenos Aires”, reconoció alguna vez.

Fue también periodista, pero sobre todo fue poeta. Un poeta que evolucionó la poesía lunfarda, que venía de lecturas más amplias que los demás bardos de arrabal, que había paseado sus ojos por líneas de Whitman, de Borges, de Vallejo, de los poetas franceses, de los surrealistas… ¿Antes de él, quién podría haber dicho en lunfardo cosas como las que le decía –en un inusitado surrealismo- a Aníbal Troilo: “tu tango, falopa que encelesta / de barro auténtico el mundo de la rosa, / se escracha como un salivazo / en los espejos que enviudaron”?

Podía leer a Yacaré, a Celedonio, a Linyera, como a Rimbaud, a Cendras, a Tzara, o ponerle oído hoy a Arolas y mañana a Mozart. Porque su lunfardo, como alguna vez explicó José Gobello, “más que una necesidad expresiva parece un lujo, casi una compadreada de quien, al regreso de infinitas lecturas, ancla otra vez en el barrio, con ganas de habitar la pieza del fondo de una casa situada en la muy franciscana calle que se llama Diógenes Taborda”.
Enfiló por las calles malevas del tango y escribió “Claudinette” (Enrique Delfino), “La vi llegar”, “Lluvia de abril” (ambos con Enrique Mario Francini), “A los muchachos” (José Ranieri), “Cuando escucho un tango viejo” (Ernesto de la Cruz), “Sol de Chiclana” (Pedro Maffia), “Mi perro Chango” (Cátulo Castillo-Sebastián Piana) y muchos más.

Y también anduvo reuniendo su poesía y su prosa en libros que se titularon “El misterio del tango” (1947), “La musa mistonga” (1964), “Glosas de tango” (1965), “Primera antología de tangos lunfardos” (1967), “La musa del barro” (1969), “Porteñerías” (con Washington Sánchez, 1971), “El vaciadero” (1971) y su obra póstuma, “Piel de palabra / La musa maleva y otros poemas inéditos” (1978). Lástima que dejó inéditos el sainete “Peluquería y Perfumería La Bomba”, la novela “La otra gente”, el tomo humorístico “El pozo hacia arriba” y una infinidad de poemas.

El 26 de julio de 1974, la noticia nos dolió. Venía de algún diario: “Falleció esta madrugada, a la 1.30, en el sanatorio geriátrico ‘Albert Schweitzer’, ubicado en Villa Urquiza, Julián Centeya, víctima de un infarto agudo de miocardio”. Esa madrugada quizás haya repetido: “Se va conmigo mi alma cansada / que hace diez siglos no quiere lolas”. (C. Piantanida, Los Malditos, Vol. III, Pág. 169, Ed. Madres de Plaza de Mayo)

Publicado por: https://pensamientodiscepoleano.com.ar/index.html

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