Para Ricardo Lara la vida es eso que pasa detrás del volante. Y no es una exageración si se tiene en cuenta que desde hace casi cuarenta años se desempeña como chofer, pero no como uno más entre tantos. A Larita, como le dicen sus conocidos, el destino le reservó un camino muy distinto al de las carencias de ese hogar natal que dejó con apenas 12 años para salir al mundo laboral. El trabajo al que ingresó con 17 años le deparó ser el chofer de cuatro gobernadores y tres presidentes.
“Conozco de arriba a abajo cada camino de la provincia”, cuenta con orgullo este hombre que con apenas 17 años ingresó a trabajar a la administración pública y poco más tarde fue designado como chofer, un trabajo que le marcaría la vida y del cual está a punto de jubilarse.
Sus primeros años detrás del volante se centraron en manejar los camiones que transportaban desde Moquehue los rollizos de madera al aserrado del Bajo capitalino. Así pasaron sus primeros tiempos en el oficio hasta que le tocó tener la responsabilidad de trasladar a quien conducía la provincia: el gobernador de facto Domingo Trimarco.
En 1983, con la vuelta de la democracia, a Larita le tocó tener de acompañante en su auto al entonces gobernador Felipe Sapag, a quien volvería a encontrar en su último mandato allá por 1995. “En esos años también me tocaba ir a buscar al aeropuerto al senador Elías Sapag y llevarlo hasta San Martín de los Andes. Tardábamos dos días porque primero paraba en la Fudep de Plottier a comprar manzanas y después hacíamos noche en Zapala”, recuerda con añoranza.
En 1987 un tercer gobernador se sumó a su lista de pasajeros ilustres, era Pedro Salvatori. “Los Salvatori me siguen tratando hasta el día de hoy como de la familia. La señora Nora me dice que soy como un hijo adoptivo”, cuenta con emoción.
Cuando en 1991 Salvatori dejó el cargo, Ricardo siguió con la responsabilidad de llevar a su reemplazante. Jorge Sobisch fue el cuarto gobernador a quien llevó y trajo de todos lados.
“Sobisch era charlatán, pero cuando se enojaba, se enojaba en serio”, cuenta entre risas, y recuerda que un día una secretaria lo envió a comprar medicamentos para el gobernador y cuando volvió Sobisch había salido a pie hasta el consultorio donde debía ir. “Me fui rapidito, y cuando salió me miró y me dijo: ‘Vos trabajás para mí y para nadie más’ y no me habló más en el resto del camino”.
Como hombre de confianza de los gobernadores, a Ricardo se le asignó la máxima responsabilidad que puede caberle a un chofer: trasladar a un presidente.
Y como toda extensa carrera, no fue por una única vez, sino que en tres ocasiones tuvo en sus manos el control del vehículo presidencial.
El 9 de julio de 1989 Ricardo Raúl Alfonsín acababa de dejar anticipadamente la presidencia cuando a Larita le encargaron ir a buscarlo al aeropuerto de Bariloche. Lo acompañó durante 22 días de un retiro presidencial en el que recorrieron buena parte del sur neuquino e incluso de Chile.
A ese emblemático refugio de Villa La Angostura que es El Messidor le tocó unos años más tarde llevar a otro presidente, este sí en uso del mandato. Se trató de Carlos Menem y de un viaje del cual a Ricardo le sobran anécdotas que contar.
Pocos años pasaron hasta que a Ricardo le volvieron a encomendar ser el chofer presidencial. Eran días convulsionados en el país cuando recogió en el aeropuerto de Bariloche a Eduardo Duhalde, quien llegó al sur para participar de un congreso.
Desde hace más de una década Larita está asignado al área de Prensa de la Provincia desde donde ha recorrido varias veces la provincia de punta a punta durante las campañas electorales.
“El 25 de mayo me toca jubilarme pero no me voy a retirar, tengo pensado poner un negocio en Tricao Malal”, cuenta Ricardo como pudiendo visualizarlo. Es que este hombre que desde hace 38 años se gana la vida como chofer pasa sus días libres conduciendo hasta ese paraje del norte.
Aquella vez que a Menem lo picó una avispa en La Angostura.
“Los gobernadores se sentaron todos adelante. Los presidentes, al revés, todos atrás. El único presidente que no se sentó nunca atrás, sino al lado mío, fue Carlos Menem”, cuenta Ricardo Lara, introduciéndonos en una serie de anécdotas desopilantes de ese viaje presidencial.
Corrían los 90 cuando fue encomendado como chofer del presidente quien iba a pasar unos días en El Messidor. Pero fiel al estilo descontracturado del riojano, Ricardo recuerda que “una mañana Menem sale y ve que la custodia estaba distraída y me dice ‘Dale, arrancá que quiero ir sin éstos’, y salimos”.
Agrega que “fuimos a Las Piedritas y a Inalco que él quería conocer y en una de esas nos cruzamos con las camionetas de Gendarmería que andaban como locos porque se les había perdido el presidente. Entonces sin que se diera cuenta les hice señas de luces y nos empezaron a seguir”.
Ricardo señala que “ese fue el famoso viaje en el que una avispa lo picó a Menem”, y entre risas acota que “en todos los días que estuvimos no vi ni una sola avispa” –se cree que fue una excusa para ocultar una cirugía estética–.
El día en el que un gobernador
pasó por un piquete escondido.
Entre bomberos no se pisan la manguera, dice el dicho. Y puede ser cierto entre trabajadores pero no se aplica si uno de los bomberos es el gobernador y del otro lado está un grupo de manifestantes.
Esa fue la situación que se encontró un día Ricardo Lara. Debía llevar lo antes posible al gobernador de turno desde Cutral Co a Zapala, pero en Challacó un grupo de manifestantes tenían cortada la ruta.
“Me acerqué a esta gente y les pedí por favor que me dejaran pasar y me dijeron que sí. Pero el tema era cómo pasar sin que vieran que iba con Pedro Salvatori”, contó Ricardo.
“Lo que hicimos fue que se tuvo que tirar en el piso de la camioneta para que no lo vieran”, cuenta entre risas el chofer de gobernadores y presidentes.
Y agrega que “fue algo que no me olvido. Pasé con la camioneta por arriba de las cubiertas quemadas y con el gobernador tirado en el piso escondiéndose porque si lo veían no sé qué iba a pasar”.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 25 de febrero de 2018.
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