El nombre completo del Padre Castellani es Leonardo Castellani Conte Pomi. Hijo de italianos del Friule, su padre fue asesinado por razones políticas. A mi ver, Castellani fue una de las personas más inteligentes con que contó la República Argentina. Y, curiosamente, nació a caballo entre el siglo XIX y el XX. Y digo curiosamente pues fueron contamporáneas suyas otras dos glorias de la cultura nacional: Jorge Luis Borges y Leonardo Marechal. Tal vez, más adelante, les dedique sendas notas a ellas.
Si me dan a elegir entre las obras de Castellani, seguramente optaría por Los Evangelios de Jesucristo y Su Majestad Dulcinea.
Consiste la primera en una recopilación de la homilías dominicales que pronunciaba el Padre en la parroquia del Tránsito, glosando el Evangelio de la fecha. Admirables comentarios, llenos de sabiduría, sentido común y... humorismo. Todavía me río solo cuando los releo.
En cuanto a Su Majestad Dulcinea, afirmo que es una novela extraordinaría, referida a La Argentina y que encarna Dulcinea.
El gran hallazgo de dicho libro consiste en que nuestro país está simbolizado por una mujer -Dulcinea- enormemente bella vista desde lejos y horrible mirada de cerca. Cosa que, por desgracia, ocurre con la realidad de nuestra desgraciada República.
Tuve el inmenso privilegio de conocer a Castellani y tratarlo con frecuencia. Estuvo varias veces a cenar en casa. Oportunidades en las cuales nos relató historias verídicas impresionantes, cuando no pavorosas.
Entre otras sus tremenda experiencias como capellán de del loquero de Vieytes.
También nos contó cosas tan interesantes como la opinión de viejos Padres de la Iglesia respecto a Angeles Neutrales, que no habrían tomado partido en el tremendo combate librado en las alturas entre San Miguel y Satanás.
Tuvo Castellani problemas con la Compañía de Jesús, a la cual pertenecía. Llegó a estar prisionero en Manresa, de donde escapó gracias a Federico Ibarguren, tío de Mariquita Ibarguren que fue mi mujer y de quién enviudé.
Tenía el cura unas cejas blancas, que parecían lauchas de ese color acostadas sobre sus ojos. Era tuerto y usaba un ojo de vidrio que nunca pude saber cuál de los dos era.
Con mi socio de entonces, Santiago Estrada, lo atendimos jurídicamente en un par de embrollos que se le habían planteado con su editor. Llegaba al estudio con su aspecto extravagante que consistía en usar una boina tejida, de crochet, su sotana, que en realidad no lo era sino una bata que le habían regalado, negra con dibujos chinescos verdes y dorados. Y, contrariamente a los ministros protestantes, que visten de civil con alzacuello eclesiástico, Castellani esa pintoresca sotana, que revelaba su condición de sacerdote, llevando corbata al cuello.
Vivía en un departamente de la calle Caseros, que le habían regalado los amigos. Y, al final de su vida, dedicaba el tiempo a caminar por el pasillo que estaba frente al departamente, rezando el rosario para prepararse a bien morir. Aunque podría extenderme largamente sobre el tema, considero que la extensión de esta nota es suficiente. Y la terminaré transcribiendo una frase que se atribuye al sacerdote: En este país, para llegar a personaje, no basta ser imbécil. Además, hay que ser solemne.
PUBLICADO EN DIARIO LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/518306-El-Padre-Castellani.note.aspx
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