Si hubiera sido un bien material reunía todas las condiciones para que lo eligieran como patrimonio de la humanidad. Pero los seres que dejan tanta huella también podrían ser patrimonio de todos, porque terminan siendo exponentes irreemplazables en lo que hicieron.
Y la música va a extrañar a Jaime Torres, hombre ligado por la eternidad con el charango, instrumento complejo para ejecutar, pero que encontró en él un exponente gigante.
Jaime Torres es sinónimo del folclore y también del charango. No hay Jaime Torres sin charango ni charango sin Jaime Torres.
Se me ocurría compararlo con algún otro exponente de su estilo y la verdad no existe alguien con esas virtudes a la hora del folclore de raíz con charango de por medio.
Tal vez podría ser el Ariel Ramírez del charango o la mercedes Sosa del canto.
Intento ponerlo en un escenario que le dé el lugar que tiene en el folclore.
Jaime Torres murió, pero dejó una obra enorme para la música. Lo que hizo por el charango fue pura creación, pura improvisación hasta instalar su nombre, su estilo entre los grandes de la música. Él no era un hombre formado en un conservatorio, aprendió de la gente, de sus pares que en la Argentina de bien adentro sabían tocar el charango. Porque en algunos sitios de la Argentina hay personajes que vienen con un chip de fábrica colocado y nacen casi con la magia de aprender de la nada a ejecutar un bombo, una guitarra o un charango.
Cuando se muere alguien como Jaime Torres nos invade la tristeza, pero al mismo tiempo sabemos que todas sus creaciones con acento autóctono, con aroma de altiplano, quedarán por siempre y que generaciones impensadas tendrán la suerte de poder escucharlo.
Eso es lo grandioso de la música, que perdura, que ni la muerte es capaz de borrarla. Porque en definitiva Jaime Torres fue música.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 6 de Enero de 2018.
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