Alrededor del diez de diciembre de este año, Hebe de Bonafini declaró: “Las Madres estamos orgullosas de no ser más una organización de derechos humanos; ahora somos una organización política y somos kirchneristas”. Desde el 2001 hasta la fecha, este sinceramiento probablemente sea uno de los pocos aportes beneficiosos que haya hecho Bonafini a la causa de los derechos humanos.
Marco el 2001 como fecha bisagra porque si bien Bonafini
–luego de su heroica y fundamental lucha por la aparición con vida de sus hijos y los de sus compañeras de infortunio durante la dictadura– a partir de 1983 comenzó un derrotero antidemocrático, fue al momento del atentado que derribó las Torres Gemelas que abandonó cualquier ambigüedad en cuanto a sus objetivos y se puso decididamente a favor de Bin Laden y Al Qaeda, y en contra de las libertades y derechos primarios de los individuos.
Horacio Verbitsky lo reflejaba de este modo en una nota en “Página 12”, el 10 de octubre de 2001, en referencia a una “clase pública” organizada por la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo: “David Viñas, Sergio Schoklender, Vicente Zito Lema y Hebe Pastor de Bonafini celebraron los ataques terroristas contra los Estados Unidos. Los interpretaron como parte de la lucha de clases globalizada y la señora Pastor de Bonafini, además, sintió alegría mientras el mundo se paralizaba de espanto”. Pero sólo en este diciembre del 2016 Bonafini francamente admite que ya no es una defensora de los derechos humanos. Los simpatizantes pertenecientes a la ancha avenida del progresismo –el kirchnerismo–, los movimientos proiraníes como los de D’Elía y Esteche, los propios periodistas de “Página 12”, buena parte de la izquierda castrista o guevarista, maoísta o trotskista, no ha emitido opinión al respecto.
Muchos de ellos, lo sabemos desde el 83, no comulgaron jamás con la idea de Derechos Humanos: los consideraban una lucha coyuntural, sin valor intrínseco, una reivindicación “burguesa” que sólo servía para hacer entrar en contradicción a la propia “burguesía”. Entrecomillo “burguesa” y “burguesía” porque son categorías quiméricas, como las de izquierda y derecha, que no definen nada, pero forman parte de las declaraciones de los integrantes de las ramas de la izquierda, o el falso progresismo, aquí mencionados. La muerte de Castro, como reseñábamos en la nota anterior, también ha dado lugar a la abrogación, por parte del progresismo castrista, de cualquier vínculo con la libertad de expresión y de circulación: si se trata de alguien que se denomina de izquierda, los valores democráticos no se le reclamarán ni en su versión más lavada. Pero si se trata de un líder electo por el pueblo, considerado de derecha, no se le reconocerán sus credenciales democráticas ni aunque las respete a rajatabla. Esa es la razón de ser ideológica del falso progresismo. No condenan a la dictadura militar por las torturas, las violaciones, las desapariciones y los asesinatos masivos en sí, sino por haber impuesto un determinado sistema económico, según los falsos progresistas, capitalista o liberal. La libertad, las garantías individuales, no son para el falso progresismo un bien en si, sino una circunstancia aleatoria que sólo se reclamará si quien gobierna no se define de izquierda, y se despreciarán en caso contrario. ¿Cuántas otras supuestas causas que el falso progresismo defiende dentro de los regímenes democráticos caducarán para ellos en cuanto tome el poder un Chávez, un Castro, un Khomeini? ¿En qué momento dirán, como Bonafini, de los derechos humanos: “Ya no somos una organización que reclama el ‘Ni una menos’, ya no defendemos la inocencia de todo individuo hasta que se pruebe lo contrario, ya no estamos en contra de la tortura, ya no nos oponemos a los encarcelamientos ilegales?”.
Muchas de las causas que hoy parecen defender con vehemencia no son más que un recurso propagandístico carente de cualquier convicción. Lo que los encantó de Castro no fue que alfabetizara a la mayor parte de la población de Cuba, sino que no les permitiera elegir libremente qué libros preferían leer. Por eso apoyan a un régimen como el iraní, que masacra a los homosexuales y lapida a las mujeres, mientras odian a las democracias latinoamericanas. El falso progresismo, con Bonafini a la cabeza, ha comenzado por fin a decir su verdadero nombre.
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