Cómo te iban a perdonar los bandoneones numerosos
trepados a tus gestos
las historias de júbilo popular iluminadas de fervor
y de distancia,
la Misión Inglesa, el nombre de tu hija, el estrellato.
Lo
que no te perdonan son tus sucios pies de canillita,
el no haber ido a la
escuela,
pero ardiendo siempre, como el viento. De protagonista,
y esa
dramática alucinación de querer vivir tuteándote
con la vida.
Versos de Alfredo Carlino.
Dice el historiador Norberto Galasso: "También resulta interesante consignar que el asistente de San Martín era el puntano Pedro Gatica "leal y temible en el campo de batalla" –según testimonia Olazábal– tan temible como fuera seguramente su descendiente, muchos años después, en el ring del Luna Park, a quien dedicó hermosos versos el poeta Alfredo Carlino".
Con sus extraordinarias aptitudes de boxeador, el “Mono” Gatica no logró ser
campeón pero fue un ídolo de multitudes.
Esta es la historia del “Mono Gatica" (que no le gustaba, dicen, el sobrenombre) quien desde la miseria de San Luis llegó del interior profundo a la Capital Federal, con sus padres, desde chico soportando y dando golpes en la vida llegando a la consagración deportiva e hizo dinero, también, se la gastó toda terminando vendiendo "diablillos" en club de sus amores: Independiente "el rojo de Avellaneda", vivió al límite, de la pobreza a la gloria y riqueza a ser un buscavidas.
Cuentan que cuando veía un canillita el que sabía lo que era la calle desde su niñez de lustrabotas y canillita le decía: “…che, diarierito…haber vení…cuantos diarios tenés…nada más…bueno dámelos todos…aca tenés tu plata… y andate a comer algo”.
Peleó hasta que derrocaron al General como lo llamaba a Perón, luego le vino la condena y la noche oscura y sin estrellas ¿el motivo? la Asociación de Boxeo lo prohibió eran tiempos de "la libertadora" de los antiperonistas y su sed de revancha.
Y cuando empezaron a darse los duelos "El Mono" Gatica y Alfredo Prada, el atildado campeón. Dividieron o “Se estaba con Gatica o contra él” , como escribiera, en su oportunidad, el escritor argentino Osvaldo Soriano.
“Dos potencias se saludan”, fue la frase para la historia de Gatica al entonces Presidente Juan Perón en uno de los enfrentamientos.
Fueron seis los choques, entre aficionados y profesionales.
El último enfrentamiento frente a Prada fue en el Luna Park el 16 de setiembre de 1953, cayendo derrotado en la sexta vuelta por nocaut, comenzando entonces su decadencia como boxeador, luego la negación y el silencio del popular Mono.
Luego con Perón en el exilio en el Luna Park que luego de ganar una pelea le dedica por radio el triunfo al General Perón.
Inmediatamente se acerca un funcionario que le recuerda que estaba prohibido hablar de política o nombrarlo por el Decreto-ley N° 4161/56, del 5 de marzo de 1956 que lleva las firmas de Aramburu - Rojas - Busso - Podestá Costa - Landaburu - Migone. -
Dell´Oro Maini - Martínez - Ygartúa - Mendiondo - Bonnet - Blanco - Mercier -
Alsogaray - Llamazares - Alizón García - Ossorio Arana - Hartung -
Krause.
Se considerará especialmente violatoria de esta disposición la utilización de la
fotografía retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes,
el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto el de
sus parientes, las expresiones "peronismo", "peronista", " justicialismo",
"justicialista", "tercera posición", la abreviatura PP, las fechas exaltadas por
el régimen depuesto, las composiciones musicales "Marcha de los Muchachos
Peronista" y "Evita Capitana" o fragmentos de las mismas, y los discursos del
presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos.
Ante el planteo del funcionario Gatica con toda su calle le dice:
-Señor yo no hago política; yo, nada más, soy peronista.
La rivalidad entre Pradas y Gatica fue arriba del ring.
A tal punto que cuando Gatica que no poseía un lugar para vivir y sin dinero para mantener a sus dos pequeńas hijas, Alfredo Prada le dio una mano grande inmensa comio catedral y le consiguió una entrevista con el entonces Gobernador de Buenos Aires, el Dr. Oscar Eduardo Alende quien le cedió una vivienda en el Centro Deportivo N° 2, de la Ciudad de La Plata y un puesto de trabajo en el área de Educación Física y un empleo para su señora.
Se subió muy joven a un ring para hacer guantes con un veterano de este deporte, el "rusito" Emilio Samuel Palanké, con quien luego de este combate entabló una gran amistad.
-Cuando Gatica estuvo en las buenas llegó a regalarme 30 trajes, la misma cantidad de pares de zapatos y gracias a él conocí los mejores restaurantes de Buenos Aires. Cuando mi padre se enfermó, él le arrendó una habitación individual en el Hospital Israelita. Con el paso de los ańos pude devolverle en parte sus ayudas. Cuando no tenía ni para comer, entonces me lo llevaba la pizzería de Chalú, donde yo trabajaba.
En el año 1963, tras caer bajo las ruedas de un colectivo 295, en el barrio de Barracas, moría José María "el Mono" Gatica, personaje del boxeo y del peronismo. Era el atardecer del 10 de noviembre de 1963. Murió en el Hospital Fiorito el martes 12. Tenía 38 años.
El recordado Leonardo Favio que hizo un muy buen trabajo en cine decía que -Gatica es la apretada síntesis de nuestro pueblo. El emerge a la bullanguería, a la alegría, a sentirse acolchonado en una gloria que después sería efímera. Entonces está en todo su esplendor, en el amor, en su locura, en sus mentiras infantiles, en lo que en definitiva es nuestra gente, hasta que cae...
“Gatica, el mono” fue una película argentina del años 1993 que lo llevó a Leonardo Favio a la reconstrucción histórica, viajar hasta la década del ´50, el momento en que coincidieron el púgil José María Gatica con Juan Domingo Perón, una obra para la que convocó al entonces debutante Edgardo Nieva, reencuentro de Favio con el mejor cine y el éxito.
Osvaldo Soriano
escribe sobre José María Gatica.
A Julio Cortázar.
Poco después del
"rodrigazo", que nos dejó a todos en la miseria, Roberto Cossa me hizo entrar en
El Cronista Comercial, donde volví a ser redactor de deportes. Esta semblanza de
José María Gatica se publicó a fines de 1975.
"No me dejés solo, hermano". Tirado en el pavimento, el cuerpo sacudido por
los espasmos, Gatica se aferraba al pedazo de vida que se le iba. Lo rodeaba una
multitud de extraños que lo habían visto caer bajo las ruedas de un colectivo, a
la salida de la cancha de Independiente. Pocos ojos entre los que miraban esa
piltrafa cercana a la muerte habrán reconocido el cuerpo de José María Gatica,
uno de los mayores ídolos que tuvo el boxeo argentino.
Tenía 38 años y
parecía un viejo. Hasta ese día en que la borrachera no le dejó hacer pie en el
estribo del ómnibus, había sobrevivido en una villa miseria como tantos otros;
algún rasgo lo distinguía: la nariz aplastada, la sonrisa provocadora, un cierto
desdén por el futuro. Era uno de esos hombres obligados a soñar con el pasado,
porque el suyo estaba teñido de sangre y ovaciones.
El 7 de diciembre de
1945 subió por primera vez a un ring como semifondista profesional. Esa noche,
su triunfo por nocaut en la primera vuelta frente a Leopoldo Mayorano no puso al
público de pie, ni lo irritó. Comenzaba su carrera un hombre de rabia larga, de
ambición fresca.
Había sufrido la violencia desde su nacimiento, en
Villa Mercedes, San Luis, el 25 de Mayo de 1925. A los siete años llegó a Buenos
Aires en un tren de carga, con su madre y un hermano mayor.
A los diez
había ganado un lugar en Plaza Constitución, donde lustró miles de zapatos. De
rodillas, miraba desde abajo la cara de la gente, pero hasta ese privilegio tuvo
que defender a golpes frente a competidores tan desesperados como él. Un
peluquero que vivía por allí lo vio pelear varias veces y quedó impresionado por
su agresividad. Era Lázaro Koczi, un hombre relacionado con el boxeo
profesional. Pronto le propuso cambiar de oficio.
The Sailor's Home era
la casa de la misión inglesa para marineros. Estaba en Paseo Colón y San Juan,
un barrio con tradición de compadritos. Allí paraban los hombres que habían
perdido sus barcos en los extravíos de una borrachera, los desertores, los
enfermos, los malandras sin cuchillo. Todo se resolvía a puñetazos. Un hombre de
agallas podía ganarse allí veinte pesos si era capaz de vencer en tres rounds al
marinero más fuerte.
Lázaro Koczi apareció una noche con Gatica, le
mostró el ring y le habló de los veinte pesos. El lustrabotas subió. Se sabe que
ganó varias peleas, que agachó a corpulentos marineros y luego dejó su parada de
Constitución. Había ganado el derecho a más.
El 7 de diciembre de 1945
--ese año singular en la historia argentina-- debutó en el Luna Park. Sus ojos
verdes habrán visto la multitud con el brillo del desafío. Bastó un golpe para
que Mayorano, su rival, fuera a la lona. En poco tiempo ganaba dos peleas más y
los empresarios pusieron sus ojos en él. Al año siguiente ganó las siete peleas
que hizo, una de ellas con Alfredo Prada, quien sería su más rival encarnizado.
Por entonces el público se había dividido: el ring-side abucheada a
Gatica, quería verlo en el piso; la popular rugía alentando a ese morocho que
miraba con odio a sus rivales y cuando los tenía a sus pies levantaba los brazos
tan abiertos como para abrazar al mundo. Los apodos de la tribuna eran diversos,
según de dónde provenían: Tigre, para la popular, Mono para el ring-side. A los
periodistas le gustaba más Mono y así lo recuerdan aún.
Mientras duró su
grandeza tuvo un rival irreconciliable sobre el ring: Alfredo Prada. Ya se
habían enfrentado antes, cuando no suponían que la vida los iba a unir en el
triunfo y el fracaso. Combatieron seis veces y ganó tres cada uno. La última
pelea, en 1953, significó la derrota de Gatica y el comienzo de su patética
decadencia. Los enfrentamientos entre Gatica y Prada dividieron al público como
nunca; se estaba con Gatica o contra él. Prada era campeón argentino, una
satisfacción que el Mono nunca alcanzó. Cuando el pleito terminó, las carreras
de ambos llegaraban al ocaso. Prada dejó el boxeo con algún dinero en el banco.
Afrontó la vida como un ciudadano recompensado. El Mono volvió a su origen, como
si toda su pelea con la vida hubiera sido una parábola restallante, una
explosión de luces que lo iluminaron hasta, de pronto, dejarlo nuevamente en la
oscuridad.
Volvió a una villa miseria. Vivió de la caridad junto a su
segunda mujer y dos hijas. Fue una fiesta para los periodistas encontrarlo
sentado a la puerta de su casilla de latas, tomando mate, sucio y harapiento.
Entonces Prada tuvo un gesto que los diarios elogiaron: abrió un
restaurante
en calle Paraná y llevó al Mono con él. Le pagó quince mil
pesos por mes y lo puso en la puerta del negocio para exhibirlo. El gesto
compasivo de Prada era otra humillación que Gatica soportó porque no podía sino
aceptar su derrota.
Había vivido como un esclavo y pocos le
perdonaron su grotesca revancha: como un Robin Hood de barrio, iba con los suyos
--los lustradores-- y les destrozaba los cajones a patadas a cambio de billetes
de mil. Pagaba con una fragata los diarios que quitaba a las viejas que rodeaban
el Luna Park. Unos pocos lo miraban con respeto, otros ser reían de él.
Desde que Alfredo Prada lo venció en 1953, en la última pelea, no dejó
de caer. Siguió tres años más, pero estaba acabado como boxeador. Como hombre le
faltaba recorrer la pendiente más dura: el desprecio, el odio, el revanchismo de
las buenas conciencias.
Era, para ellas, un analfabeto despreciable, un
"lumpen". Perdió todo lo que tenía pero jamás se lamentó. Fue noticia para los
diarios el día que una inundación se llevó lo poco que le quedaba. Entonces, fue
fotografiado en camiseta, lleno de mugre y mereció crónicas colmadas de
aleccionadora compasión. Curiosamente, el Mono sonreía.
Adhirió
fervorosamente al peronismo y, curiosamente, su esplendor y caída desplegó la
misma parábola en el almanaque: levantó su brazos en 1945 y lo bajó, vencidos,
en 1956. Había sido el preferido de Perón mientras brillaba. Aficionado al
boxeo, el Presidente apoyó el viaje de Gatica a Estados Unidos para buscar una
pelea con el campeón de los livianos. En cuatro rounds venció a Terence Young y
esta victoria le abrió las puertas a la pelea con Ike Williams, dueño de la
corona mundial, en 1951. Medio país estuvo pendiente de la suerte del Mono que
iba a batirse en el Madison Square Garden de Nueva York. Subió a la lona
sobrador, fanfarrón. Cuando empezó el combate bajó las manos y puso la cara,
como lo haría luego Nicolino Locche. Pero Gatica no sabía de esas sutilezas.
Bastaron tres golpes de Williams y a los tres minutos de pelea el Mono se
derrumbó. Desde entonces perdió los favores oficiales y dejó de ser el hombre
que se fotografiaba junto a Perón. Entre 1952 y 1953 ganó trece combates luego
de ser vencido por Luis Federico Thompson, pero la última derrota ante Prada lo
puso en la pendiente definitiva; caualmente, esa derrota sucedió un 16 de
setiembre, dos años antes del día que estalló el pronunciamiento militar contra
el peronismo.
No sólo Prada usó al Mono para exaltar la beneficencia.
Martín Karadagián, un empresario del espectáculo que había montado una troupe de
luchadores, lo llevó a parodiar una final. También allí tenía que perder. En
"sensacional encuentro" Karadagián, dueño del poder, benefactor de hospitales,
lo sometió por unos pocos pesos.
La última derrota ocurrió el 10 de
noviembre de 1963, bajo las ruedas de aquel colectivo. Había terminado su vida
en una parábola perfecta de humillación; "una bala perdida", como solía decir
él.
No tuvo amigos. Apenas dos o tres compañeros de aventuras en los
momentos en que regalaba su pequeña fortuna. Contestaba con monosílabos,
recuerdan algunos, para escapar de los adulones y los ambiciosos; otros dicen
que no hablaba para ocultar su escasa educación. Tirado en la calle Herrera, de
Avellaneda, manchado de sangre, con los ojos abiertos puestos en otro vendedor
de muñecos, repitió: "No me dejés solo, hermano; levantáme, no quiero estar
tirado".
Cuando murió, La Prensa dijo: "La popularidad que adquirió
Gatica por sus éxitos y por su característico estilo de infatigable peleador,
fue utilizada por el régimen de la dicatdura, que lo adoptó como en el caso de
otros campeones deportivos como instrumento de propaganda. Y esta publicidad
extradeportiva y el aplauso obsecuente de personajes encumbrados no fueron
ajenos por cierto a que él cayera en actos de inconducta dentro y fuera del
ring". Fué un recuerdo político, cargado de desprecio. Al comentarista, como a
tantos otros hombres de traje gris, le hubiera gustado ver a Gatica domado. Pero
no; aún muerto sería molesto: nunca llegó tanta gente a la Federación Argentina
de Box como para su velatorio. Hombres y mujeres hicieron una colecta y
compraron una corona que decía: "El pueblo a su ídolo". El féretro tardó siete
horas en llegar al cementerio de Avellaneda. Cuando la última palada de tierra
cubrió el modesto cajón, los cronistas anotaron esta frase de Jesús Gatica: "La
única miseria que vivió mi hermano fue consecuencia de su desesperado afán de
querer vivir la vida".
Se cumplen tres décadas de la que fue, quizá, su
primera alegría, cuando tenía veinte años. Gatica es, todavía, un símbolo
contradictorio, arbitrario; la vida le fue quitada poco a poco, con un odio que
conviene no olvidar.
Pertenece al libro de Osvaldo Soriano "Artistas, locos y criminales", 1983.
GATICA "El Mono" - Quiero Verte Una Vez Mas (Tango).