“La Victoria de la Raza” por Pepe Muñoz Azpiri.
“Que la Raza está en pie y el brazo listo,
que va en el barco el capitán Cervantes
y arriba flota el pabellón de Cristo”.
Así contempló Darío a la galera de la Raza. Marchaba a través de la tormenta hacia la Atlántida española. Vio también el símbolo de la Cruz sobre la arboladura del barco a la manera del viejo marinero de la balada de Coleridge transfigurado por la visión del manto de la Virgen sobre la nao condenada. Fe e idioma nos salvarán. A una la representa la cruz. Al otro, Cervantes. El idioma es el “pneuma”, es decir, el soplo de Dios, el espíritu.
Cervantes elevó a pobres y desgraciados al sitial de protagonistas de la literatura universal. La plebe bárbara, la “santa canalla”, ingresa en el arte merced a su pluma. Europa vivía en la mentira y el Quijote arrasó con la inmoralidad de la patraña o el embuste. Pero esta historia de un desgraciado narrada por otro desgraciado, es, a su vez, paradójica. Al elevar los episodios de la vida cotidiana de hombres humildes y oscuros a la dignidad de la epopeya, el escritor imagina un libro de caballería similar a aquellos que intentaba desterrar. Mejor dicho, compone la novela de caballería definitiva y triunfante. La gran locura de la redención humana nace de los sueños y actos de los hombres que deben todo a sí mismos. Esto es la revolución.
El Día de la Raza que se conmemora en este mes de Octubre, suscita como cada año intensos debates cuya máxima expresión se dio durante el gobierno anterior con el desmontaje de la estatua de Colón. El 30 de junio de 2013, bajo la idea soterrada y no tanto de que Cristóbal Colón fue punta de lanza del genocidio indígena, comenzó el desmantelamiento de la escultura del legendario navegante, culminación del “relato” instalado por charlatanes de la historia, operadores políticos e ignorantes dispuestos a acompañar a los flautistas de Hamelín vernáculos -en este caso, al igual que la leyenda encarnado por un anciano “germano-mapuche” desaparecido recientemente – de manera tal de instalar en forma definitiva, bajo un patético intento de reemplazar la historia por la Antropología, el arcaico y pertinaz discurso iniciado en el momento mismo del Descubrimiento y repetido como una letanía a lo largo de cinco siglos: “América no fue descubierta sino encubierta”.
Un desquite tardío e innecesario al que se intenta suavizar modificando el nombre de la fecha con el difuso nombre de “Día de la Diversidad Cultural”. En realidad toda una raza, hasta hace poco desvalida, toma consciencia de sí misma y de su propia pujanza en el “Día de la Raza”. El símbolo es claro y poco tiene que ver la antropología y aún la etnografía, el símbolo configura una categoría histórico cultural. Destaca Juan José Hernández Arregui que:
“La época hispánica, no encaja por entero, dentro del despectivo rótulo de “colonial” como la ha denominado la oligarquía liberal, ya que, para la corona, estas tierras eran provincias del reino y así se la definía. La tesis misional, por su parte, se refuta a sí misma por la situación de las masas indígenas que integraron la clase verdaderamente explotada. Pero la historia no es un idilio, sino una galería cuyas luces y sombras agrandan o desdibujan los objetos , según el prisma ideológico que los refracta. Junto a la acometida sobre la raza de bronce sojuzgada, España trajo a estas tierras una de sus virtudes más grandes, el espíritu de independencia. y las instituciones que lo resguardaron. Un antecedente de esta actitud altiva y libre, que América Hispánica recibió como legado, se encuentra ya en Lope de Aguirre, al tratar de igual a igual, en 1561, a Felipe II: “Te aviso, rey español, que tus reinos de la India tienen necesidad de justicia y equidad para tantos y tan buenos vasallos como en ellos moran. En cuanto a mí y mis compañeros, no pudiendo sufrir más las crueldades de tus oidores y gobernantes, nos hemos salido de hecho de tu obediencia y nos hemos desnaturalizado de nuestra tierra que es España, para hacerte aquí la más cruel guerra que nuestras fuerzas nos consientan(…) En estas tierras damos a tus pendones menos fe que a los libros de Martín Lutero”. (1)
Es decir, en América el español se “desnaturaliza” y se integra a la nueva geografía en la cual se hunde para resurgir transfigurado en lo que Vasconcelos denominó “La Raza Cósmica.” El americanismo de Vasconcelos aspiró siempre a una integración y fusión del elemento español con la cepa indígena, obrada siempre bajo el símbolo del espíritu y la señal de la Cruz y la lengua. La fórmula del pensador: “Por mi raza hablará el espíritu” figura todavía hoy en las insignias de varias universidades americanas, a modo de blasón educativo. Pese a su formación católica y su hispanofilia integral -no en balde se denominó durante tres siglos a su patria como la “Nueva España”, y fue la antigua Tenochtitlán, su capital, la más fastuosa ciudad del orbe español hasta bien entrado el siglo XIX, Vasconcelos resultó uno de los voceros y luminarias espirituales de la Revolución Mexicana y uno de los propulsores de las reivindicaciones indigenistas de su patria. Lamentablemente, éstas, como se sabe, se tiñeron en su patria y en otras latitudes de un barniz rojo, en la faz social y de una coloración sombría, en el aspecto histórico, al adjurarse de las creencias y tradiciones locales provenientes de la Europa caballeresca y cristiana.
Es curioso que comparada con otras colonizaciones similares, la colonización portuguesa, nunca ha sido fuente de debate en la medida en que lo ha sido la española, pese a integrar las dos el universo católico y como tal, en Portugal también existió la Inquisición, también fueron expulsados los judíos, la esclavitud fue mucho más importante que en las colonias hispanas, existieron protagonistas violentos como Alfonso de Albuquerque y gobernadores brutales como Mem de Sá. Es probable que la larga amistad entre Portugal e Inglaterra permita explicar la visión indulgente a su expansión ultramarina contrariamente a la española, escarnecida y maldecida por la llamada leyenda Negra, cuyos ecos resonaron en las inmediaciones de la Casa Rosada cuando se desmontaba el monumento al navegante genovés.
Pocas leyendas apócrifas como la que crearon los clérigos y políticos de la Reforma, ha tenido tal persistencia en el tiempo. Los ecos de la Leyenda Negra aún resuenan en nuestra época. Philip Wayne Powell, en su libro “Tree of hate” (El árbol del odio) afirma que la cultura norteamericana ha heredado la leyenda negra de la colonización británica. Estos prejuicios anglosajones contra los españoles, se transfirieron contra los mexicanos en el siglo XIX. Hay quien afirma que los medios de comunicación y el gobierno de Estados Unidos han propagado la leyenda para justificar las acciones norteamericanas contra España y América Latina, como en las guerras de México, España o la colonización de las Filipinas tras la guerra contra España. Todavía en 1985, estando en Nicaragua bajo el gobierno Sandinista, tuvimos oportunidad de enterarnos que los Misquitos, Sumos y Ramas de la Costa Mosquito que operaban para la “contra” financiados por la CIA, denominaban a los integrantes del gobierno contra los cuales combatían como “los españoles” (En realidad así llaman a la población de la zona Occidental del país) y a los sacerdotes que integraban la Junta de Gobierno como “los Inquisidores”.
El historiador norteamericano William S. Maltby comenta en su libro de 1982″ “The Black Legend in England” (La leyenda negra en Inglaterra): “Como muchos otros norteamericanos, he absorbido en anti-hispanismo de películas y de la literatura folklórica mucho antes de que el prejuicio fuera contrastado con un punto de vista distinto en las obras de historiadores competentes, que sorpresa más grande para mí; cuando llegué a conocer las obras de los hispanistas, mi curiosidad no tuvo límites. Los hispanistas han achacado siempre a los enemigos de España la tergiversación de los hechos históricos y los prejuicios contra España en el mundo”.
Decía Salvador de Madariaga que antihispanismo de los propios hispanoamericanos no había que buscarlo en una Sociología de la Cultura sino en un tratado de Psicología. Porque las causas que advertía eran dos: el mestizaje y el separatismo.
El mestizo es un español prisionero de un indio; y un indio prisionero de un español. Esta situación crea entre la dos vertientes de su ser una tensión constante. Así se explica, la diferencia con Inglaterra y con Portugal; porque Inglaterra aniquila a los indígenas; y Portugal, por las condiciones especiales del Brasil, construye un Imperio mucho más mulato que mestizo. Añádase que, en los casos más importantes, los españoles se encuentran con naciones indias más consolidadas y conscientes que la que encontraron otros pueblos conquistadores.
En el Río de la Plata, un indigenismo de mercado de carácter inédito, dado que ha cobrado bríos en las últimas décadas, es agitado por escritores de apellidos y nombres profundamente “originarios” como Eduardo Galeano Hughes y Osvaldo Bayer, con un objeto más cultural que social: la demolición de la tradición histórica. Y entendemos la tradición como el impulso que el río humano que llamamos pueblo o nación, recibe del pasado y transmite al provenir. En ella se cimenta la construcción de nacionalidad y ciudadanía. Ya no se trata de Cristóbal Colón, los encomenderos, los conquistadores y fundadores. Ahora se trata de quitar el nombre a la Plaza de los Virreyes, reemplazar el monumento a Roca por el de la “mujer originaria”, eliminar la bandera de la ciudad de Buenos Aires porque porta un símbolo religioso, rebajar la figura de Rosas a la de un “Restaurador” (pero del orden colonial), acusar a Yrigoyen de asesino de obreros y a Perón de fascista camuflado que engañó a un pueblo de “cabecitas negras” (evidenciando un racismo larvado), definir el malón como una “empresa económica” y no como un latrocinio instrumentado por intereses foráneos (y huincas) y hasta acusar de ladrón y asesino al benemérito Francisco Pascasio Moreno. Se denigra al soldado, se exalta al partisano, se degradan arquetipos y como resultado de semejante devastación – convenientemente financiada por los aportes de ONGs del exterior – nos quedamos huérfanos y dueños de la nada.
En las últimas décadas se desarrolló en el subcontinente una nueva categoría de intervención encubierta: los “golpes blandos” generalmente instrumentados para mantener la balcanización y de esa forma imponer formas neoliberales de administración económica en su versión más cruda y salvaje. Para instrumentar esta maniobra se han perfeccionado sutiles herramientas que operan como ONGs trasnacionales con filiales locales.
Ecologistas, indigenistas, defensores de la “diversidad” (étnica, sexual, religiosa, etc.) en versiones extremas, operan, muchas “sin saberlo” como arietes de las potencias anglosajonas, del GT y de la Unión Europea, para perpetuar el subdesarrollo crónico, prefabricar divisiones y profundizar e incluso inventar odios internos en el tejido de nuevos pueblos. Y la prueba palmaria es que mientras se habla de recorrer nuevamente la senda de los Libertadores, de reconstituir la Patria Grande, de borrar fronteras y terminar con los colonialismos internos, surgen organizaciones e “intelectuales” que atizan conflictos invocando reclamos legítimos, como el acceso a la tierra, pero no en su condición de compatriotas y campesinos desplazados, sino como integrantes de grupos étnicos que ya estaban integrados al torrente sanguíneo de las poblaciones nacionales o que son directamente inventados y manipulados desde el exterior.
Uno de los pueblos originarios más promocionados a nivel internacional es la “nación” mapuche, la que tiene su sede en 6 Lodge Street, Bristol, Inglaterra. Su Secretario General es Reinaldo Maniqueo, de origen araucano, mientras que el resto de los integrantes absolutamente británicos (ver www.mapuche-nation.org/). No es casual que la sede de la “nación Mapuche" funcione en el Reino Unido, que tienen vitales intereses geopolíticos en el Atlántico Sur, razón por la que, gracias a su poderío atómico y al de la OTAN, ocupa las islas Malvinas, Sándwich y Georgias del Sur, que pertenecen a la nación del Plata. Cabe añadir los enormes intereses empresariales de USA y Gran Bretaña en la zona cordillerana. Los araucanos, hoy denominados mapuches, llegaron de Chile a territorio argentino a partir del siglo XVII. Este proceso, conocido como “araucanización de la pampa”, ocasionó el casi exterminio de los puelches, tehuelches, ranqueles y pampas. Por esta razón, testigos de la época como Estanislao Severo Zeballos, Lucio Mansilla o Manuel Prado, no mencionan a los mapuches como pueblo originario de la Argentina. Todo parece que se quiere englobar a los pueblos aborígenes de la región para impulsar una “nación mapuche”, en territorios argentinos y chilenos, dentro de los planes trazados en Bristol y apoyados por las Embajadas británicas en Chile y la Argentina “¿Cuál sería la reacción británica – se preguntaba el boliviano Andrés Solís Rada – si el gobierno argentino propiciara en Buenos Aires el funcionamiento de la sede central de separatistas irlandeses del Reino Unido y proyectara sus actividades a territorio británico?”
Al respecto, vale recordar que un magnífico escritor, que porta en su ADN más genes originarios que todos los indigenistas de marquesina que pululan por esta latitudes, el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, ya decía hace más de medio siglo:
“Las sangres indígenas e ibéricas y todas las llegadas a nuestro crisol se añejan como el vino y muestran ya unidad y pujanza en las creaciones nacionales y en la lucha antiimperialista para conquistar la segunda emancipación. Somos el equilibrio de lo indígena y lo español, la fusión de dos ríos inmersos en nosotros. Yo no defiendo ninguna sangre sino la razón. El cauce fue forjándose y las sangres mezclaron sus fuerzas contrarias en nuevo rumbo favorable. La nacionalidad se ha ido forjando por conciencia del pasado, de mitos vernáculos y creaciones y aspiraciones comunes. Conquista y fundación de ciudades, y lengua y religión hasta llegar al mestizo. Yo no hablo del quiché, del cakchiquel y del español como de un extranjero, sino como uno de mis antepasados. Ambos, son mis compatriotas y yo soy, y quiero ser, sólo guatemalteco. Odiar a España es tan necio como odiar al indígena. Injuriar a España es mentarnos la madre. José Carlos Mariátegui recuerda que no renegamos de la herencia española, sino de la herencia feudal. Yo no pienso como indio, ni como criollo, mestizo o español sino, simplemente, como guatemalteco. Ninguna oriundez es limitación, sino una realidad accidental que nos desborda cuanto más dueños somos de la herencia de todos. Si lo guatemalteco fuera tan específicamente singular que pudiera llegar a ser extraño a las otras culturas ¿qué diablos tendríamos? Pero esto es una absurda fantasía. Y nuestro patrimonio es el universo. Y para nadie existe la evasión, y los intentos fallidos siempre, son una manera pusilánime de vivir los hechos. No deseo idea preconcebida sobre el espíritu nacional, ni sobre el guatemalteco: lo sé y lo ignoro viviéndolo cada día. Comienza a evidenciarse la confianza, la espontaneidad, sin preocuparnos de cánones yanquis o europeos, sacudiéndonos la sumisión afirmada hasta en el resentimiento. Primeros pasos hacia una Guatemala integral. El pueblo ha sabido impulsar a sus guías, ser protagonista con imprecisa conciencia algunas veces, pero con experiencia real, sangrante de sus problemas, por el profundo desgarramiento de su vida. Por obra y acción de tradiciones. Y si exaltamos la nacionalidad es por natural etapa de crecimiento para defender lo nuestro: desde la raíz de la personalidad y la cultura, hasta la propia existencia libre y soberana. Anhelo de responsabilidad y definido propósito de maduración. No me afano sólo en que el guatemalteco sea guatemalteco, sino en que su destino sea el de Hombre” (2)
Confieso que al repasar estas líneas no dejo de pensar en los vaivenes y las tragedias políticas argentinas. El autor mexicano citado anteriormente, que visitó nuestro país en reiteradas oportunidades, la última de las cuales durante la presidencia del general Perón, como participante del Congreso de Filosofía de Mendoza, opinó sobre la crisis política de 1955 – en el periódico montevideano “Marcha” – que ésta se había generado al extraviar nuestro país la línea nacional que supo seguir durante sus épocas más prósperas y vigorosas. El nacionalismo integral del argentino era para Vasconcelos una suerte de categoría aristotélica de nuestro intelecto, ahora corroída por una iconoclastia que, tras la derrota de Malvinas, arrasa todo sin propósito cierto, por desilusión, nihilismo o porque sirve a intereses ajenos.
Días atrás recibimos comunicación de Santiago de Chile del muy querido profesor Pedro Godoy: Su reflexión no pudo ser más atinada:
“Antaño se expresaba Fiesta de la Raza. No faltaba quién preguntara ¿Cuál Raza? Había que explicarle que era la nuestra. Esa que comienza a plasmarse con la hazaña de Isabel y Colón en 1492. La conmemoración la repudian indígenas e “indigenistas”. Sin embargo, en toda nuestra América los que se autodenominan “pueblos originarios” no pasan del 5% y de ese contingente apenas el 25% habla su dialecto. Lo predominante de la Patagonia a México es la condición mestiza de los tres componentes fundantes: ibérico, amerindio y afronegro.
Estados Unidos da trascendencia al día de Acción de Gracias – comienzo del poblamiento británico – más que al 4 de julio – Día de la Independencia. Ello quizá explica la sólida personalidad del Coloso del Norte. Pese a sus millones de inmigrantes, consolida su perfil. No reniega de sus semillas sino que las exalta. Esto no es un detalle de calendario, sino un dato duro que, contrario sensu, podría explicar nuestro naufragio identitario. Se expresa en autodenigración, es decir, en un complejo de inferioridad y desconocimiento o desprecio, por nuestras raíces. Ello reafirma el error de creernos nacidos en 1810 desconociendo o abominando, de los tres siglos que lo anteceden”.
Nada más real. Hispanoamérica nació el 12 de octubre de 1492, cuando un continente habitado aproximadamente por 15.000.000 de habitantes según los cálculos del historiador argentino Ángel Rosemblat, fue hollado en Guanahani por los hombres que habían navegado las aguas procelosas del Mar Tenebroso y que, al cabo de meses de encierro llegaban a una tierra paradisíaca. No es errado pensar que es día mismo se engendraron los primeros mestizos., los primeros hispanoamericanos, cuando aquellos varones que habían dejado sus mujeres en España se fundieron con otra raza, cuyo buen porte y mansedumbre Colón describió en su Diario de Navegación. En ese momento comenzó a existir una estirpe nueva en el planeta, dado el carácter universalistas de las tripulaciones mediterráneas. En su momento destacó el venezolano Arturo Uslar Pietri:
“Haber logrado que en no mucho más de medio siglo las poblaciones indígenas y africanas se hicieran cristianas, hablaran español y entraran a formar parte de una nueva realidad social es un hecho sin paralelo en la historia moderna, que constituye el rasgo más importantes y original de la historia americana”.
Sin embargo se sigue repitiendo a machamartillo “la destrucción de las culturas precolombinas”, hecho indudable que si bien lamentamos también lo consideramos inevitable, dada las prácticas tanáticas de estas civilizaciones que las habían conducido a un definitivo “rigor mortis”. Lo que no impidió la supervivencia de estas culturas -muchas signadas por el primitivismo – fue precisamente lo que se le achaca a España: el sincretismo.
Los españoles aculturalizaban a los indígenas de sus territorios, los franceses los expulsaban de sus territorios y los ingleses directamente aniquilaban a los indígenas de sus territorios. Y esta es la característica que define a la “Raza” tal como la concebimos o como la consideran mexicanos que viven en el territorio usurpado por la América anglosajona: la fusión.
De modo que quién habla castellano, reza a Jesucristo y está acostumbrado a decir “si” o “no” a tiempo y con firmeza, cualesquiera sea el tinte de su piel o la región donde haya nacido (La Pampa, California, el País Vasco o Filipinas, blanco, cobrizo, talago o mulato) integra legítimamente esa raza de la que hablamos. Entendemos que el decreto del Día de la Raza de Hipólito Yrigoyen, quién no era protagonista de ningún Walhalla wagneriano ni aspiró nunca a asumir la categoría de héroe de Gobineau, está concebido en el cuadro de la amplitud de criterio que comentamos. “Castilla”, “católico” y “no importa” son sinónimos o metáforas de universalismo. Martín Fierro hablaba la lengua de Santa Teresa, se santiguaba y asumía el castellano sentimiento caballeresco de la vida. Pertenecía al pueblo de Cervantes, a la comunidad de la raza. No es poco.
(1) Hernández Arregui, Juan José “¿Qué es el ser nacional” Buenos Aires. Plus Ultra. 1973
(2) Cardoza y Aragón, Luis “Guatemala, las líneas de su mano” México. FCE. 1955
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