Así como Hipólito Yrigoyen propuso un ideario, una causa
espiritual para acabar con lo que él suponía un Régimen falaz, descreído y
desgastado que se había impuesto por encima de la República constitucional y la
había sepultado bajo su peso, hoy, a falta de una causa espiritual, de un
ideario, quizá de lo que se trate es de postular la otra parte de la utopía
yrigoyenista: sacarle a lo que queda de República el peso del nuevo Régimen que
desde hace décadas nos impide respirar normalmente. A falta (aún) de nuevas
ilusiones, cuando menos (o cuando más) reconstruir valores ciudadanos básicos,
arrasados por la corrupción y el privilegio anquilosados y normalizados en el
sistema público.
Para lograrlo, puede ser una gran ventaja la principal característica de
la nueva etapa de la política argentina:
que nadie puede arrogarse la hegemonía que en las dos décadas anteriores tuvo
claros protagonistas, primero con el menemismo y luego con el kirchnerismo.
Verdaderos regímenes del Estado, casi sin oposición durante largos años, que
utilizaron para consolidarse en el poder la mayoría de los vicios nacionales
que no se habían podido extirpar de las prácticas culturales. Esos que tan
brillantemente expuestos están en el ensayo escrito a inicios de los años 90
por el filósofo argentino Carlos S. Nino titulado: “Un país al margen de la
ley: estudio de la anomia como componente del subdesarrollo argentino”.
En ese libro de sus últimos años, ya desesperanzado, Nino
advierte sobre las causas culturales de nuestro creciente atraso. Es que los
intentos republicanos de la generación renovadora radical y peronista de los
años 80 parecían haber caído en saco roto, y nuestros eternos defectos
retornaban, cuando unos aprendices de brujo detectaron que con ellos les sería
mucho más fácil gobernar, no importa si lo hacían con ideas neoliberales o
estatistas nac y pop. Las ideas eran apenas un mero adjetivo, lo sustantivo era
el régimen de privilegios y corrupción. De privilegios adquiridos a través de
la corrupción.
Tan bien lo hicieron por más de 20 años que a la vieja falta
de normas y de vicios ciudadanos que criticaba Nino le agregaron inmensa
cantidad de nuevas anomias y vicios: sobre el viejo Régimen decadente
argentino, entre menemistas y kirchneristas crearon un nuevo Régimen aún más
corrupto e ineficiente que el anterior, porque hizo desaparecer hasta la
integración y movilidades sociales que por más de un siglo tuvo el país y a las cuales no
pudieron detener ni los gobiernos más horribles que nos tocaron en mala suerte.
Así, el partido (o movimiento) que tanto hizo a mediados del
siglo XX por la integración y movilidad sociales de los más postergados, fue el
que a fines del siglo XX y principios del XXI devino gestor del nuevo
establishment, de la nueva élite política, sindical, empresaria y cultural que
asumió la conducción del país intentando transformar vicios en virtudes hasta
naturalizarlos en la sociedad y el sentido común.
Estas reflexiones vienen a cuento para interpretar la más
estricta actualidad política, en la que de manera desmedida y brutal todos los
que son afectados por alguna medida judicial (y son cada vez más) proponen que
Macri se vaya, cayendo, renunciando, explotando, o del modo en que sea, como si
él fuera el único causante de sus angustias.
Con un dejo de sorpresa o estupor, quien mejor acaba de
exponer esta tendencia es Joaquín Morales Solá, cuando dijo que estos
aprendices de golpismo son “un casino de presos, de futuros presos y de sus
defensores, que creen que si Macri no estuviera ellos gozarían de impunidad.
Esa reacción de algunos de sus adversarios habla mejor de Macri de lo que el
propio Macri hace”.
Y es exactamente así, como que el mero hecho de que un
gobierno, porque no puede, porque no quiere o por la razón que sea, haya
decidido no continuar ni reemplazar por otro al Régimen anterior, se constituye en un enemigo
absoluto y total de los protegidos y privilegiados por el mismo.
Es por eso que políticos y sindicalistas que se enemistaron
en los años de decadencia del gobierno anterior, ahora se abrazan desesperados
entre sí.
Son los que dicen que la Justicia se ha politizado, pero
ellos no están en contra de que la Justicia se haya politizado porque nunca
entendieron otra forma de hacer justicia, de lo que están en contra es de que
los meta presos a ellos. Para quienes así piensan, los delitos en política no
existen, actuar fuera de la ley es un privilegio que el Régimen les otorga a
las élites para que puedan gobernar. Y entonces les parece una total injusticia
que se pretenda hacer justicia con ellos.
Hugo Moyano, en su intimidad, no le imputa a Macri que lo quiera meter
preso, lo que le indigna del presidente es que no pare a los jueces que lo
quieren meter preso.
En síntesis, que el Régimen no lo crearon ni Menem ni
Kirchner, es un sistema político que viene de lo más profundo de nuestra
historia (no sólo de los últimos 70 años como algunos suponen, cayendo en el
facilísmo ingenuo de que extirpando al peronismo del país todo se solucionará
por añadidura), al cual más de una vez se lo intentó derrotar con prácticas
republicanas, pero que hasta ahora las mismas no resultaron más que una fachada
de pulcritud detrás de la cual el Régimen siguió haciendo de las suyas. Como
desesperadamente advertía Ezequiel Martínez Estrada y tantos otros que
descubrieron que en nuestras pampas la República, la civilización, no prendía
ni aun en los llamados republicanos o civilizados, que siempre sucumbían a la
tentación de la barbarie.
Hoy, otra vez la historia nos empuja a la misma pelea de
siempre. Y como la esperanza es lo último que se pierde, habrá que ilusionarse
con que en esta ocasión las cosas podrán ir bien y que (más allá de nuestras
legítimas ideologías particulares o sectoriales) los argentinos podamos aceptar
como único relato que nos une a todos la Constitución Nacional, que eso es la
República, en vez de querer imponer la facción a la totalidad, que eso es el
Régimen.
Publicado en Diario "Los Andes" de Mendoza, domingo 11 de febrero de 2018.
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