Ante un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad de Juan Manuel de Rosas, acontecido el 14 de marzo de 1877 en Southampton, Inglaterra, traigo al presente la crónica que antaño realizará el periodista y novelista Tomás Eloy Martínez en 1969.
Fue el último mes de 1969 cuando la revista Panorama: Testigo de nuestro tiempo, con la dirección editorial de Pedro Larralde, y Miguel Grinberg, Daniel Muchnik, Juan Gelman, José Pasquini Durán, Miguel Brascó, Horacio Salas y Marcos Merchensky, entre algunas firmas notables del staff, publicó su edición n° 136 en los primeros días de diciembre. “Los últimos días de Rosas: exclusivo desde Southampton”, fue la nota de tapa, con una imagen de la tumba del Restaurador y un relato a cargo de su corresponsal Tomás Eloy Martínez, quien un par de años después dirigirá dicha publicación.
“A mediados de noviembre, Tomás Eloy Martínez fue enviado por Panorama a Londres y Southampton para investigar uno de los momentos más oscuros y menos frecuentados de la historia argentina: el exilio de Juan Manuel de Rosas. Durante los seis días que permaneció en Inglaterra, Martínez recorrió los lugares donde había vivido el ex Restaurador de las Leyes, indagó en los archivos públicos y en los registros oficiales de Southampton, revisó diarios íntimos, dialogó con historiadores, párrocos y vecinos. Ya en Buenos Aires, cotejó esos datos con los que aportaba las biografías de Adolfo Saldías, Carlos Ibarguren, José Luis Busaniche y José María Rosa”.
Ya de por sí dicha nota debería ser un modelo para estudiantes de periodismo por su notable investigación y fino estilo de escritura, independientemente si uno coincide o no con su resultado en cuanto a cómo el cronista tomó de la figura del ex gobernador.
Martínez aseveró: “A nadie pareció importarle aquella muerte. Cuando el cortejo fúnebre salió de la iglesia católica de Saint Joseph, en Bugle Street – después de un responso que duró doce minutos -, el alcalde de Southampton estaba en los muelles del río Test, apadrinando la botadura de una fragata, y una cuadrilla de peones demolía el primer piso del hotel Windsor, donde el difunto había vivido su primer año de exilio. Era el 15 de marzo de 1877, y en el Southampotn Time & Hampshire Express (que dedicaba treinta y dos líneas en su edición del día a trazar una indiferente (sic) semblanza de Juan Manuel de Rosas) se anunciaba para el anochecer una tormenta que avanzaba desde Escocia y amenazaba con interrumpir la adelantada primavera de la costa”. Seguidamente profundiza aspectos del traslado del féretro: “El cortejo se desvió
lentamente hacia la catedral normanda de Saint – Michael, alcanzó la Calle Mayor y siguió rumbo al norte, entre las tiendas de comestibles del East Park. En un carruaje descubierto… iba el ataúd de roble, cubierto por una bandera argentina. Detrás, en el pequeño brougham (carruaje) que la Compañía de Entierros de Hampshire había puesto a disposición de los deudos, viajaban Manuela Rosas de Terrero, hija del muerto; Augusta Gordon, hermana del héroe de la campaña de China, y Elizabeth Adams, un ama de llaves que servía a Manuela desde su casamiento en 1852. Las escoltaban quince jinetes, con las monturas tocadas por crespones; dos de ellos se acercaban a intervalos a las ventanillas del brougham y hablaban con las mujeres: eran Máximo Manuel y Rodrigo Thomas Terrero, de 20 y 19 años, nietos de Rosas. El grupo dobló por Carlton Crescent y se detuvo un minuto ante la mansión de Rockstone Place que había servido de refugio al brigadier general durante más de una década… Luego, los cocheros apuraron la marca, tomaron la carretera de Londres y enfilaron hacia el Cementerio común donde una fosa esperaba abierta desde las 9 de la mañana”.
Aquí el coronista señaló que “A partir de ese momento, los archivos difieren en los detalles: el Hampshire Echo informa que un capellán tomó la bandera que abrazaba el féretro, la roció con agua bendita y la entregó a Manuela; la señora Sandell (historiadora local) asegura que la bandera descendió a la fosa y que Máximo Manuel depositó sobre ella el sable corvo de las campañas de la independencia que José de San Martín le había regalado a su abuelo. Pero la tumba sigue emplazada en el mismo sitio, cincuenta metros a la derecha de las verjas de entrada, en las que alguien forjó, dos siglos atrás, las rosas de los Lancaster y de los York”.
Martínez, seguidamente, entrevistó al guardián del cementerio, George Everton, quien aseguró que “ha visto detenerse ante el sepulcro a no más de un centenar de visitantes, en los últimos cinco años”. Y que su mujer e hijo “suelen tropezar los 14 de marzo con ramos de flores silvestres, que alguien deja caer detrás de la balaustrada”. Y que los visitantes al Restaurador “no han molestado a estos difuntos con servicios religiosos ni placas de homenajes. Los descendientes, o tal vez la embajada argentina, entregan al señor Charles Ray, residente de Southampton, los fondos necesarios para la limpieza y la pintura de los hierros”.
El periodista, como nota de color, citó un libro de memoria de “un notable de la ciudad”, quien contó que “el general Rosas y el joven oficial Charles George Gordon, que viven en casa vecinas de esta misma calle, me invitaron ayer (el 7 de enero de 1859) a tomar el té en el domicilio del segundo”. Gordon fue un oficial condecorado en
la Guerra de Crimea, regresando a Inglaterra a fines de 1858, siendo vecino de Rosas y departiendo con él no pocas veces. El joven capitán, recién ascendido en abril de 1859, tendría fama mundial por su participación en China por la lucha contra la Rebelión Taiping contra el emperador chino, salvando a la dinastía manchú. Su posterior accionar en Egipto y Sudán, con su resistencia a las fuerzas derviches, que le costó la muerte y su cabeza decapitada, se lo inmortalizó en el libro “La guerra del río: un relato histórico de la reconquista de Sudán” (1899), de Winston Churchill, y en la película británica “Khartoum” (1966), con Charlton Heston en el papel de Gordon.
“No queda nadie en Southampton que recuerde esa historia. Toda señal de la finca se ha esfumado. W. H. Matcham, que la compró a la familia Fleming al terminar la Gran Guerra, resolvió demolerla en 1926. Ahora, en el cruce entre las la calle Burgess y Langhorn Road, se alza – según el relato de Eloy – una veintena de casitas de dos plantas, ocupadas por pequeños burgueses. A la derecha, sobre la franja de terreno estuvo emplazado el casco (en cuyo primer piso murió Rosas), vive Charles Spencer Smith, segundo cajero del Banco Lloyd, con su mujer y sus tres hijos. Al frente, donde se desparramaban las casas de la peonada, habitaban los Ryan y los Petticoat, empleados del municipio y de los astilleros. Jamás habían oído mencionar a Rosas hasta que un argentino golpeó a sus puertas para indagar si conocían su desventura”.
Aunque se divulgó – cosa que Martínez repitió - que Rosas fue un anciano quejoso de su pobreza, y que sólo le interesó las faenas rurales, reclamar por sus bienes confiscados y redactar en infinitas versiones su testamento, él estuvo muy al tanto de la situación política rioplatense, analizándola desde su experiencia como jefe de la Confederación Argentina. Lector infatigable de periódicos ingleses, no perdió oportunidad de dar sus puntos de vista en reuniones con el cardenal Wiseman y el primer ministro Lord Palmerton.
Cerró su relato Eloy con esta poética referencia: “a veinticinco pasos de su tumba… una lápida mohosa deja leer… un verso de Shakespeare: “Perduraré donde más alienta el aliento: es decir, en los labios de los hombres”. El epitafio es perfecto. Alude a un personaje que está más allá de los bienes y los males del mundo, de las rencillas sobre sus actos, de las polvaredas que levanta su memoria. A Juan Manuel de Rosas, que era parco en palabras, esa forma de la inmortalidad no le hubiera disgustado. Porque en la frase de Shakespeare no se elogia el verbo, sino el aliento que lo sostiene”.
* Licenciado en Ciencia Política. Secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas.
PUBLICADO EN DIARIO "LA PRENSA", 13/03/2022.
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