La figura de Rosa Luxemburgo, uno de los grandes íconos de la izquierda internacional, fue conmemorada en diversos sitios de Alemania, al cumplirse cien años de su ejecución a manos de soldados alemanes.
“Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror de ustedes: ¡Yo fui, yo soy y yo seré!”, fueron las últimas palabras de esta revolucionaria, a la que a pesar de sus diferencias el líder soviético (Vladimir Ilich Uliánov) Lenin llamó “el águila de la revolución”.
Nacida en Polonia, desde chica abrazó los ideales revolucionarios y el sueño de que hubiera sido posible un marxismo distinto al soviético es algo que se suele asociar a su figura, sobre la que se siguen tejiendo leyendas.
Proveniente de una familia judía, Luxemburgo estudió en Suiza, el primer país europeo en aceptar mujeres en sus universidades, y luego se instaló en Alemania donde haría, tras obtener la nacionalidad, toda su carrera política.
Rosa Luxemburgo no creía, como lo explica su biógrafo Ernst Piper en su libro, en una revolución hecha por una élite –Lenin veía al partido como una vanguardia revolucionaria– sino que estaba convencida de que tenía que venir desde abajo, de las masas.
Sostenía que la revolución debía ser permanente, pues era un proceso constante de aprendizaje.
Necesitaba la libertad y por esa razón en 1931 Joseph Stalin la declararía “enemiga” de “la única revolución verdadera, la del comunismo soviético” que él encabezaba. Con eso, Stalin asesinó a Rosa Luxemburgo por segunda vez, sostiene Piper.
El distanciamiento de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht del Partido Socialdemócrata (SPD) alemán se intensificó con la Primera Guerra Mundial, a la que ellos y el ala izquierda de la agrupación se opusieron, pero venía de más atrás y tenía que ver con la división típica de los partidos de izquierda entre reformistas y revolucionarios.
Durante esos años ya era conocida como “Rosa Roja” y fue encarcelada una y otra vez por encabezar protestas contra el conflicto bélico.
La fundación del Partido Comunista Alemán (KPD), a partir de la llamada Liga Espartaco creada por Luxemburgo y Liebknecht, fue vista por los socialdemócratas reformistas como una declaración de guerra.
Liebknecht creyó que había llegado el momento de hacer la revolución en Alemania. Rosa Luxemburgo era algo escéptica –decía que una revolución no se hace sino que es algo que simplemente ocurre– pero el curso de los acontecimientos la puso al frente de un conflicto que terminaría pagando con su vida.
Entre el 5 y el 12 de enero de 1919 se desató en Berlín el llamado Levantamiento Espartaquista, una huelga general cuyo objetivo era tomar el poder en Alemania.
El presidente socialdemócrata Friedrich Ebert respondió sin que le temblara el pulso: les ordenó a los freikorps –tropas irregulares, nacionalistas y anticomunistas– que aplastaran la rebelión.
Tras ser torturados y baleados, su cuerpo y el de Liebneck fueron arrojados al Landwehrkanal –uno de los muchos canales de Berlín, que desemboca en el río Spree–. Incluso se cree que Rosa Luxemburgo aún estaba con vida.
Su cadáver fue hallado cuatro meses después y reconocido sólo por los guantes que llevaba, por lo que siempre quedaron dudas sobre la verdadera identidad de esos restos.
No obstante, su entierro fue acompañado por miles de personas que dieron cuenta de la altura popular que había alcanzado.
El sitio exacto en donde fueron arrojados los cadáveres, y donde actualmente hay un monumento, fue hace unos días el punto de partida de una gira organizada por un grupo de historiadores de izquierda por lugares relacionados con las últimas horas de Luxemburgo, en medio de un intento revolucionario fracasado.
Publicado en Diario "Río Negro", 17 de Enero de 2019.
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