¡Comenzaron los corsos! ¡Máscaras! ¡Disfraces! Las preguntas surgen, se suceden como si fueran una comparsa. ¡Significados y sentidos!
Corso proviene del latín “cursus” y significa carrera. Según el Diccionario de la Real Academia Española, corso es la “campaña que hacían por el mar los buques mercantes con patente de su Gobierno para perseguir a los piratas o a las embarcaciones enemigas”. El vocablo se relaciona con la época de los corsarios y supone la utilización de los parches de piratas, además involucra el ámbito de los arlequines, máscaras y antifaces para ocultar la identidad ante posibles desmanes.
Continuando el viaje por el libro de los significados, el primer significado que arroja la palabra máscara es “objeto de risa”, se condice con careta y es una “figura que representa un rostro humano, de animal o puramente imaginario, con la que una persona puede cubrirse la cara para no ser reconocida, tomar el aspecto de otra o practicar ciertas actividades escénicas o rituales”; cabe aclarar que desenmascarar es un verbo que significa “dar a conocer tal como es alguien”.
¿Comenzaron los corsos o vivimos en un corso permanente, eterno? ¿Quién se anima a mirarse al espejo? ¿Quién se atreve a mirar en su interior? ¿La máscara disimula, cubre o proyecta?
Es habitual escuchar que hay “personas caretas, ciudades caretas”, hasta “sociedades caretas”, eso equivale a que mediante una máscara se pretende comunicar algo diferente a lo real. A ritmo de tamboriles y con la fuerza de un chorro de espuma surgen más preguntas: ¿hay caretas permitidas, legitimadas? ¿Cuánta valentía se requiere para quitarse una máscara?
Seguramente hay máscaras establecidas, avaladas por un sistema, requeridas en ciertos ámbitos y están relacionadas con ciertos roles; pero a su vez hay millones de caras recubiertas con caretas portadas con el simple objetivo de cubrir realidades, solo para mostrar cómo se desea ser visto, percibido.
Si enmascararse fuera el resultado de un proceso inconsciente seguramente asistimos a un mecanismo de defensa, cubrir el rostro y hasta la vida entera con una careta es un proceso más complejo y también desgastante.
¿Qué se pretende esconder es la gran pregunta? Me atrevo asegurar que lo oculto a la vista de todos, pero latente para la Psicología es el
miedo. Miedo al rechazo, a la reprobación, a que nos conozcan tal cual somos; miedo a ser juzgados, a no ser registrados. Máscaras nuevas y repetidas, sostenidas en el tiempo, para preservar una falsa seguridad, una pertenencia. ¿Cobardía o protección?
La careta de chiste para mostrar una felicidad que tal vez está lejana, una máscara seria para demostrar solidez, un antifaz de compromiso cuando en verdad no interesa lo que le sucede a los más cercanos; y en las redes sociales la máscara reiterada es sonriente y en plenitud: “dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces”.
Caretas, máscaras, antifaces y disfraces se caracterizan por su fragilidad, por la ansiedad y por la angustia que implica llevarlas por mucho tiempo. Máscaras para tapar, fingir, atraer, agradar, evitar, para escapar de la intimidad o propiciarla.
No coincido con que “la vida es un carnaval y las penas se van cantando”, tal vez lo sea para algunos, tal vez la música ayuda a sobrellevar problemas cotidianos. Estoy convencida que penas,
miedo e inseguridades se deben abordar y elaborar, y que solo el autoconocimiento y la aceptación devienen en libertad.
Vaya al corso y observe, use un disfraz solo por estos días, luego anímese a sacarse la careta, tal vez esté ocultando su más grande atractivo: el de ser usted mismo.
Guillermina Rizzo Dra. en Psicología. Columnista en medios de comunicación.
Lamentablemente recién conozco a la Dra. Rizzo, y no por este articulo sino por otro relacionado con el deseo, que es formidable desde cualquier perspectiva, asertivo claro . Dije al inicio "Lamentablemente " porque, de lo contrario hubiese sido mas sabio desde ayer...... Hoy la Dra. Rizzo tiene un nuevo y agradecido lector.
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