Ahora sí, arranca Cambiemos
por Alejandro Borensztein.
Bueno, ahora sí. Finalmente arrancó el gobierno de Cambiemos
y comenzó una nueva etapa en la Argentina.
El próximo sábado se cumplirá un año desde la salida del
viejo gobierno y la llegada del nuevo. Doce meses desde que el pueblo recibió
con entusiasmo al presidente entrante Mauricio Macri y despidió con todos los
honores al presidente saliente Federico Pinedo.
Sin embargo, aunque los gobiernos asumen en una fecha
determinada, eso no quiere decir que arranquen ese mismo día. Los gobiernos no
empiezan cuando se supone que empiezan sino que lo hacen bastante tiempo
después.
En principio, tienen que aprender dónde quedan los
despachos, si hay que pintarlos, en qué cajones guardaban las cosas los que se
fueron, dónde les dejaron los papeles, los controles remotos, los números de
teléfonos, desconectar micrófonos, desactivar las bombas que les dejaron, etc
etc. Todo eso lleva tiempo.
Además tienen que conocerse entre ellos.
-“Hola, mucho gusto, soy la ministra Carolina Stanley - dice
Carolina Stanley - y necesito que antes de irte me dejes en la cocina unos
30.000 palos para que Emilio Pérsico y sus muchachos no me incendien el
Conurbano”.
- Ah, un placer… yo soy Prat Gay - dice Prat Gay - , me
olvidé la billetera pero llamame la semana que viene y vamos viendo”.
Y así, de a poco, van entrando en confianza hasta que llega
un día en que se van todos juntos de campamento a Chapadmalal y hacen la
primera partuza ministerial.
Entre paréntesis y al respecto, pregunta: cuando el
presidente, la vicepresidenta, el jefe de gabinete, los ministros y principales
funcionarios de un gobierno se van todos juntos a meditar, quién se queda
gobernando? No sé, lo dejo para que lo piensen.
Volviendo al punto, quiere decir que desde la asunción del
mando hasta la partuza hay un período inicial de estupor, también conocido como
“ur dió, mirá el bolonqui en el que nos metimos”, durante el cual las cosas
suelen ser muy confusas y cuesta poner al gobierno en velocidad crucero y
nivelado. De esto no se ha salvado ningún gobierno, por lo menos en los últimos
100 años.
Algunos atraviesan este período más rápido que otros. Unos
se toman un añito, otros dos, y otros se quedan ahí trabados como le pasó a De
la Rúa, que nunca pudo salir de la confusión inicial. Hasta el día de hoy.
Por ejemplo, todos recordamos la hiperinflación de 1989 en
el final de Alfonsín pero pocos recuerdan que en el primer año de Menem hubo
otra híper, con Erman González como ministro, que llevó la inflación al 2.314%
anual en 1990, fuente INDEC AM (Antes de Moreno).
Al año siguiente, en 1991, el Compañero Menem bajó la
inflación a un módico 84% anual, y a partir de 1992 la cosa se estabilizó y
todo anduvo fenómeno, como así lo testifica el discurso que pronunció el
entonces gobernador de Santa Cruz Néstor Carlos Kirchner junto a su
excelentísima señora esposa cuando recibieron a Menem en Río Gallegos y lo
definieron como “el mejor presidente para la Patagonia después de Perón”. Está en
Youtube. Se los ve muy lindos, jóvenes, entusiastas. Preciosos. El hecho de que
el acto, las sonrisas, los aplausos y los sandwichitos hayan sido obsequiados
por esta simpática pareja cinco minutos después de que Menem indultara a Videla
y a Massera, es un detalle que no debe enturbiar el análisis.
En otras palabras, Menem necesitó más de dos años para
arrancar a gobernar como Dios manda y hacer todas esas cosas lindas que tanto
elogiaron aquellos peronistas que luego se transformaron en kirchneristas para
desembocar ahora en esto que todavía no sabemos muy bien qué es, pero que
seguramente nos lo van a hacer saber a la brevedad.
Salteando a De La Rúa de quien ya hablamos, Ramón Puerta
duró 3 días, entró el 20 de diciembre e hizo el check out el 23 a la mañana.
Adolfo Rodríguez Saá duró siete y Eduardo Camaño tres.
Ninguno de ellos estaba para andar perdiendo tiempo con períodos iniciales de
confusión y acomodamiento. No llegaron ni a ensuciar las toallas del despacho
presidencial. Si me apuran un poco, me animaría a decir que Rodríguez Saá se
secó las manos con la misma toallita que le dejó Ramón Puerta.
Es fácil imaginar la secuencia: “Disculpe Sr. Presidente
Camaño” -dice el mozo de la Rosada- “quiere un cafecito?, acá tengo el que me
pidió el ex Presidente Rodríguez Saá, que todavía está caliente” (el cafecito,
obvio).
Lo mismo les pasó a los Kirchner. Arrancaron de una manera
tan confusa que durante un tiempo todos nos comimos el amague de que eran buena
gente, honestos y preparados.
Pero con el tiempo fueron ganando confianza hasta que se
consolidaron como esta batucada de impostores que en diez años recibieron
560.000 millones de dólares más que en la década anterior y sin embargo dejaron
30% de pobres y un páramo de velas y linternas.
Que aquel noble impulso inicial de Lavagna, Ginés, Bielsa,
Filmus haya terminado en esta simpática kermesse de Sabbatella, Moreno, D’Elía
y Larroque es una prueba contundente de la profunda confusión que suelen tener
los gobiernos cuando arrancan.
No me olvido de Duhalde. Lo que pasa es que su período de
reacomodamiento fue demasiado breve: un día. Pasó el dólar de 1 a 3 y chau. El
estupor quedó del lado de los ahorristas. Para ser honestos, el tipo hizo lo
que pudo y la historia le tiene reservado un lugar especial.
Todo esto es para recordarle, amigo lector, que un gobierno
nuevo o con poco rodaje, amerita cierta piedad inicial. Obviamente, a esta
altura ya no es el caso. La piedad ha prescripto. Sólo queda la gauchada.
¿En qué estamos ahora con esta gente nueva? Muy simple:
dejando atrás el período de estupor y acomodamiento, y entrando de lleno a
gobernar. Se supone.
Aquí se plantea la pregunta del millón: ¿este gobierno de
Macri es tan malo que no puede terminar de salir de la crisis o es tan bueno que
pudieron pilotear el desastre que les dejaron y evitar una nueva implosión de
la Argentina?
La respuesta bien podría ser aquella del General Perón, pero
al revés: “No es que el gobierno sea bueno, sino que los que vinieron antes
eran peores”.
Los pobres están contenidos por un sistema de planes
sociales como nunca se vio. La clase media putea, pero se la banca porque le
cabe la famosa frase de Perón sobre los gobiernos peores, y los ricos son los
mismos amargos de siempre que dicen querer vivir en una República seria, pero
no están dispuestos a poner un sope hasta que no estén dadas las condiciones. O
sea nunca.
¿A qué apuesta Macri? A lo de siempre. Al fútbol. Sabe que
en política, como en Boca, lo único que sirve es traer la Copa.
El país no tiene ni autopistas, ni energía, ni trenes, ni
señal de celular, ni seguridad, ni hospitales dignos, ni nada. El 50% de La
Matanza no tiene cloacas. Con arreglar una sola de estas se terminó la
discusión. Esa es la Copa Libertadores de Cambiemos.
En fin, habrá que tener paciencia. Un par de semestres más y
arranca el segundo semestre.
Mensaje para el Presidente: mantengan la calma,
pero apurate macho.
Publicado en Diario "Clarín", domingo 4/12/2016.
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