Por Tomás Agustín Casaubon.
El Papa Francisco llevó una vida de intensa y perseverante oración, y en especial tuvo una tierna devoción e insistente petición de protección y asistencia a la Santísima Virgen María y a San José. Acudía a visitar a Nuestra Madre Salus Populi Romani que se halla en Santa María Maggiore, la Basílica en la que escogió ser sepultado. “Deseo que mi último viaje terrenal termine en este antiquísimo santuario mariano, al que acudía en oración al inicio y al final de cada Viaje Apostólico, para encomendar confiadamente mis intenciones a la Madre Inmaculada y agradecerle sus dóciles y maternales cuidados”, precisó el Papa Francisco al dejar por escrito sus últimos deseos.
En tiempos de pandemia, el Papa envió una carta al Arzobispo de Mercedes-Luján (Argentina) a pocos días de la festividad de María de Luján: “se acerca el 8 de mayo y mi corazón ‘viaja’ a Luján”, aseguró. En 2022, el Santo Padre nacido en Buenos Aires recibió en el Vaticano la imagen de la Virgen de Luján que acompañó a los soldados argentinos en la Guerra de Malvinas.
También podemos apuntar que, mucho antes de ser elegido Pontífice, trajo a la Argentina, desde Alemania, la devoción a la “Virgen que desata los nudos” y ésta se expandió muchísimo entre nosotros.
Otro fruto muy particular de su devoción mariana fue, en los últimos tiempos de su pontificado, la iniciativa de “crear” o sugerir una nueva advocación para la Virgen María: Nuestra Señora Apurada. Basó esta propuesta para la Iglesia en la narración del Evangelio que muestra cómo María, luego de dar al arcángel Gabriel (y, por su intermedio, a Dios) el consentimiento para ser la madre del Redentor, partió “festinatim” (de prisa) a la montaña de Judá, a casa de su prima Isabel, para acompañarla y auxiliarla durante su embarazo de Juan Bautista (Lucas 1; 39-56). El pontífice también enseñaba que solo la Virgen María supo transformar un pesebre en un hogar para que naciera Jesús.
LA GUADALUPANA.
El Papa Francisco tenía una gran devoción a Nuestra Señora de Guadalupe y apenas dos días después de la canonización del indio Juan Diego por San Juan Pablo II, proclamó en Buenos Aires al vidente como patrono de los floristas y aseguró que “no hubo ni habrá flores más bellas que las que le regaló Dios, a través de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin”.
También el autor de esta nota recuerda algún reportaje durante el cual el Papa argentino sostuvo que el demonio no perdona a los mexicanos su devoción a la Guadalupana, refiriéndose a los terremotos habituales en ese gran país y quizá también a los gobiernos laicistas que lo caracterizan. Incluso confesaba que cuando estaba “con miedo de algún problema o que ha sucedido algo feo y uno no sabe cómo reaccionar, y le rezo, me gusta repetirme a mí mismo: ‘no tengas miedo, ¿acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?’. Son palabras de Ella”. En efecto, esas fueron las palabras que la Virgen morena le dijo a su querido hijo San Juan Diego.
El 20 de enero de 2018, el Papa argentino coronó a la Virgen de la Puerta, en la ciudad de Trujillo, Perú, de forma simbólica y la declaró como “Madre de la Misericordia y de La Esperanza” en una misa pública oficiada frente a cientos de fieles que se dieron cita en la Plaza de Armas de esa ciudad para ver por primera y única vez al máximo representante de la Iglesia Católica. Dijo en esa ocasión: “(...) María será siempre una Madre mestiza, porque en su corazón encuentran lugar todas las sangres, porque el amor busca todos los medios para amar y ser amado. Todas estas imágenes nos recuerdan la ternura con que Dios quiere estar cerca de cada poblado, de cada familia, de vos, de vos, de mí, de todos. Sé del amor que le tienen a la Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco…”.
En mayo de 2021, el Santo Padre -fallecido el 21 de abril de este año 2025- consagró el mundo a la protección de Nuestra Señora de Fátima. Sin embargo, hay una advocación mariana a la que el Papa Francisco le hizo una promesa particular en 1990, en la víspera de su solemnidad: Nuestra Señora del Carmen. Su devoción se extiende por Europa y América, es patrona del mar, de los marineros, de las Fuerzas Armadas, de la Policía y del Ejército en muchos países. En Argentina, el General San Martín la nombró Patrona y Generala del Ejército de Los Andes, que liberó a Argentina, Chile y Perú.
UNA PROMESA.
En una entrevista en 2015 con el periódico argentino La Voz del Pueblo, el Papa Francisco reveló que su promesa a la Virgen del Carmen hecha en la noche del 15 de julio de 1990, cuando todavía era Jorge Mario Bergoglio, fue dejar de ver televisión: “Televisión no veo desde el año 1990. Es una promesa que le hice a la Virgen del Carmen en la noche del 15 de julio de 1990”, comentó. Y agregó: “Yo no veo televisión simplemente porque en un momento sentí que Dios me pidió eso; un 16 de julio del ’90 hice esa promesa, y no me falta”.
Esta promesa y devoción del Papa Francisco a la Virgen del Carmen resalta su profundo compromiso con la espiritualidad y su deseo de vivir una vida de fe coherente con sus creencias.
Además, el Santo Padre visitó el Santuario de Fátima en dos ocasiones: en mayo de 2017, con motivo del centenario de las apariciones de la Virgen, oportunidad en la que celebró la canonización de los pastorcitos Francisco y Jacinta; y otra en agosto de 2023, durante la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa. “Unido a mis hermanos, en la Fe, la Esperanza y el Amor, me entrego a Ti. Unido a mis hermanos, por ti, me consagro a Dios, Oh Virgen del Rosario de Fátima. Y cuando al final me veré envuelto por la Luz que nos viene de tus manos, daré gloria al Señor por los siglos de los siglos. Amén”, rezó en aquella ocasión.
Finalmente, además, uno de sus últimos gestos antes de morir fue obsequiar una estatuilla de la Virgen de Luján, patrona de Argentina, a la rectora de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, institución vinculada al Hospital Gemelli, donde estuvo internado durante 38 días.
SAN JOSEMARÍA.
En cuanto a San Josemaría, desde niño y gracias al ejemplo de vida y piedad cristiana de sus padres, tuvo también un trato continuo y entrañable con la Santísima Virgen, a quien ofrecía las obras del día con la conocida oración “Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a vos…”. Unía siempre el recurso a la intercesión de María con el cariño y la devoción a San José. Y quiso por eso mismo juntar sus dos nombres en uno solo: Josemaría.
Además, entregaba imágenes de la Madre de Dios a sus hijos espirituales, que viajaban con la misión de llevar el Opus Dei a diversas ciudades de España y a otros países de Europa. Lo mismo cuando la Obra comenzó su labor apostólica en los demás continentes. Durante una de sus tertulias con miles de asistentes al final de su vida, dijo: “dicen que hay demasiadas imágenes de la Virgen. A mí me parecen pocas” y puntualizaba que habían pasado por sus manos más de un millón de esas representaciones de la Madre de Dios.
También durante la Guerra Civil Española, en la que debió ocultarse por la persecución religiosa que se había desatado en la etapa de la Segunda República, anterior al levantamiento del bando nacional en 1936, y que se acrecentó durante la guerra, con profanaciones y destrucciones de templos y asesinatos de obispos, sacerdotes y católicos reconocidos como tales, San Josemaría debió ocultarse en hogares de algunos seguidores e incluso en una clínica psiquiátrica, haciéndose pasar por un enfermo mental.
DESAFIO.
Era su convencimiento que Dios no lo había llamado al martirio (como a tantos otros sacerdotes) sino a difundir la luz fundacional que había recibido de Dios, en Madrid, un 2 de octubre de 1928.
Por eso, debió atravesar los Pirineos junto a varios hijos suyos espirituales, para pasar desde la zona republicana hacia la que ocupaban los nacionales, en donde podría continuar su labor sacerdotal y apostólica con plena libertad. Estando en los bosques de Rialp (Lérida) antes de iniciar ese peligrosísimo periplo, aconteció un significativo hecho. Emprender la huida era un desafío lleno de arduas dificultades y riesgos (entre otros, el de ser asesinado por los milicianos anticatólicos; el escarpado relieve geográfico de esa zona montañosa; la delgadez extrema del sacerdote aragonés por las penurias de la guerra y por sus severas mortificaciones; y el intensísimo frío que hacía, incluida la nieve).
El Padre Escrivá estaba muy angustiado e indeciso, con grandes dudas sobre si debía emprender esa aventura dejando en Madrid a algunos de los primeros miembros de la Obra y parte de su familia, o si era mejor para todos permanecer en la zona republicana.
En esa ocasión hizo algo inusual en él, ya que su mensaje espiritual al mundo fue la santificación de las ocupaciones ordinarias: rogarle a la Santísima Virgen María que le mostrase una señal concreta para tomar la decisión. Le pidió específicamente que se lo mostrara con una rosa. Y milagrosamente encontró una roseta de madera que había quedado entre los árboles del bosque, desprendida de una imagen de la Virgen que había en una capilla ya destruida por la guerra y cercana al lugar en que se hallaba junto a sus hijos. Al hallarla, se puso muy contento y así lo pudieron notar ellos cuando regresó con la decisión tomada de iniciar la empresa de atravesar la cadena montañosa.
Además, el fundador del Opus Dei tenía la costumbre (y la difundía) de saludar siempre con una encendida jaculatoria a las imágenes o cuadros de la Virgen María al abrir la puerta de cualquier habitación de la residencia Villa Tevere, en la que vivía en Roma, o cuando se hospedaba en algún centro o residencia de la Obra durante sus viajes apostólicos.
Acudió también a la Madre de Dios mediante jaculatorias varias, entre ellas: “monstra te esse Matrem” (“muestra que eres Madre”) o “Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum” (“Corazón dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro”). Esta última la decía frecuentemente para pedir luces y ayuda en los trámites para encontrar un camino jurídico a la Obra en el derecho canónico de la Iglesia.
EN LA ARGENTINA.
Por otro lado, en sus viajes a Portugal y varios países de Centro y Sudamérica, en los años ‘70, acudió siempre a encomendar a los miembros de la Obra y sus iniciativas de promoción humana y cristiana, en los diversos santuarios marianos como la Basílica de Luján en Argentina y el de Nuestra Señora de Guadalupe, en México, (en el que hizo una recordada romería con gran fervor y emoción).
En una de las reuniones (a las que llamaba tertulias) con miles de personas que tuvo en Argentina, cuando le preguntaron sobre la devoción a la Virgen, recomendó algo “que tenemos al alcance de la mano, rezad el Santo Rosario, pero cada día. No dejéis el santo Rosario”. Siempre señalaba que era su “arma primera” (de la misma manera lo consideraba San Pío de Pietrelcina) y se mostraba orgulloso de rezarlo besando todas las medallitas que había engarzado en el Rosario que portaba en el bolsillo. En una de esas ocasiones, preguntó en voz alta: “a vosotras mujeres, que sois tantas aquí, ¿os gusta que os echen piropos?”. Ante una tibia respuesta femenina, con su vehemencia aragonesa, repreguntó: “¡¿sí o no?!”. Todas a coro contestaron: “Siii”. Y él clamó: “¡pues a la Madre de Dios lo mismo, es mujer, la criatura más excelsa que ha podido el Señor crear…! llena de perfecciones… pero que le gusten los piropos no es una imperfección”.
El sacerdote nacido en Barbastro, España, hizo una profecía cuando estuvo en Argentina, en junio de 1974, justo un año antes de su muerte. Dijo de nuestro país: “Yo me iré. Pero volveré, y además me quedaré, a los pies de Nuestra Señora de Luján”. En nuestro santuario de la Virgen Gaucha, rezó el Rosario acompañado por sus inmediatos colaboradores, el posteriormente Beato Álvaro del Portillo, quien le sucedió como prelado de la Obra y Mons. Javier Echevarría, sucesor de “Don Álvaro”. También estaban presentes muchos hombres y mujeres miembros de la institución, familiares y amigos. Treinta y cinco años después se inauguró una estatua de San Josemaría con una placa recordatoria de su visita a la Basílica, ubicados justamente al pie de la milagrosa imagen de la Virgen, sobre la nave izquierda…
Y siempre comparaba el rezo del Rosario con una serenata de enamorado a su amada, en la cual es muy probable que el festejante tenga distracciones mientras canta pero sin embargo, la destinataria sigue escuchando aquella serie de piropos que representan cada una de las frases de las cincuenta Avemarías.
Finalmente, la Santísima Virgen satisfizo el deseo de este “santo de lo ordinario”, tal como lo caracterizó San Juan Pablo II al canonizarlo el 6 de octubre de 2002. Había manifestado, cuando estuvo en México, que a él le gustaría morir mirando a la esposa del Espíritu Santo y que ella le diera una flor. Y así sucedió: el 26 de junio de 1975, al abrir la puerta de su escritorio de trabajo, miró con amor por última vez un cuadro de Nuestra Señora de Guadalupe y cayó desplomado exhalando su último suspiro.
Publicado en LA PRENSA.
https://www.laprensa.com.ar/Ejemplos-de-devocion-a-la-Virgen-559754.note.aspx