Pasaron 40 años, pero aquel partido entre equipos que tenían en
promedio cuatro o cinco años de diferencia entre ambos, quedó en el recuerdo
como uno de los grandes manchones en la historia del profesionalismo. Porque
claro, se supone que en la época del fútbol rentado –desde 1931 hasta hoy- esas
cosas no podían suceder, pero ocurrieron.
El miércoles 13 de agosto de 1975 se rompieron las
negociaciones que venían manteniendo los dirigentes de la AFA y Futbolistas
Argentinos Agremiados. Había presión para que la sanción a Juan Taverna,
delantero de Banfield, sancionado porque le dio positivo uno de los primeros
controles antidóping de nuestro fútbol, fuera levantada. Además, los pedidos de
aumentos en los contratos y de viáticos fijos para los juveniles, tampoco
fueron oídos.
La cuerda se tensó al máximo. La AFA dispuso jugar la 37ª
(penúltima del Torneo Metropolitano) al día siguiente, en medio del conflicto y
con todo lo que significaba que River pudiera consagrarse campeón después de 18
años de frustraciones. En Agremiados les avisaron que ningún profesional
formaría parte de los partidos oficiales, pero la AFA insistió. Eran tiempos de
Isabel Perón –la inepta presidente que heredó el país tras la muerte del
General Perón- y ya se había aplicado el feroz Rodrigazo, el plan de
devaluación y ajuste que demolió el poder adquisitivo de los trabajadores y la
clase media. Celestino Rodrigo, hombre de José López Rega, había sido el autor
de semejante hecho y la economía había saltado por los aires, por la aplicación
de un feroz liberalismo que anticipó en 15 años al menemato.
River enfrentó a Argentinos Juniors en la cancha de Vélez y
lo venció por 1-0, con gol del juvenil Rubén Bruno, desatando la locura de sus
millones de hinchas. De nada importó que no jugaron los titulares que dirigía
Ángel Labruna, el asunto era salir campeón. Por esa razón, una multitud
riverplatense completó el Amalfitani, porque se vendieron 55.324 entradas.
Tres horas antes del inicio del partido en Liniers, Racing y
Rosario Central dieron vida a su encuentro, también con juveniles. La crónica
estricta dirá que lo ganaron los rosarinos por 10-0 en Avellaneda, señalando
además que se vendieron 5 entradas. Sí, cinco entradas, el aporte más bajo de
hinchas pagos en la historia de nuestro fútbol de Primera A. Pero, ¿qué había
pasado?
El partido estaba pautado para las 15 horas, con el
arbitraje de Abel Gnecco, vecino de Avellaneda. La delegación rosarina llegó
cuarenta minutos antes, con futbolistas de reserva y tercera división
dispuestos a representar al club. En cambio, nadie de Racing se hizo presente:
ni los chicos designados para jugar en lugar de los grandes. Los dirigentes de
Central estallaron y obligaron al juez Gnecco a postergar el partido hasta las
18, mientras gente de Racing se comprometía a conseguir a los jugadores.
No hubo caso con la reserva ni con la tercera pero
finalmente lograron convencer a chicos de séptima, octava y novena para que
jugaran por Racing. La formación vale la pena recorrerla, porque ellos no
tuvieron la culpa. Lo hicieron por amor a la camiseta, como en los viejos
tiempos: Hugo Aicardi; Sergio Paparella, Roque Babino, Vicente D’Abramo, Rubén
Insaurralde; Claudio Sánchez Calleja, Carlos Castriota, Carlos Vocos; Carlos
Romero, Victorio Coronel y Luis Omar Alfonso. Luego ingresaron Carlos Monsalvo y
Carlos Domínguez. El entrenador fue Amaro Sande.
El partido arrancó a las 18 y casi nadie estaba enterado del
cambio de horario. Claro, no había internet, ni celulares, ni siquiera una
transmisión del partido de las 15, por lo que la gente local lo dio por
suspendido, porque esa era la primera información. Por esa razón, fueron 5
(cinco) los que pagaron su entrada. Cuando el primer tiempo había finalizado,
las radios comenzaron a propalar los goles rosarinos y más de mil hinchas de
Racing se corrieron hasta la cancha para alentar a los pibes. Pero ya no había
nada que hacer.
Las enormes diferencias entre un combinado de juveniles y
otro de chiquilines se notaron rápidamente. Central metió seis goles en la
primera media hora: tres goles de Oscar Agonil (muy pronto titular en la
primera Canalla), más Vigna, Chiodín y Rossetti (otro que fue titular
enseguida) cerraron los primeros 45 con un 7-0, porque Miguel Ángel Juárez, el
mismo que poco tiempo después fuera figura de Platense y Ferro, señalaba un gol
más.
En la segunda parte, el Central mayor de edad bajó uno o dos
cambios. Llegaron tres goles más, convertidos por Rossetti y dos de Eduardo
Raschetti. Final 10-0, que se convirtió automáticamente en la peor derrota
racinguista de toda su historia y en el máximo triunfo que logró Rosario
Central desde que llegó al fútbol metropolitano.
Ironías del destino: si invertimos los papeles, nunca Racing
goleó tanto como cuando vapuleó al propio Central por 11-3, el 2 de octubre de
1960, con tres goles del Loco Corbatta, tres del Marqués Rubén Sosa, tres de
Pedro Mansilla y dos de Juan José Pizzuti. Nunca en su vida deportiva, Central
padeció una goleada semejante. Fueron los máximos registros de uno y otro, a
favor y en contra. El fútbol te da y te quita.
Del papelón dirigencial, nadie se acuerda. Apenas, de los
fríos y ridículos resultados.