Cuál será el futuro de Cambiemos
El Presidente fantasea con convertirse en el jefe de la oposición al kirchnerismo.
Por JAMES NEILSON.
Alentado por lo que sucedió en Mendoza y por las manifestaciones de apoyo que está recibiendo en distintos puntos del país, Mauricio Macri todavía se cree capaz de revertir los resultados de las PASO de agosto y, para asombro de los panqueques, escépticos y resignados que están procurando adaptarse a lo que suponen inevitable, forzar el balotaje para entonces derrotar a Alberto Fernández en el partido final del larguísimo torneo electoral.
Puede que sólo sea cuestión del sueño de un hombre que a menudo brinda la impresión de estar más interesado en las hazañas deportivas que en las políticas, pero le ha infundido optimismo el que tantas personas parezcan aún menos dispuestas que muchos integrantes de la coalición gobernante a dar por descontado que el futuro será irremediablemente peronista, cuando no kirchnerista, y que negarlo carecería de sentido.
¿Cuántas son? Es imposible saberlo, pero acaso el 35 por ciento de la población, quizás más, aún prefiere el oficialismo actual a cualquier alternativa peronista. Quienes piensan así no creen que la corrupción de la era K sea un mito fabricado por medios mentirosos –sería una auténtica obra maestra del género–, no confían en la capacidad de Alberto y compañía para reavivar una economía moribunda, no quieren que la Argentina termine como Venezuela y temen que, de agravarse mucho más la situación social, resurja la guerrilla urbana.
En muchos países, el nivel de apoyo conservado por Macri sería más que suficiente como para servir de base para un gobierno estable. Según medios internacionales prestigiosos, el joven Sebastian Kurz “arrasaba” al ganar “cómodamente” las elecciones austríacas con el 37,2 por ciento de los votos. En Portugal, fue considerado más que satisfactorio para el gobierno el 37,14 por ciento que permitirá que retenga su cargo el primer ministro, Antonio Costa, cuya gestión, más gradualista que la de sus antecesores conservadores, nadie caracterizaría de populista. Claro, en Europa los sistemas políticos son distintos del imperante aquí, pero en la mayoría de los países democráticos escasean los gobiernos que en las elecciones se acercan a la mitad más uno de los votos.
Aunque de acuerdo común sería desastroso el legado económico que dejaría Macri si, como se prevé, pierde frente a su contrincante, conforme a las pautas de la mayoría de los países, el político sería muy valioso. Por cierto, sería un error suponer que no logró nada en su carrera política; siempre y cuando se consolide la fusión bajo su liderazgo del Pro, el radicalismo y la Coalición Cívica de Elisa Carrió, para formar Cambiemos, habrá modificado de manera muy positiva el panorama político nacional al brindar a los comprometidos con ciertos principios imprescindibles en una democracia la posibilidad de sumar fuerzas, algo que no podían hacer antes merced a la fragmentación de lo que sería legítimo calificar del voto anti-populista o, si se prefiere, republicano, que durante décadas fue la regla en el país.
¿Sobreviviría Cambiemos, Juntos por el Cambio o lo que se llame después de las elecciones a una derrota contundente en las urnas? Por el previsible pase de facturas que siguió a las PASO, los hay que creen que sufrirá el destino de la Alianza que, después de la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, se hundió sin dejar más rastro que la noción de que sean malas las coaliciones de tal tipo. Algunos radicales siempre se han quejado amargamente del protagonismo del PRO porteño y “neoliberal” cuyos operadores, a diferencia de ellos, no entendían nada de política, mientras que los partidarios más fervorosos de Macri han sospechado que sus socios son casi tan populistas como los peronistas y que, por motivos principistas, son reacios a tomar en serio los problemas económicos que tanto daño han hecho al país.
De más está decir que el blanco de muchas críticas es Macri mismo. Sus adversarios internos lo ven como un piantavotos sin carisma, un insensible que desprecia a los pobres, un egoísta que sólo pensaba en sus propios intereses cuando privó a María Eugenia Vidal de lo que hubiera sido un triunfo seguro en una elección provincial desdoblada y de tal modo despejó para los kirchneristas el camino del regreso al poder. ¿Son justos tales reparos, o sólo son expresiones de la idea de que haya una distancia insalvable entre los nacidos ricos y el grueso de la población del país? Puesto que aquí la reputación colectiva del empresariado es casi tan mala como la de los políticos, sindicalistas e integrantes de la familia judicial, es comprensible que muchos se regodeen del fracaso económico del “gobierno de los CEOs” de Macri.
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