Francisco nunca quiso festejar sus cumpleaños. "Carucha", como le decían a Jorge Mario Bergoglio sus alumnos, cumple sus 80 años con una vitalidad envidiable. Cuando era obispo, el orfebre Adrián Pallarols se encargaba de vender los regalos caros que le llegaban para donar el dinero a los pobres.
Ochenta años no es nada. Bergoglio, gracias a Dios, los cumple con vitalidad envidiable. “Carucha”, como le apodaron los alumnos de la Inmaculada de Santa Fe, nunca fue de festejar. Sus amigos pasábamos a saludarlo como un día más. Quienes lo conocíamos le regalábamos música clásica, tangos, ópera. Es melómano.
En mi caso, como sabía que le gustaban los brownies, el día anterior le preparaba dos o tres bandejas que hacía y horneaba para que tuviera algo para convidar. De todos los regalos muy caros que también le llegaban, se ocupaba el orfebre Adrián Pallarols, quien los vendía para que el padre Jorge tuviera para donar a los pobres.
Es imposible no extrañarlo. Parece que fue ayer. Lo conocí con 62 recién cumplidos, era arzobispo de Buenos Aires, aún no lo habían nombrado cardenal, y me regaló una medalla de plata con la imagen tallada de María, la Desatanudos, de la que nunca me separó.
Él lo sabe y, cada vez que nos vemos, la mira con ternura para bendecirla de nuevo. Perdí la cuenta de cuántas veces nos volvimos a encontrar desde su papado, pero es una costumbre que quedó entre nosotros.
El sentido del humor es un sello propio. Uno de sus amigos, el periodista José Ignacio López, desde que lo conoce, como nació unos días antes que él, lo llama cada 17 de diciembre y le dice: “Bienvenido”, porque cumplen la misma edad.
Un clásico que nunca falla. Para él es un día como los demás. En Roma, a las 8 oficia misa con los cardenales residentes en el Vaticano, después se encuentra con Marc Ouellet, el prefecto de la congregación por los obispos, y recibe al presidente de Malta, que fue quien donó, en nombre de su país, el pesebre que se armo en la plaza de San Pedro.
No tiene por costumbre Bergoglio abrumarse con pensamientos negativos. Ni se le ocurriría pensar “me queda tanto más o menos de vida”. Tiene la mente liviana de construcciones inútiles. Vive liviano, está convencido de que cuando Dios lo llame, se va a ir con Él.
No le pesa, ni angustia el paso del tiempo. Hay que aprender. Es una filosofía de vida. Bergoglio ama el sacerdocio, su vocación de cura. Alimenta hacer esto que más le gusta. Nunca contradice su camino, que es el de Dios. Cumplir con uno mismo, llevar adelante, contra viento y marea, el deseo de ser eso para lo cual uno nació, alarga la vida.
Bergoglio siempre hizo la menor cantidad de cosas posibles, obligado porque no le quedaba otra. Aparte, no lo disimula, se le nota. Se le lee en los gestos. No está cansado, se fastidia y “Carucha” pone cara.
Él se salva porque cree en la mística simple del mandamiento del amor, la humildad, no tiene pretensiones de vanidad. Eso sí, es firme en sus convicciones y en su entrega a los demás. Nunca le besé el anillo, porque sé que no le gusta, y tampoco le voy a cantar feliz cumpleaños. El mejor deseo, eso que más desea, es que rece por él y que lo encomiende a San José. Así lo haré.
Por Alicia Barrios.
Publicado en http://www.cronica.com.ar/ 17/12/2016.
Fotos: Web.
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