A 40 años de la muerte del chico grande que se convirtió en leyenda.
Oscar Bonavena fue el boxeador argentino más carismático. Amado y odiado con similar intensidad, fue el precursor del show en el negocio de los puños y tenía una obsesión: Muhammad Ali.
“A la edad de Cristo...”, decía Oscar Natalio Bonavena cada vez que se refería a la muerte. A su muerte. Es que Ringo era así. Bravucón, controvertido, showman, sentimental y familiero. También fue el boxeador con mayor carisma que ha tenido el deporte argentino.
Ringo siempre tomó a la vida de las solapas y se rebeló a aquello de que el destino tiene trazado de antemano el camino de cada uno de los mortales. No le importó el precio que debía pagar por ello.
De otra manera no se entiende por qué hace hoy 40 años Ringo fue a pedirle explicaciones en su propio burdel a Joe Conforte, un mafioso de Nevada que le había prometido un combate revancha con Muhammad Ali por una bolsa de medio millón de dólares y que jamás cumpliría. Lo que recibió en cambio fue un escopetazo en el medio del pecho por parte de un guardaespaldas de Conforte, que terminó abruptamente con su vida.
Había nacido en Boedo el 25 de septiembre de 1942, hijo de una lavandera y un conductor de tranvías, pero siendo muy chico sus padres se radicaron en Parque de los Patricios. De allí su amor por Huracán.
El barrio lo forjó, la calle le enseñó los códigos y el resto de esa personalidad avasallante fue todo obra de la factoría Bonavena: crear a Ringo, el personaje. A todo ello ayudó el entorno de Bonavena. Su madre, Doña Dominga, fue famosa mucho antes que la Doña Tota de Diego Maradona. No menos célebres fueron los ravioles amasados a mano por Dominga, que según Ringo eran el secreto de su fortaleza. Todo servía para promocionar al personaje, cuya exposición aumentaba considerablemente si había una pelea en puerta.
También sus hermanos formaron parte del clan: alguno sparring, otro representante o segundo en el rincón para peleas memorables que paralizaban el país.
La pelea con Alí.
La más significativa fue sin dudas la que disputó el 7 de diciembre del 1970 en el Madison Square Garden ante Muhammad Ali . Los 79 puntos de rating de la televisación que marcó la histórica pelea, fue récord de audiencia absoluta en el país que recién fue superado 20 años después con el partido entre Italia y Argentina, por la semifinal de la Copa del Mundo de 1990.
“Cassius Clay”, le decía Ringo con sorna sabiendo que, para muchos el mejor boxeador de la historia, odiaba el nombre de nacimiento que portaba antes de convertirse al Islam.
Todo formaba parte del show business, mucho antes de que la frase se acuñara en los tiempos modernos. Alí fue el precursor, pero en la previa de la pelea con Bonavena entendió que no era el único en el mundo del boxeo en aquello de apelar al desparpajo para llamar la atención, y así promocionar un combate. En uno de esos días de propaganda, Ringo trató de “gallina” a Alí, a quien tenía sentado al lado y no salía de su asombro ante la osadía de su futuro rival.
Bonavena fue guapo y aguantó hasta casi el final de la pelea. En el noveno round, en el que Alí había prometió derribarlo, fue el propio boxeador de Louisville quien terminó en la lona, pero todo producto de un resbalón. Sabiéndose derrotado, Ringo salió a dar el todo por el todo el 15° asalto y terminó con el árbitro contándole hasta 10.
Alí fue su obsesión, y esa manía lo llevaría a la muerte. Desesperado por una revancha, Bonavena cayó en manos de Joe Conforte, quien había adquirido los derechos de contrato de Ringo. Conforte era dueño de un burdel ubicado a las afueras de Reno llamado Mustang Ranch. Allí recaló Ringo: un lugar absolutamente nocivo para una personalidad como la suya y lo peor: nada más alejado del boxeo.
En lugar del desquite contra Alí, que nunca llegó, Conforte le organizó una pelea en un ruinoso restaurante de su propiedad ante el ignoto Billy Joiner. Fue la última vez que Bonavena pisó un ring. Ringo, que había combatido ante boxeadores de la talla Joe Frazier, Jimmy Ellis o George Chuvalo, terminaba –sin saberlo– su carrera peleando entre mesas de salón y camareras.
Viendo su dignidad ultrajada, Bonavena quiso explicaciones y a cambio encontró la muerte. Nunca se supo por qué lo mataron. Sally, mujer de Joe, había entablado una gran amistad con Ringo. ¿Celos?, ¿ajuste de cuentas?, ¿o sólo una ejecución mafiosa?
Hace 40 años moría Oscar Bonavena, el boxeador que fabricó un personaje tan querible como polémico, y tal como lo predijo, a los 33: “A la edad de Cristo...”, aunque las formas no hayan sido las más felices que Ringo hubiera imaginado. ¿O sí?
La gran rivalidad con Goyo Peralta.
La rivalidad con Gregorio Peralta, campeón argentino de los pesados, arrancó cuando “Goyo” tuvo su oportunidad de pelear por el título del mundo con Willie Pastrano.
Para la pelea que se haría el 10 de abril de 1964 en Nueva Orleans, Bonavena, radicado en Estados Unidos, se ofreció a ser sparring de Peralta, quien rechazó la propuesta alegando que Ringo quería aprovecharse de su fama.
Cuando explotó el Luna 4 de septiembre de 1965.
Peralta era un deportista de mucha técnica, correcto, respetuoso, todo lo contrario de lo que empezaba a mostrar Bonavena, un provocador.
Las agresiones e insultos de Bonavena fueron en aumento, hasta que el 4 de septiembre de 1965 se concretó la pelea por el título en el Luna Park, que tuvo el récord de asistencia para una noche de boxeo: 25.236 espectadores.
Cuando ascendió al ring, Bonavena recibió una silbatina que se extendió por varios minutos, el mismo tiempo que duraron los aplausos a Peralta.
El campeón cayó y se levantó en el quinto round, pero a la hora de las tarjetas Bonavena se quedó con la corona.
Autor: Walter Rodríguez.
Las metáforas, la gloria y el ocaso por Ezequiel Fernández
Moores.
“La experiencia –decía una de las ‘máximas’ más célebres de
Ringo Bonavena– es un peine que te regalan cuando te quedaste pelado”. Ringo se
jactaba de ser pura viveza porteña. Pero murió de un modo ridículo, con un
balazo en el pecho porque fue a provocar al mafioso a la puerta de su casa.
Su otra frase célebre era aquella de que “hasta el banquito
te sacan” y en el ring, cuando suena la campana, el boxeador queda solo. El y
su rival. A cambiar golpes, “el noble arte de los puños”, lo llaman algunos. El
boxeo como metáfora de la vida. O la vida, decía la escritora Joyce Carol
Oates, como metáfora del boxeo.
Su muerte, casi simultánea con aquella pelea de Víctor
Galíndez contra Richie Kates en Sudáfrica, conmovió a Buenos Aires. Por eso,
hace 25 años, elegí a Bonavena cuando una editorial me pidió un libro sobre un
personaje popular del deporte ya fallecido. Reedité ese libro (Díganme Ringo)
unos meses atrás. Y los que más lo han buscando son hijos que escucharon a sus
padres contando anécdotas de Ringo. Hijos que, también, se lo quieren regalar a
sus padres. Porque Bonavena creció en barrio de tango (Parque Patricios), pero
lo recuerdan hoy roqueros y metaleros. Para muchos de ellos, refleja como nadie
la cultura del aguante. “¡Aguante Bonavena!”, canta Ricardo Iorio. Como lo
describió también una vez el analista de medios Martín Becerra: “Ringo fue
mediático antes de que se inventara esa palabra”.
Porque Ringo, pies planos, técnica limitada, aguantó a pie
firme contra los mejores del mundo. Tiró a Joe Frazier y le aguantó hasta el
último round a Muhammad Ali. Salió a matar o a morir el 7 de diciembre de 1970
en el Madison Square Garden. Y murió. Esa derrota, paradójicamente, fue acaso
su hora más gloriosa. Se fue el fanfarrón eterno. Nacía el ídolo popular. Pero
esa derrota marcó también el inicio del ocaso. El viaje final a Estados Unidos,
su contrato en manos de un mafioso y esa última pelea en una carpa con
preliminares de mujeres semidesnudas fueron el boleto al infierno. Y Ringo, en
su desesperación por escapar de las llamas, no se dio cuenta que Reno, la casa
del mafioso, no era Parque Patricios. Jugó con el fuego. Y terminó quemado.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 22 de
Mayo de 2016.
Cuadro de imágenes BLOG DE LA PATAGONIA.
“A la edad de Cristo...”, decía Oscar Natalio Bonavena cada vez que se refería a la muerte. A su muerte. Es que Ringo era así. Bravucón, controvertido, showman, sentimental y familiero. También fue el boxeador con mayor carisma que ha tenido el deporte argentino.
Ringo siempre tomó a la vida de las solapas y se rebeló a aquello de que el destino tiene trazado de antemano el camino de cada uno de los mortales. No le importó el precio que debía pagar por ello.
De otra manera no se entiende por qué hace hoy 40 años Ringo fue a pedirle explicaciones en su propio burdel a Joe Conforte, un mafioso de Nevada que le había prometido un combate revancha con Muhammad Ali por una bolsa de medio millón de dólares y que jamás cumpliría. Lo que recibió en cambio fue un escopetazo en el medio del pecho por parte de un guardaespaldas de Conforte, que terminó abruptamente con su vida.
Había nacido en Boedo el 25 de septiembre de 1942, hijo de una lavandera y un conductor de tranvías, pero siendo muy chico sus padres se radicaron en Parque de los Patricios. De allí su amor por Huracán.
El barrio lo forjó, la calle le enseñó los códigos y el resto de esa personalidad avasallante fue todo obra de la factoría Bonavena: crear a Ringo, el personaje. A todo ello ayudó el entorno de Bonavena. Su madre, Doña Dominga, fue famosa mucho antes que la Doña Tota de Diego Maradona. No menos célebres fueron los ravioles amasados a mano por Dominga, que según Ringo eran el secreto de su fortaleza. Todo servía para promocionar al personaje, cuya exposición aumentaba considerablemente si había una pelea en puerta.
También sus hermanos formaron parte del clan: alguno sparring, otro representante o segundo en el rincón para peleas memorables que paralizaban el país.
La pelea con Alí.
La más significativa fue sin dudas la que disputó el 7 de diciembre del 1970 en el Madison Square Garden ante Muhammad Ali . Los 79 puntos de rating de la televisación que marcó la histórica pelea, fue récord de audiencia absoluta en el país que recién fue superado 20 años después con el partido entre Italia y Argentina, por la semifinal de la Copa del Mundo de 1990.
“Cassius Clay”, le decía Ringo con sorna sabiendo que, para muchos el mejor boxeador de la historia, odiaba el nombre de nacimiento que portaba antes de convertirse al Islam.
Todo formaba parte del show business, mucho antes de que la frase se acuñara en los tiempos modernos. Alí fue el precursor, pero en la previa de la pelea con Bonavena entendió que no era el único en el mundo del boxeo en aquello de apelar al desparpajo para llamar la atención, y así promocionar un combate. En uno de esos días de propaganda, Ringo trató de “gallina” a Alí, a quien tenía sentado al lado y no salía de su asombro ante la osadía de su futuro rival.
Bonavena fue guapo y aguantó hasta casi el final de la pelea. En el noveno round, en el que Alí había prometió derribarlo, fue el propio boxeador de Louisville quien terminó en la lona, pero todo producto de un resbalón. Sabiéndose derrotado, Ringo salió a dar el todo por el todo el 15° asalto y terminó con el árbitro contándole hasta 10.
Alí fue su obsesión, y esa manía lo llevaría a la muerte. Desesperado por una revancha, Bonavena cayó en manos de Joe Conforte, quien había adquirido los derechos de contrato de Ringo. Conforte era dueño de un burdel ubicado a las afueras de Reno llamado Mustang Ranch. Allí recaló Ringo: un lugar absolutamente nocivo para una personalidad como la suya y lo peor: nada más alejado del boxeo.
En lugar del desquite contra Alí, que nunca llegó, Conforte le organizó una pelea en un ruinoso restaurante de su propiedad ante el ignoto Billy Joiner. Fue la última vez que Bonavena pisó un ring. Ringo, que había combatido ante boxeadores de la talla Joe Frazier, Jimmy Ellis o George Chuvalo, terminaba –sin saberlo– su carrera peleando entre mesas de salón y camareras.
Viendo su dignidad ultrajada, Bonavena quiso explicaciones y a cambio encontró la muerte. Nunca se supo por qué lo mataron. Sally, mujer de Joe, había entablado una gran amistad con Ringo. ¿Celos?, ¿ajuste de cuentas?, ¿o sólo una ejecución mafiosa?
Hace 40 años moría Oscar Bonavena, el boxeador que fabricó un personaje tan querible como polémico, y tal como lo predijo, a los 33: “A la edad de Cristo...”, aunque las formas no hayan sido las más felices que Ringo hubiera imaginado. ¿O sí?
Autor: Walter Rodríguez.
Las metáforas, la gloria y el ocaso por Ezequiel Fernández
Moores.
“La experiencia –decía una de las ‘máximas’ más célebres de
Ringo Bonavena– es un peine que te regalan cuando te quedaste pelado”. Ringo se
jactaba de ser pura viveza porteña. Pero murió de un modo ridículo, con un
balazo en el pecho porque fue a provocar al mafioso a la puerta de su casa.
Su otra frase célebre era aquella de que “hasta el banquito
te sacan” y en el ring, cuando suena la campana, el boxeador queda solo. El y
su rival. A cambiar golpes, “el noble arte de los puños”, lo llaman algunos. El
boxeo como metáfora de la vida. O la vida, decía la escritora Joyce Carol
Oates, como metáfora del boxeo.
Su muerte, casi simultánea con aquella pelea de Víctor
Galíndez contra Richie Kates en Sudáfrica, conmovió a Buenos Aires. Por eso,
hace 25 años, elegí a Bonavena cuando una editorial me pidió un libro sobre un
personaje popular del deporte ya fallecido. Reedité ese libro (Díganme Ringo)
unos meses atrás. Y los que más lo han buscando son hijos que escucharon a sus
padres contando anécdotas de Ringo. Hijos que, también, se lo quieren regalar a
sus padres. Porque Bonavena creció en barrio de tango (Parque Patricios), pero
lo recuerdan hoy roqueros y metaleros. Para muchos de ellos, refleja como nadie
la cultura del aguante. “¡Aguante Bonavena!”, canta Ricardo Iorio. Como lo
describió también una vez el analista de medios Martín Becerra: “Ringo fue
mediático antes de que se inventara esa palabra”.
Porque Ringo, pies planos, técnica limitada, aguantó a pie
firme contra los mejores del mundo. Tiró a Joe Frazier y le aguantó hasta el
último round a Muhammad Ali. Salió a matar o a morir el 7 de diciembre de 1970
en el Madison Square Garden. Y murió. Esa derrota, paradójicamente, fue acaso
su hora más gloriosa. Se fue el fanfarrón eterno. Nacía el ídolo popular. Pero
esa derrota marcó también el inicio del ocaso. El viaje final a Estados Unidos,
su contrato en manos de un mafioso y esa última pelea en una carpa con
preliminares de mujeres semidesnudas fueron el boleto al infierno. Y Ringo, en
su desesperación por escapar de las llamas, no se dio cuenta que Reno, la casa
del mafioso, no era Parque Patricios. Jugó con el fuego. Y terminó quemado.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 22 de
Mayo de 2016.
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