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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

domingo, mayo 08, 2016

Hacer política o capar monos por Carlos Salvador La Rosa.

“Es este poder de reconocer lo muerto en lo que parece vivir el rasgo sobresaliente de una genialidad política”.
“Política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación”.
José Ortega y Gasset (filósofo)

"Cuando las instancias puramente políticas incumplen una de sus funciones mas básicas (engranar intereses contrapuestos, armonizar propuestas dispares, pactar soluciones de consenso) y opta por el más fácil, pero más antipolítico, camino del todo o nada jurisdiccional, se produce un automático cambio en las reglas del juego. Los medios de comunicación adquieren un imprevisto protagonismo como difusores de conflictos que pasan a eternizarse y que, al fin, son zanjados por la voz de la opinión pública. Entonces a esa democracia mediática directa, el que le responde jurisdiccionalmente es el Poder Judicial, como una especie de Ejecutivo bis.
Antoine Garapon (jurista)

“Macri entiende menos de política que yo de capar monos”.
Hugo Moyano (sindicalista)

Frente a un importante cambio de sistema o de régimen como el que estamos presenciando y protagonizando los argentinos, estas citas sobre el significado de la política merecen ser discutidas porque en los últimos años muchas de estas cuestiones de sentido común se han perdido.
Todo empezó allá por fines de 2001, principios de 2002 cuando todo en el país saltó por los aires y la política, que ya venía siendo cuestionada por no haber cumplido durante el menemismo ninguna de las promesas fundacionales de los años ochenta, se transformó en el principal enemigo de la sociedad. El “que se vayan todos” los políticos, iba acompañado con el planteo utópico del fin de la política. La gente, en su desesperación pero también en su bronca, se imaginaba poder vivir en una sociedad donde hasta el trueque remplazara a la moneda y la comunidad organizada por sí sola, al Estado.
Aparecieron los revolucionarios de la anarquía: “Cómo hacer la revolución sin tomar el poder”, proponían algunos. Cómo hacer de la “multitud sublevada” el nuevo sujeto político, decían otros. Y todos los delirios cundían mientras Duhalde primero y Kirchner después, se ocuparon de reconstruir el orden tradicional. Vale decir salvar a todos los políticos y a la política cuestionada por la gente, mientras simulaban forjar algo diferente. 
Kirchner fue, más allá de su valoración positiva o negativa, un político hábil pero, para salvar al país de la anarquía, se propuso hacer lo contrario de lo que propone Ortega y Gasset como las dos grandes recetas de un buen político. El filósofo español cree que el genio en política se da en aquel dirigente que descubre lo muerto que parece vivo y lo aparta para que lo viejo no obstaculice el desarrollo de lo nuevo y que la grandeza política ocurre cuando el dirigente pone el Estado al servicio de la Nación. En los dos casos Kirchner hizo exactamente lo contrario.
Salvó a toda la vieja dirigencia peronista menemista, la cambió de ideología para camaleónicamente reciclarla y con esa gente se propuso construir lo nuevo sobre lo viejo, cuando en realidad lo que logró es que lo muerto siguiera vivo. Por el otro lado, en vez de poner el Estado al servicio de la Nación, puso la Nación al servicio del Estado transfiriendo, mediante una serie de capitalistas amigos suyos, vale decir creados a tal efecto, los recursos de todos al bolsillo de unos pocos. Como ahora se está descubriendo de modo apabullante.
Cuando le llegó el turno a Cristina Fernández, ésta buscó crear algo nuevo poniendo todos los recursos del Estado al servicio de una juvenil organización política creada al calor y con el dinero del poder. En algún sentido, podría decirse que buscó matar lo viejo con lo nuevo, pero lo hizo tan mal que lo único que construyó fue peor que lo viejo. Tanto es así que hoy las propuestas del peronismo ortodoxo parecen más sensatas que los delirios camporistas que sólo tienen como estrategia la de “cuanto peor, mejor”.
En las citas del principio de esta nota, Antonie Garapon dice que la política consiste en “engranar intereses contrapuestos, armonizar propuestas dispares, pactar soluciones de consenso”. Vale decir, tratar de disminuir en todo lo posible el conflicto que inevitablemente existe en toda sociedad. Sin embargo, vivimos una larga década en la que se decía que la buena política implicaba profundizar el conflicto porque buscar el consenso consistía en pactar con el enemigo, entregar las banderas, etc. etc. 
Por lo tanto, de lo que hoy se trata, para recuperar el verdadero sentido de la política como conductora de la sociedad y para reconciliarla con ésta, es de dejar que los muertos entierren a sus muertos y ponerse a pensar en lo nuevo sobre lo viejo. Porque si la “nueva” política no sabe distinguir qué es lo que murió y debe ser enterrado de lo que sigue vivo y debe ser reanimado, por más marketing y gestión que le pongan, no logrará triunfo alguno.
En tal sentido, su misión estratégica debe ser devolver, a la nación entera, lo que le robó el Estado a través de la corrupción.
Para eso, habrá que sintetizar muy bien, con hábil política, esta aparente contradicción: porque para construir lo nuevo hay que mirar adelante y dejar de mirar atrás, pero para devolver a la sociedad lo que le robaron, hay que juzgar y condenar al pasado corrupto. Proponer un nuevo país y a la vez terminar con el viejo, es un desafío fenomenal.

Lo debe hacer la política a través del consenso, la negociación y el acuerdo porque, si no, como dice Garapon, si se deposita en otros actores lo que no son capaces de hacer los representantes del pueblo, se creará una sociedad aún más deforme de la que se viene a terminar. Ni jueces ni periodistas pueden hacer lo que corresponde a la política, pero si la política deja el vacío, los demás lo ocuparán. No se trata, entonces, de seguir criticando o atacando a la Justicia o a la prensa como hizo la gestión anterior (tratando de poner todos los jueces y periodistas posibles a su servicio, partidizándolos o comprándolos) sino de ordenar las instituciones de modo que cada cual haga lo que debe hacer. Tarea eminentemente política.
Tampoco puede quedar la política en manos de las corporaciones empresarias o sindicales, puesto que las primeras están demostrando que su vocación pública se acaba cuando tienen que ceder el menor privilegio ya que el bolsillo parece ser su única víscera, mientras que los segundos siguen demostrando que con los gobiernos peronistas (incluso los ultraliberales) tienen mil veces más paciencia que con los no peronistas, sean estos del signo que fueran. 
En síntesis, si la política no se reconcilia con la sociedad y consigo misma eliminando lo malo que anida en sus entrañas, todo lo demás que se intente por vías paralelas terminará en un callejón sin salida y los políticos no podrán dedicarse a muchas más cosas que capar monos. 
Publicado en Diario "Los Andes" de Mendoza, domingo 8 de mayo de 2016.

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