No hubo banderas radicales ni militantes esperando noticias afuera del Hospital Universitario Austral. No hubo mensajes en las redes sociales de políticos; ni propios ni extraños. Al ex presidente Fernando De la Rúa, internado desde el martes 1 en grave estado, lo acompañó su mujer y sus hijos: el círculo más íntimo. El único que conservó con el paso de los años.
De la Rúa había celebrado año nuevo en su quinta de Villa Rosa con su mujer Inés Pertiné, sus hijos Agustina y Juan, sus nietos y pocos familiares más. Pero en la madrugada del 1 de enero, el hombre de 81 años se descompensó: en pocos minutos recorrieron los siete kilómetros que separan su lugar de descanso de la clínica del partido de Pilar para que fuera internado.
Sus hijos Fernando y Antonio estaban afuera del país y debieron volver de urgencia cuando se enteraron del delicado estado de salud de su padre. Del aeropuerto fueron al hospital con las valijas a cuestas para verlo.
“Teniendo en cuenta sus antecedentes médicos, se puede decir que a fin de año estaba bien”, revela a NOTICIAS un familiar que lo acompañó en Navidad, aunque se fue antes de Año Nuevo.
“Al ingresar presentó un cuadro de infección respiratoria que agravó dolencias cardiovasculares previas. Se inició tratamiento antibiótico y se le realizó una angioplastía coronaria para asistir al corazón”, explicaron en un parte médico desde el Austral, al cierre de esta edición.
El ex presidente acumulaba antecedentes coronarios: en junio del 2001, pocos meses antes de la debacle de su gobierno, había sido intervenido quirúrgicamente por la misma dolencia. “En aquel momento, por una sobreactuación política, apenas se quedó un día internado. Menos de lo recomendable”, recuerda para NOTICIAS el periodista y médico Nelson Castro.
En diciembre de ese año, cuando apenas había llegado a la mitad de su mandato, la crisis política y económica lo expulsó del sillón de Rivadavia. Accedió a la terraza de la Casa Rosada, subió al helicóptero y dejó allí una parte de su vida.
Exilio. La presidencia de De la Rúa es, para muchos políticos, la mancha negra de la democracia. Ni siquiera la Unión Cívica Radical pretende recordarlo, a pesar de que es el único ex mandatario vivo que pertenece al centenario partido. No hay fotos suyas en los despachos radicales ni en los comités. “Es que están escondidas”, dice algo avergonzado un dirigente. La figura moderna y excluyente del radicalismo es Raúl Alfonsín.
Tras su fallido gobierno, De la Rúa se alejó del partido y los radicales nunca volvieron a buscarlo. Fue un divorcio en los peores términos. Desde que dejó la presidencia, apenas se dedicó a aparecer públicamente en actos oficiales, cuando la invitación provenía del Congreso o de la Casa Rosada, o defendiéndose en Comodoro Py en alguna de las múltiples causas en las que fue acusado. La última vez que se lo pudo ver fue el 30 de noviembre, en la gala del G20 en el Teatro Colón. Allí compartió palco y se fotografió con el ex presidente Carlos Menem.
“No tuvo vida partidaria”, dice un reconocido dirigente radical. Y completa: “Es que Fernando dejó mucha gente herida. Sus funcionarios le huyeron y los intendentes y gobernadores de aquella época se sintieron defraudados: al irse los dejó desamparados”. Ni los jóvenes universitarios de Franja Morada le rinden culto: “Vamos a volver, como en el ’83”, cantan. Del ’99, ni noticias.
Para el peronismo es el ejemplo perfecto de la poca cintura política que tienen los demás para gobernar. Cada fin de año, reaparecen los fantasmas del “diciembre negro”. Secuelas de la crisis.
Desde entonces, De la Rúa eligió exiliarse en su coqueto departamento de la calle Alvear, en Recoleta, apenas a 30 cuadras de la Casa Rosada.
Salud. El ex presidente tiene un largo historial de afecciones que incluyen, además de la primera angioplastía de 2001, otra en 2014 y una internación por problemas en la vejiga en 2016, entre otros inconvenientes. “Apenas asumió tuvo un neumotórax. Él era un fumador oculto”, agrega Nelson Castro. El periodista se había sumergido en el estudio de la salud de De la Rúa durante su gobierno, aún antes de haber publicado “Enfermos de poder”, el libro que recopila las afecciones de los mandatarios argentinos y sus consecuencias. “Por eso muchos dirigentes me venían a ver: creían que De la Rúa estaba enfermo. Pero no: lo que le pasó en realidad es que el impacto político lo paralizó. El estrés de su mandato lo aniquiló”, concluye.
La vida política de De la Rúa murió el 21 de diciembre del 2001. Pero el ex presidente nunca hizo ningún esfuerzo por revivirla. Se entregó a su mala suerte y a su impericia. El nombre de su coalición también quedó como una mancha: ningún político quiere ser relacionado con la Alianza. Por eso, aún con su salud deteriorada y a sus 81 años, nadie se apiada de él. Al cierre de esta nota, De la Rúa peleaba por su vida en el Austral apenas acompañado por su familia: los políticos reciben las novedades por los medios de comunicación y la comentan al pasar en los pasillos, como si se tratara de alguien completamente ajeno. Es la dura condena por haber visto el ocaso.
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