El 24 de marzo en primera persona: ni héroes ni víctimas, solo sobrevivientes.
Los argentinos padecemos de una extraña enfermedad, la del "yo no fui", "yo ya me había ido" y "la culpa la tienen los otros".
Los argentinos padecemos de una extraña enfermedad, la del “yo no fui”, “yo ya me había ido” y “la culpa la tienen los otros”. Hoy a 46 años, nadie recuerda haber visto con alivio y simpatía la llegada de los militares el 24 de marzo de 1976 .
Tal vez una de las confesiones más honesta y dolorosa, fue la de Taty Almeyda, dirigente de las Madres de Plaza de Mayo, quien reconoció haberse alegrado por la llegada de los militares al poder, creyendo que iban a liberar a su hijo secuestrado unos meses antes del golpe. Pero Taty no fue la única, gran parte de la sociedad argentina tenía la misma sensación.
En marzo de 1976 salvo unos pocos peronistas que -sin mucha convicción - decíamos defender al gobierno constitucional, la enorme mayoría silenciosa y no silenciosa esperaba que “alguien llegara a poner orden” en una Argentina violenta y desmadrada. En 1983 un sondeo realizado por la consultora Aresco, de Julio Aurelio, midió las expectativas frente al gobierno militar de 1976. Sólo el 14% lo rechazaba, en el 46% generaba entusiasmo y alivio, en el 24% generaba indiferencia y desconfianza en el 16%.
El golpe venía pensándose desde la muerte del General Perón el 1 de Julio de 1974. Su mujer Isabel asumió un gobierno en una situación compleja, sometido al doble asedio por derecha e izquierda. La guerrilla del ERP se instalaba en Tucumán, Montoneros pasaba a la clandestinidad; y comenzaba a operar la Triple A. La guerrilla iba aumentando su nivel de violencia, en ataques a cuarteles militares, policías y empresarios. Y las bandas de derecha dirigidas por la Inteligencia militar, asesinaban a militantes de izquierda.
En julio del 75 el plan de ajuste conocido como el “Rodrigazo” había instalado la hiperinflación y los controles de precios tenían su contrapartida de desabastecimiento y mercado negro. La guerrilla realizaba secuestros millonarios, e impresionantes asaltos a unidades militares. Las bandas parapoliciales de la Triple A, sembraban de bombas y cadáveres las calles de las ciudades. La violencia política llenaba tapas de diario y los violadores y ladrones comunes quedaban relegados a pequeñas notas.
En agosto de 1975, cuando asume Videla la comandancia del Ejercito, se empiezan a estudiar los planes de un golpe. Si bien los mandos medios, mas golpeados en la confrontación con la guerrilla, querían acelerar los tiempos, el consejo de la Embajada, de Alsogaray y otros personajes, era esperar a que el gobierno se debilitara lo máximo posible. Isabel convocó elecciones anticipadas para octubre del 76, en un intento de llegar al recambio constitucional “aunque sea con muletas” según diría el líder radical Ricardo Balbin.
Neuquén, una provincia tranquila.
Por aquellos años en Neuquén no se vivía el nivel de violencia de otras ciudades, como por ejemplo Bahía Blanca, donde una banda de la Triple A asesinaba gente con total impunidad, y la guerrilla hacía sentir su accionar.
Neuquén estaba bajo el paraguas de dos “dones”. Don Jaime y Don Felipe. El obispo Don Jaime de Nevares que tenía una actitud muy pro-activa en defensa de los derechos humanos. Y el gobernador de Don Felipe Sapag, quien, con su policía, controlaba y evitaba que en nuestra provincia operen los grupos más violentos.
Pero, en el clima de violencia general, también Neuquén tenía lo suyo. Los peronistas estábamos refugiados en algunos sindicatos como ANEOP, la UOCRA y la Unión Ferroviaria. Y Don Felipe tenía sus grupos de choque que eran de temer. A veces se producían enfrentamientos muy violentos, como aquella asamblea de ANEOP en el local de la UOCRA donde un grupo del MPN intentó irrumpir y desató un furioso tiroteo que redujo a polvo los vidrios del local y milagrosamente ningún herido. La Policía (que estaba a media cuadra) solo intervino cuando los bandos agotaron la munición, y detuvieron, por supuesto, a los del bando nuestro.
A esperar el Comunicado Nº 1.
En el país el clima general era de caos y nadie apostaba a sostener el gobierno de Isabel, que se venía cayendo. Teníamos la memoria fresca del golpe de Pinochet en Chile. Sabíamos que primero se produjo el “Tacnazo”; un levantamiento de la guarnición de tanques Tacna, que sirvió para medir el nivel de resistencia. También aquí, en los últimos días de diciembre del 75, se levantó el Brigadier Capellini; rebelión sofocada rápidamente; pero que expuso claramente que no había en el país fuerzas civiles, ni militares, que estuvieran dispuestas a resistir un golpe.
En marzo los diarios lo venían anunciando cada vez con más fuerza. El día 23 de marzo, a la tarde, podían verse como Diputados y Senadores retiraban sus pertenencias personales del Congreso y todo anunciaba el golpe para esa misma noche.
Esa tarde del 23, con dos compañeros, Jorge Tilleria y el “Oso” Osvaldo Mateos, fuimos hasta la pequeña laguna que estaba en la bajada de Alta Barda, (donde ahora esta el Coto). Allí tiramos algunos libros, panfletos, un revolver, y unas cajas de balas, que suponíamos, de nada iban a servir para lo que se venía.
Yo vivía en una pieza de alquiler en el barrio Mariano Moreno, que la Brigada de Investigaciones me había allanado un par de veces. Y, desde hacía meses había abandonado la facultad después de recibir amenazas de la Triple A.
Esa noche nos quedamos en la casa de Jorge Tillería, que estaba menos “quemada”, a esperar el “Comunicado Nº 1” , que efectivamente escuchamos de madrugada.
Por la mañana la ciudad apareció controlada por fuerzas militares. Subimos al Fiat 600 de Jorge y fuimos hasta la casa del “Gato” Daniel Baum, -a una cuadra de la gobernación- a chequear si lo habían detenido. Su anciana madre nos atendió por la mirilla y nos dijo que no estaba en la casa.
Y luego emprendimos viaje hacia el sur por la ruta 22 . Pero, en un Fiat 600, tres pibes jóvenes y con cara de “estoy huyendo”, no teníamos ninguna chance de sortear el primer control militar que hubiese en la ruta. Hicimos cuentas, para el lado de Zapala, había guarnición militar. En Piedra del Águila, seguramente estaría la Gendarmería y policía, y mas al sur Bariloche, Junín o San Martín, Ejercito por todos lados. En Chile Pinochet. No íbamos a llegar lejos…
Conclusión mas razonable (si se puede decir razonar en ese delirio): en China Muerta doblamos hacia el Limay, anduvimos un par de kilómetros y en una arboleda a la orilla del rio, cerca de la casa de un paisano, bajamos y armamos una carpa simulando que estábamos pasando unos días de pesca.
En nuestras cabezas estaba lo del golpe de Chile: toque de queda, tribunales militares, sabotajes, noticias de fusilamientos... pero nada de eso sucedía. La radio LU5 informaba lo de todos los días. Nos llamaba la atención que informaba la programación de los cines Español y el Belgrano, eso significaba que no había toque de queda. Y el domingo trasmitieron normalmente el partido de la selección argentina con Holanda. De pronto, comenzamos a pensar, que los únicos despistados que creíamos que el país estaba en guerra, éramos nosotros. Pasados unos días, el aburrimiento y la falta de comida nos indujo a emprender el regreso.
La ciudad tenía su ritmo normal, ni siquiera era visible mucha presencia policial o militar; el país parecía estar en paz y orden, y los diarios ya no reflejaban muertos y bombas, sino las nuevas medidas económicas. Parecía que la sociedad respiraba aliviada el fin del gobierno peronista.
De a poco nos fuimos enterando, el 24 a la noche el mismo Guglielminetti, encabezó una decena de allanamientos en Neuquén. Había caído el “Chango” Arias, el “Turco” Ramón Jure, y otros compañeros nuestros vinculados al Bloque de Diputados del PJ.
Poco antes de morir el ex-dictador Videla, explicó la “Operación Bolsa” que consistió en detener esa misma noche varios centenares de dirigentes políticos y sindicales en todo el país. Ese operativo tenía dos objetivos, por un lado evitar cualquier intento de resistencia al golpe y segundo, tener presos políticos en las cárceles para mostrar una represión, no legal, pero a la vista de todos. Mientras tanto, en la más absoluta clandestinidad desataban el genocidio, que ahora todos conocemos.
Los detenidos de la “Operación Bolsa” pasaron uno o dos años presos, pero eso finalmente fue considerado casi una circunstancia de suerte. Un mes después viajando en el Tirsa, en la parada de Santa Rosa, me encuentro con Raúl Horacio Cabezas (amigo de Neuquén) venía en el otro ómnibus de Chevallier, disfrazado de gaucho y con un papelito de extravío de documento falso. Allí me contó que le habían allanado en departamento en Buenos Aires y venía a presentarse a la Policía Federal en Neuquén. Combinamos que al llegar, yo pasaba por su casa, para chequear que no lo habían detenido en el camino. Y así fue. Se presentó y lo dejaron en prisión cerca de un año.
Los sobrevivientes vivíamos la sensación de ser conejos encerrados en una jaula llena de lobos ; había que quedarse quietito y no respirar fuerte mientras andaban cerca los lobos. La verdad, entre quienes no estábamos vinculados a las organizaciones armadas, nadie intentaba pasar por héroe. Era suficiente con conservar la libertad y la vida.
Muchas veces el azar jugó a favor o en contra. En mi caso venir a estudiar en Neuquén en el 74 , en lugar de ir a La Plata como tenía planeado, fue el azar a favor. Yo nací y milité hasta los 18 años en Pergamino, Pcia de Buenos Aires. Allí integre los niveles inferiores de la columna de Montoneros José Gervasio Artigas, que rompió con la organización a inicios del 74. Esta ruptura produjo una diáspora y la formación de otros agrupamientos desvinculados de la acción armada, razón por la cual no fuimos un blanco directo de la represión; aunque tuvimos varios compañeros detenidos y desaparecidos.
En el año 2006 hice una consulta en Comisión Provincial de la Memoria de La Plata, que resguarda los archivos de la temida DIPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de Buenos Aires). Para mi sorpresa, tenía allí, el Legajo Nº 292, fechado el 22-05-72 (a mis 17 años). Cuando vi que la ficha decía Mesa Ds, pregunte que significaba. La joven funcionaria me respondió: “la inteligencia policial se dividía en mesas, estaba la mesa estudiantil, la mesa sindical, la política y la mesa Ds era delincuente subversivo…”. O sea había pasado todos esos años fichado como delincuente subversivo. Por suerte, todavía no existía internet y la facilidad de mover datos que existe hoy. Si usaban el Digicom, un sistema que tenían los patrulleros de la Policía Federal, en Bs As, donde tecleaban el DNI de una persona y verificaban si tenía antecedentes. Bueno, esta claro que Dios y/o el azar jugaron a mi favor.
Ni héroes, ni victimas, solo sobrevivientes. Yo, como muchos compañeros transitamos los años de dictadura tratando de pasar lo mas desapercibidos posible. Recién en 1979 con los primeros paros de los “25” y la CGT Brasil, volvimos a juntarnos de a poco y empezamos a recuperar la militancia dentro del peronismo.
Hoy tengo 66 años y algunas cosas aprendidas. Primero, que el peor de los gobiernos de la democracia es mil veces mejor que una dictadura. Segundo, que normalmente las dictaduras son de derecha, pero también las hay de izquierda, y como dijo el joven presidente chileno Gabriel Boric, se debe promover el respeto a los derechos humanos “sin importar el color del gobierno que los vulnere”. Tercero, que la violencia no es juego, sino que cuesta vidas propias y ajenas. Que hay que moderar la violencia verbal, porque es el justificativo de la violencia real, que luego desencadena, una espiral de escalada. Y que los que tuvimos la suerte de sobrevivir, tenemos que procurar dejar a las nuevas generaciones , un mensaje maduro, reflexivo, honesto y sincero.
Publicado en el Diario "La Mañana de Neuquén".
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