El liberalismo es la iniquidad.
Autor: Horacio Bojorge.
Introducción.
(La presente conferencia fue impartida en el Encuentro San Bernardo de Claraval, en septiembre del 2008)
Dado que los demás expositores de este Encuentro, se han ocupado ya y se ocuparán luego, del liberalismo; tanto como doctrina, cuanto de sus antecedentes históricos y filosóficos y también de sus actuales consecuencias, yo me ceñiré a tratar en mi exposición, no tanto del sujeto de esta proposición “el liberalismo”, sino del predicado: “es pecado”.
Y, respecto de este predicado, me permitiré precisar un poco más esta determinación del sujeto “el liberalismo”, modificando el predicado “es pecado” y afirmando, – demostración mediante -, que el liberalismo no es simplemente pecado, es decir, un pecado, sino el pecado. Pues, cuando decimos es pecado, podríamos entender que se trata de un pecado más entre otros mientras que yo afirmo que es el pecado por excelencia, raíz, suma y cima de todos los pecados, que Nuestro Señor Jesucristo llamó: la iniquidad.
Creo que con la precisión que introduzco, interpreto la intención última del Padre Félix Sardá i Salvany, que así tituló su obra: “El liberalismo es pecado”.
La tesis que expondré.
Al explicitar que “El liberalismo es El pecado”, el pecado por excelencia, pretendo avanzar un paso más en la comprensión de qué tipo de pecado se trata y por qué el liberalismo lo es en forma plena y llana.
La tesis que voy a exponer, pues, es que: El liberalismo es el pecado, porque el liberalismo es la iniquidad: es el pecado contra el Espíritu Santo, es el rechazo del Hijo y la Rebelión contra el Padre.
El título y el tema de mi exposición, ahonda en el significado, o sea en el sentido en que debemos entender que el liberalismo es pecado. Es el pecado directo contra Cristo y el Padre. Es, por eso, el pecado contra el Espíritu Santo. Y a este pecado, como veremos, se le llama, en el Nuevo Testamento, La iniquidad.
En efecto, afirmo que el liberalismo no solamente es pecado, – un pecado-, sino que es el pecado, el pecado del Diablo, del que se dice en el libro de la Sabiduría que “por envidia, es decir: por acedia del Diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan los que le pertenecen” , cuando, se rebelan contra Dios, como el Diablo y, asociándose en un mismo “no serviré” aspiran a colocarse en el lugar de Dios.
Éste es el pecado, suma, suprema iniquidad cuya plena manifestación está reservada al fin de los tiempos y a la que San Pablo llama “El misterio de la iniquidad” (Mysterium iniquitatis).
Toda mi exposición tiende a mostrar al liberalismo como manifestación del misterio de la iniquidad que san Pablo denuncia como actuando ya ocultamente en sus tiempos.
Y, aunque volveremos sobre ello, conviene adelantar que la iniquidad, consiste, según el Nuevo Testamento, en el rechazo de Jesucristo y de la revelación de Dios Padre, como vida y salvación del hombre. La iniquidad es la oposición del espíritu impuro al Espíritu Santo y, por eso, es el pecado directo contra el Espíritu Santo.
Este rechazo, puede ser explícito como el de los judíos y de otros que niegan validez a la revelación histórica cristiana, o implícito, como el de los ateos prácticos y los indiferentes, o de los que no se oponen a la verdad sino que simplemente la relegan distraídamente al terreno de los implícitos, que es muchas veces el terreno de lo que se considera innecesario explicitar, y a veces incluso inconveniente hacerlo.
Un ejemplo reciente:
Y pongo un ejemplo reciente para explicar a qué tipo de silencios, omisiones o bien olvidos, me refiero.
El Papa Benedicto XVI – así tengo entendido – introdujo una pequeña modificación en la letra del Tema de la Vª Conferencia del Episcopado en América Latina y el Caribe. El Tema que le presentaban era: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos tengan vida”.
El Papa agregó apenas un “en Él”: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”
Con este pequeñísimo agregado de dos partículas: en Él, el Papa explicitó algo fundamental, esencial. Algo que, de haber quedado implícito, habría podido cobijar un funesto equívoco en la comprensión de la expresión “tengan vida”.
Tener vida en Él, quiere decir tener la vida plena de Hijos, que Jesucristo viene a anunciar. La meta de la misión de los discípulos queda definida explícitamente por su finalidad: “para que tengan vida en Él”.
Con este agregado a la letra, que inspiradamente introdujo el Vicario de Cristo, no solamente el Tema de la Conferencia, sino la Conferencia misma, quedó vacunada contra la reducción gramsciana de la idea de vida del hombre, que la limita al existir puramente terreno. Una reducción inmanentista que tiene su raíz en el racionalismo, el naturalismo y el liberalismo, y culmina en el materialismo marxista.
Me daría por feliz y contento, si al final de mi exposición pudiera comprenderse la naturaleza del pecado del liberalismo, y comprender así mejor la naturaleza del peligro que conjuró el Papa, recordando a los pastores y fieles de la Iglesia católica en estas regiones de América Latina y el Caribe, que la meta de su tarea misionera y evangelizadora es procurar que estos pueblos tengan vida en Cristo mediante el anuncio del Padre. Es decir aquellavida, vida eterna, vida católica, que solamente se puede tener en Él. Aquella vida que consiste en entrar en comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo por obra del Espíritu Santo.
Notemos cómo en el fondo de la imprecisión, en el fondo de la vaguedad, en la raíz de la distracción que hubiera permitido implicitar algo esencial al evangelio; en la implicitación de que se trata de vivir en Cristo, como Hijos del Padre celestial, se dejaba lugar para que se agazapara, – en una omisión que sirve al silenciamiento, porque no lo disipa -, se dejaba lugar para que se agazapara, – decimos -, la infición liberal, que separa la vida del hombre de su vida en Dios. Una visión naturalista, para la cual, el último horizonte de la vida del hombre es la calidad de vida.
El silencio acerca de lo esencial sería particularmente dañoso si proviniese de un olvido de lo esencial y sería demoníaco si proviniese de una aversión acediosa a lo esencial.
Capítulo 1: El liberalismo es pecado
(de Félix Sardá i Salvany: El liberalismo es pecado)
Antes de proseguir el desarrollo de mi exposición quiero detenerme un momento a resumir, como punto de referencia fundamental, el diagnóstico que nos da el Padre Félix Sardá i Salvany en su obra “El liberalismo es pecado”.
Dice el Padre Sardá: “El Liberalismo es pecado, ya se le considere en el orden de las doctrinas, ya en el orden de los hechos.
En el orden de las doctrinas es pecado grave contra la fe, porque el conjunto de las doctrinas suyas es herejía, aunque no lo sea tal vez en alguna que otra de sus afirmaciones o negaciones aisladas.
En el orden de los hechos es pecado contra los diversos Mandamientos de la ley de Dios y de su Iglesia, porque de todos es infracción.
Más claro. En el orden de las doctrinas el Liberalismo es la herejía universal y radical, porque las comprende todas: en el orden de los hechos es la infracción radical y universal, porque todas las autoriza y sanciona”.
Enunciada la doble tesis, el Padre Sardá i Salvany pasa a fundamentarla:
- a) En el orden de las doctrinas el liberalismo es herejía. Herejía es toda doctrina que niega con negación formal y pertinaz un dogma de la fe cristiana. El liberalismo doctrina los niega primero todos en general y después cada uno en particular. Los niega todos en general, cuando afirma o supone la independencia absoluta de la razón individual en el individuo, y de la razón social o criterio público en la sociedad. Decimos afirma o supone, porque a veces en las consecuencias secundarias no se afirma el principio liberal, pero se le da por supuesto y admitido.
-1) Niega la jurisdicción absoluta de Cristo Dios sobre los individuos y las sociedades, y en consecuencia la jurisdicción delegada que sobre todos y cada uno de los fieles, de cualquier condición y dignidad que sean, recibió de Dios la Cabeza visible de la Iglesia.
-2) Niega la necesidad de la divina revelación, y la obligación que tiene el hombre de admitirla, si quiere alcanzar su último fin.
-3) Niega el motivo formal de la fe, esto es, la autoridad de Dios que revela, admitiendo de la doctrina revelada sólo aquellas verdades que alcanza su corto entendimiento.
-4) Niega el magisterio infalible de la Iglesia y del Papa, y en consecuencia todas las doctrinas por ellos definidas y enseñadas.
-5) Y después de esta negación general y en globo, niega cada uno de los dogmas, parcialmente o en concreto, a medida que, según las circunstancias, los encuentra opuestos a su criterio racionalista. Así niega la fe del Bautismo cuando admite o supone la igualdad de todos los cultos; niega la santidad del matrimonio cuando sienta la doctrina del llamado matrimonio civil; niega la infalibilidad del Pontífice Romano cuando rehúsa admitir como ley sus oficiales mandatos y enseñanzas, sujetándolos a su pase o exequátur, no como en su principio para asegurarse de la autenticidad, sino para juzgar del contenido.
- b) En el orden de los hechos es radical inmoralidad. Lo es porque destruye el principio o regla fundamental de toda moralidad, que es la razón eterna de Dios imponiéndose a la humana; canoniza el absurdo principio de la moral independiente, que es en el fondo la moral sin ley, o lo que es lo mismo, la moral libre, o sea una moral que no es moral, pues la idea de moral, además de su condición directiva, encierra esencialmente la idea de enfrenamiento o limitación. Además, el Liberalismo es toda inmoralidad, porque en su proceso histórico ha cometido y sancionado como lícita la infracción de todos los mandamientos, desde el que manda el culto de un solo Dios, que es el primero del Decálogo, hasta el que prescribe el pago de los derechos temporales a la Iglesia, que es el último de los cinco de ella.
Por donde cabe decir que el Liberalismo, en el orden de las ideas, es el error absoluto, y en el orden de los hechos, es el absoluto desorden. Y por ambos conceptos es pecado, ex genere suo, gravísimo; es pecado mortal.” .
Hasta aquí la cita.
El camino a seguir
Todo lo que dice el P. Sardá i Salvany es verdad. ¡Sí! Pero hay aún más.
Intentaré mostrarlo, explicitando algo que está implicado en el certero diagnóstico espiritual del apologista español.
Ese más que hay, es que: el Liberalismo es el pecado. Y lo es en el sentido específico en que él es la iniquidad. La cual – nos enseña el Nuevo Testamento – es ni más ni menos que la puesta en acto de la suprema iniquidad anticristiana y antitea, incoada ocultamente en la historia, cuya manifestación virulenta, es signo esjatológico, porque es causante de una disolución final de la humanidad y preámbulo de la dominación del Anticristo.
Como veremos, San Juan define ese pecado como la iniquidad, en griego: he anomía, la anomía. Ese pecado muy único y singular, esa anomía, aparece en el Nuevo Testamento siempre vinculada al Anticristo y a los últimos tiempos; al juicio final o a los antecedentes de la Parousía de Nuestro Señor Jesucristo, y se aplica, ya desde los comienzos de la Iglesia, al rechazo de Cristo y de Dios Padre a quien el Hijo viene a revelar. “Muchos anticristos han aparecido” – afirma San Juan en su primera Carta – “Este es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco admite al Padre; quien reconoce al Hijo también admite al Padre”.
Este rechazo lo experimentó el mismo Jesucristo durante su vida y lo calificó de “blasfemia contra el Espíritu Santo” . El mismo rechazo lo siguieron experimentando, – presente y operante dentro de ellas-, las comunidades eclesiales apostólicas. Y tanto Juan como Pablo, iluminados por las palabras de Jesús, interpretaron su naturaleza y anunciaron que recrudecería en los últimos tiempos.
Un ejemplo de lenguaje inicuo
Véase, como botón de muestra del lenguaje de la iniquidad moderna, lo que dice David Friedrich Strauss, pastor y teólogo, árbitro ilustrado de lo que puede ser un Cristo aceptable:
“Mientras el cristianismo sea considerado como algo dado a la Humanidad desde afuera de ella; Cristo como alguien venido del cielo; su Iglesia como una institución para quitar los pecados de los hombres por medio de su sangre, se estará concibiendo el cristianismo a lo judío y la Religión del Espíritu seguirá siendo carnal. Sólo se entenderá al Cristianismo cuando se reconozca que en él, la Humanidad sólo se ha hecho más consciente de sí misma de lo que hasta ahora lo había sido: que Jesús es sólo aquel Hombre en el que por primera vez se manifestó esta conciencia más profunda como una fuerza determinante de toda su vida y de todo su ser; y que sólo mediante el acceso a esta nueva conciencia se quita el pecado”.
De lo publicado en el sitio "Que no te la cuenten" e imagen del mismo sitio.
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