La Navidad es una historia de redención. Una lástima el que
se lo pierde.
“Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla
durante todo el año” Charles Dickens.
Los cristianos perdieron la Navidad, sepultándola bajo un
festival de ofertas comerciales y alcohol a destajo.
Los cristianos lamentan la erosión de sus creencias y
valores pero nadie se las arrebató sino que los sacrificaron en ceremonias de
profundo descontento nihilista acerca de sus propios fracasos, pero también
respecto de sus éxitos.
Siempre se supo que Jesús no nació en diciembre y que lo de
los Reyes Magos en enero -invierno en el Hemisferio Norte- es un capricho de la
obsesión por fusionar lo cristiano y lo pagano, creyendo que así se ganaba en
popularidad cultural y control del territorio sometido al acecho o bárbaro u
otomano o mongol, aún cuando se perdiera identidad.
Diciembre fue la fecha del solsticio de invierno, la última
fiesta antes del frío, celebrada entre libaciones, danzas y la gula promovida
por la liquidación del ganado que no se alimentaría en los días gélidos.
Y los romanos celebraban cada 25/12 la fiesta del Natalis
Solis Invicti o Nacimiento del Sol Invicto, asociada al nacimiento de Apolo.
Sin embargo la Navidad, aún con tales antecedentes, había
consolidado, hasta la pérdida, el recuerdo por la Trinidad cristiana volcada a
la tarea de un Salvador nacido en Belén de Judá, oportunidad de reencuentros
familiares y tregua a las vanidades propias.
Hoy día, muchos cristianos viven en la Navidad una aparente
contradicción que va más allá del entripado nunca resuelto de un Jesús varón
judío circuncidado y conocedor de los recovecos del Antiguo Testamento que enseñaba
a las multitudes.
Esa contradicción deviene de la aceptación voluntaria de los
cristianos de vaciar de contenido una de las fiestas pilares de su cultura
fundacional, un renunciamiento semejante a que los islámicos olvidaran el
Ramadan.
Entonces, cuando la Navidad desapareció, no sólo se perdió
la noción de la esperanza en la Redención del ser humano, un concepto que
concede alguna trascendencia ante la frecuente frustración que provoca la
finitud, sino también se dilapidó una porción de la mística necesaria para
desarrollar consensos espirituales e idearios tanto individuales como
colectivos que permitan formas pacíficas de resolución de los conflictos
cotidianos.
Es cierto que entre cristianos han ocurrido las más
sangrientas guerras en los siglos 20, 19, 18, 17 y otros más. Pero,
precisamente, la codicia, la vanidad y la crueldad que exhibieron muchos de
ellos fue parte de ese renunciamiento a los valores que iniciaron la historia
de la cristiandad, logrando erosionar los cimientos del Imperio Romano.
El problema mayor que la Navidad le provoca a muchos
cristianos consiste en que celebrarla les obliga a recordar el engaño de la
autosuficiencia porque resulta que la Esperanza les fue regalada.
Por si faltara algo, Occidente descubre, con inocencia tan
conmovedora como preocupante, que sus escudos militares ni lo protegen ni le
brindan la paz que anhela.
Hoy día los cristianos se manifiestan sorprendidos por la
expansión del Islam sin comprender la importancia del mandato que permite la
convicción de un futuro mejor, más allá del presente, a menudo agreste y
desangelado.
Muchos que se dicen cristianos aceptan renunciar a la
oportunidad de la reconciliación que propician eventos tales como la Navidad,
un descanso para el espíritu. Pero, a su vez se quejan del horrible
padecimiento que les provoca la soledad no querida.
Es profunda la crisis que rasga las ambiciones de Occidente
pero ni siquiera semejante descontento acota el disenso acerca de cómo
recuperar lo que se perdió.
Unos apelan al movimiento defensivo de la represión a los
extraños, y otros a la audacia suicida del escepticismo espiritual como
respuesta sociocultural. Nada de todo eso intenta cambiar el mundo, cuando los
cristianos nacieron en el Pentecostés con un mandato de cambio.
Kamikazes no sólo son los que consiguen estallarse en el
mercado repleto de otras personas. También lo son quienes se inmolan en el
rechazo del amor y la misericordia como valores permanentes.
En fin, la Nochebuena y la Navidad se encuentran otra vez
por delante, y va siendo hora de atreverse a recuperar, y aceptar, la
oportunidad de bondades sin precio tales como el perdón y la gracia.
Celebremos en paz.
Publicado en http://www.urgente24.com/
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