La actividad frutícola regional está hundida en una profunda crisis económica y todo indica, por la inercia de los acontecimientos, que el ajuste sobre el sector continuará siendo compulsivo ya que no existen señales de que algo, desde el punto de vista macroeconómico, pueda llegar a modificarse en el corto o mediano plazo.
Fracasó la política. Lo mismo se puede decir del sector privado dirigencial.
El sistema, en este último medio siglo, vivió una progresiva degradación a la par de las estériles pujas internas que sólo sirvieron para acercar aún más al precipicio la ajetreada actividad.
En los últimos 50 años, todo se modificó dentro del mercado frutícola internacional. Hubo un cambio de paradigma. La tecnología ocupó un lugar central, aparecieron las nuevas variedades y jugadores sobre la oferta de manzana con altos niveles de competitividad. Pero el sector del Valle de Río Negro y Neuquén nunca pudo adaptarse a estas nuevas reglas de juego. Argumentos hay cientos. Modelos económicos que no contemplaron las economías regionales, internas políticas que dejaron de lado la actividad, la creencia de que éramos los únicos que podíamos producir pomáceas en el mundo... en fin, todo un libro se puede llegar a escribir mostrando de dónde venimos y hasta dónde llegamos en el pequeño mundo de la fruticultura del Valle.
Hoy todo indica que la manzana, como oferta natural que se cosecha de una planta, es sólo el argumento para sostener un sistema del Valle en el que no se contempla ese mismo producto. Suena paradójico. Es algo así como que las fábricas de cemento no sean consideradas dentro de la cadena que conforma la industria de la construcción.
La realidad es que hoy el productor por la venta de su manzana recibe un promedio de 24 centavos de dólares cuando sus costos se ubican en 34 centavos de esa misma moneda. Es decir que pierde 10 centavos cada vez que sale un kilo de fruta de su chacra. Si tomamos, siempre hablando de promedios, que una explotación tradicional de 20 hectáreas produce 35 toneladas de manzanas, las pérdidas se disparan a 70.000 dólares por temporada. Esta simple foto, en la que se incorporan algunos números, se viene repitiendo hace ya más de dos décadas, dólares más, dólares menos.
¿Qué lleva a que el productor pierda 10 centavos por kilo? No hay una única variable que da respuesta a este interrogante. El problema es multicausal. Pero no hay dudas de que la lógica comercial del sistema es (y ha sido) una de las variables que ayudó a consolidar este desmadre en la actividad. La manzana es un producto tomador de precio en el mercado. No es, por dar un ejemplo cualquiera, una heladera, que es formadora de precio. Esta última industria compra la chatarra, el motor, mano de obra, estantes... suma costos, agrega un porcentaje de ganancia y coloca el producto con un valor terminado en el mercado. Para la manzana, otro es el esquema. El producto se entrega a concesión (se paga en función del precio de venta final). Resumiendo, en góndola se pone a un valor determinado, de ahí el minorista se queda con una parte de ese dinero, el mayorista con la tajada que considera le corresponde, los fletes hacen lo suyo y las empresas de empaque y frío retienen lo que calculan como sus costos más la utilidad correspondiente por el servicio, tal como el resto de los actores de la cadena. Por lo tanto, para la manzana queda el valor residual de lo que se repartió oportunamente en el resto del sistema.
Tal como se refleja en el infograma adjunto, para una manzana Red Delicious de calidad que se vendió (promedio entre supermercados y frutería) en octubre del año pasado a 65 pesos por kilo, el productor recibió poco menos de 6 pesos. Es decir, el 9% del valor final de lo producido. En cualquier otro país, de los tradicionales que compiten con nuestra fruticultura, ese indicador se ubica por encima del 25%.
Este esquema residual deja muchos interrogantes.
Por ejemplo, ¿qué pasa cuando los supermercados hacen una oferta, como muchas veces se observa, bajando sensiblemente el precio de la manzana para atraer más clientes? Los beneficios de esta política se trasladarán a las utilidades de las grandes superficies a costa de pérdida de rentabilidad del producto. Al partir de ese precio bajo, el esquema define que todos en la cadena trasladan sus gastos más utilidades hacia el producto, sin que el chacarero pueda hacer nada al respecto.
Otro ejemplo: si un galpón es ineficiente, el producto está pagando esa ineficiencia ya que la empresa sigue cobrando servicios más utilidades teniendo en cuenta el principio de residualidad del sistema.
Como éstos existen decenas de ejemplos más que muestran las grietas de una matriz comercial que debería reverse a la brevedad para dar mayor equidad al sistema.
Un importante ejecutivo regional totalmente integrado en el sistema aseguró, no hace mucho tiempo, que “las empresas en el Valle pierden en la producción primaria, salen empatados en los servicios (empaque y frío) y ganan mucho dinero en la comercialización... así funciona la cosa”.
Un concepto interesante para desglosar.
Más de la mitad de la riqueza queda fuera del Valle.
Cuando se analiza con detalle la cadena comercial del sistema frutícola, queda en claro la poca participación que tiene la región en la conformación del producto final.
Tomando en cuenta los precios finales al consumidor, más del 50% de la riqueza y el esfuerzo que genera la actividad queda fuera del valle de Río Negro y Neuquén.
Sin entrar en grandes detalles, en el trayecto desde que la fruta sale de nuestra región en camión hasta que llega al consumidor, 34 pesos de los 65 mencionados en el ejemplo de la nota central quedan al norte del río Colorado.
Teniendo en cuenta que el año pasado se comercializaron alrededor de 1.200 millones de pesos de manzanas en el mercado interno, más de 600 millones terminaron quedando fuera del sistema.
Un mercado complejo de seguir.
El sistema comercial que rige para la actividad frutícola es muy complejo, mucho de lo que es en otros países competidores.
Existen altos niveles de evasión, lo mismo con la elusión, se carece de sistemas de monitoreo sobre las ventas y esquemas para evaluar retornos estimados. En definitiva, el modelo del Valle carece de información clave sobre su propio negocio, herramienta elemental para la toma de decisiones, tanto dentro de la órbita del Estado como la del sector privado.
Hoy existen decenas de marcas que salen del Valle para ser comercializadas en el mercado local y el mundo. Varios tamaños, variedades, hasta cuatro calidades para un mismo producto y muchas formas de presentación. En definitiva, la manzana argentina llega al mercado de centenares de formas distintas, algo que debilita a cualquier esquema comercial que quiera desarrollarse.
De ahí que la demanda de las grandes superficies y mercados mayoristas tienen una posición dominante a la hora de negociar los precios de la fruta del Valle. Ante tanta dispersión de productos, pagan menos de lo que vale, como parte del riesgo comercial de recibir un producto distinto al que solicitan para sus góndolas. “Es una ventaja que usamos a la hora de negociar con cualquiera de nuestros proveedores. El riesgo lo trasladamos al precio de compra, una política que se usa en todo el mundo”, confió un gerente de frescos de una importante cadena de supermercados internacional del país.
Con esta debilidad, las cotizaciones en las negociaciones parten de un techo más bajo de lo real y los márgenes de utilidad se reducen fuertemente para las empresas frutícolas, teniendo en cuenta el modelo residual de precios que impera en el sistema.
Para corregir estos desvíos no caben dudas que hay que armar una nueva estrategia comercial que de previsibilidad a la oferta de manzanas del Valle y a los compradores de los productos.
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