En su mensaje del Día del Trabajador, el presidente venezolano Nicolás Maduro llamó a una “rebelión popular” en caso de que se imponga el planteo de la oposición de llamar a un referéndum para establecer si se acorta o no el mandato presidencial.
Nicolás Maduro no puede ni sabe cómo sacar a Venezuela de la grave situación económica, social, política e institucional por la que atraviesa. Es tan profunda la crisis que las medidas adoptadas por su gobierno se licuan inmediatamente después de anunciarse, mientras continúan los cierres de fábricas, los aumentos de “feriados” para los trabajadores estatales y los cortes de energía eléctrica.
Pero lo más grave fue la reacción de Maduro durante la celebración del Día del Trabajador, al llamar a una “rebelión popular” en caso de que prospere el avance de la oposición de llamar a un referéndum constitucional para que el pueblo decida si se acorta o no el período presidencial. Hay ya casi dos millones de firmas que lo están reclamando.
Una cosa es cierta: Maduro nunca pudo cubrir el vacío de liderazgo que dejó Hugo Chávez. Hizo uso de todos los recursos posibles, incluyendo actitudes insólitas como las del “pajarito” en el que se habría reencarnado el ex líder, pero nunca pudo convencer a los venezolanos.
Por el contrario, el país cayó en un tobogán imposible de frenar, con desabastecimientos en artículos de primera necesidad y medicamentos, fugas de empresarios ante la falta de garantías institucionales y un descontento generalizado que terminó en la derrota electoral que llevó a la oposición a contar con mayoría propia en el Congreso nacional.
En ese marco, la denominada “revolución bolivariana” se encuentra cada vez más debilitada. Su principal aliado, Cuba, está ahora más preocupada en alcanzar acuerdos con Estados Unidos; en la Argentina la derrota del kirchnerismo profundizó su soledad, mientras van perdiendo fuerza los líderes regionales que podían otorgarle algún tipo de sustento.
Es más, el propio papa Francisco, en su bendición durante la última Pascua, pidió que el mensaje “se proyecte también sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos”. Ratificando su posición, Francisco envió una carta personal, en términos similares, al presidente venezolano.
Lejos de aceptar el mensaje de pacificación enviado por el Sumo Pontífice, Maduro redobló la apuesta durante su discurso con motivo del Día del Trabajo. Anunció un aumento salarial de 30% que no significa nada frente a una inflación de 700%, pero también hizo un llamado a una rebelión “popular y constitucional si no cesa la guerra económica”, de la que acusa a “empresarios acaparadores”.
Advirtió entonces que “aquél que pare una planta o una industria será castigado y tomado (la fábrica) por la clase obrera”, en directa alusión a la empresa Polar, la mayor productora de alimentos del país, que anunció la paralización de una línea de producción de cerveza por falta de insumos. Dijo entonces que “quien quiera parar una planta después de que se embolsilló los dólares, puede terminar tras los barrotes. Planta parada, planta tomada por la clase obrera. Rebelión”, expresó.
Palabras impropias para un presidente que debe bregar por la pacificación y la unidad en un país cuyos habitantes se encuentran al límite de la subsistencia. Es de esperar entonces que a partir de ahora comience a jugar la presión internacional a los efectos de que el pueblo venezolano logre la tan ansiada pacificación y recuperación económica a través de los caminos democráticos, tal cual lo ha solicitado expresamente el Santo Padre.
Editorial Diario "Los Andes" de Mendoza, jueves 5 de mayo de 2016.
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