Su nombre es posiblemente la palabra más usada cuando se intenta descalificar a alguien o sacar a relucir sus escasas dotes en alguna disciplina.
Posiblemente muchos, sobre todo las nuevas generaciones, no los conocen más que por alguna foto. No los vio jamás y si los vio fue en algún viaje por el norte del país, donde forman parte del paisaje cotidiano y se resisten a desaparecer. Forman parte del trabajo en un escenario que todavía se muestra lejos del progreso, porque si hay una razón por la que se los dejó de ver, esa fue justamente la aparición del tractor o maquinaria agrícola.
Tercos como ellos solos, fueron víctimas de abusos incalculables a la hora del trabajo y lo siguen siendo, pero aún así, se los califica como de los más leales dentro de la fauna del país.
Los burros, los mismísimos burros, subestimados por su inteligencia pobre y sus pocas luces, fueron capaces de mover parte de la economía del país durante una pila de años, tantos que fueron el pilar del agro por décadas en la Argentina y el medio de transporte por excelencia para el Ejército y la Gendarmería.
Pero siempre fueron considerados de segunda categoría, a pesar de que en el campo fueron el sostén del movimiento de generosas cosechas que iban de un lado al otro. El burro trabajó más que el caballo dicen los historiadores, los pocos que tocan el tema. Son más longevos, viven hasta 40 años y muchas de las muertes de los burros se deben más a los malos tratos que a la edad.
En una parte del país, más bien en el noroeste, los burros siguen formando parte del trabajo, sobre todo del trabajo en la producción hortícola, donde se los puede ver como hace décadas, muchas veces con exceso de carga y penando. Dicen los conocedores que el burro se las aguanta con poca agua y con poca comida, que aún así trabaja.
En todos los casos se destaca su nobleza, su fuerza, porque tiene una capacidad de carga inigualable entre sus pares.
El burro formó y forma parte de la crianza de argentinos en lugares donde fue y es el único medio de locomoción al alcance. El burro llegó y llega a donde muchos vehículos no llegaban, y hasta la misma Gendarmería lo mantiene para sitios específicos.
¿Por qué estas líneas dedicadas para un animal de estas características?, porque el burro fue históricamente subestimado y menospreciado, aunque a diario demostrara que era capaz de mucho más.
La modernidad, la tecnología en el campo, implicaron que la reducción de los planteles de burros fuera notoria.
A pesar de las creencias populares, ni la carne de caballo ni la de burro se utilizan para fabricar embutidos. Argentina produce carne de caballo para consumo humano pero se exporta en su totalidad, porque por ejemplo en este país no se permite su uso para la fabricación de chacinados ni fiambres.
El burro es sinónimo de humildad, porque donde hay un burro es un claro síntoma de que no alcanzó para el caballo. El burro hasta cuesta menos que un caballo y da prestaciones diferentes. Las famosas orejas de burro son todo un símbolo del animal que también le aporta una ventaja, porque tiene una audición muy aguda que le permite plantarse o espantarse ante determinados sonidos.
El burro no es de hacer demasiados amigos, es leal, pero con un número limitado de personas y si no le gusta lo que lo mandan a hacer se empaca y listo.
En el noroeste argentino todavía se los puede ver hasta en la tarea diaria de llevar a los chicos a la escuela en parajes alejados y no es una postal ver esos animales atados al palenque. Forman parte de la vida cotidiana de muchas familias, más allá de que en el escenario general se haya dejado de verlos. Forman parte de las tradiciones aún vigentes.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 1° de noviembre de 2015 (edición Nro. 24.155).
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