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...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

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"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

domingo, agosto 26, 2018

Mani Pulite a la argentina - Por Carlos Salvador La Rosa.-


Si hay algo que el tema de los cuadernos de la corrupción tiene de interesante y original es que hasta ahora nadie (ni acusados, ni acusadores,  ni políticos de todos los partidos, ni empresarios ni la ciudadanía) niega su colosal importancia.

Todos aceptan su rol de bisagra en la historia argentina, por lo que una serie de atractivas interpretaciones (aunque la mayoría delirantes, sobre todo las conspirativas) inundan las páginas de los diarios, la tevé y las redes sociales.

La teoría del chivo expiatorio.
Algo similar pareció -sólo pareció-  ocurrir con el caso de los bolsos conventuales de José López, porque una imagen puede más que mil palabras, y el ladronzuelo filmado sintetizaba la corrupción reinante.

Pero allí nomás, los más sospechados de ser sus cómplices sacaron de la galera y la pusieron al servicio de la batalla cultural (y de sus propios pellejos) una teoría sociológica efectiva desde los tiempos de Cristo, cuando éste entregó su vida por todos los pecadores del mundo: la del chivo expiatorio.

A través del uso sobreactuado de dicha teoría, los sospechosos de complicidad con López -al no poder negar la colosal evidencia- dijeron que todo ha sido obra de un traidor solitario. Cristina K hasta lloró en tevé por la indignación que sintió frente al infiel ingrato. Al que la negó, aunque fuera ella quien lo estaba negando.

Pero ahora, con los cuadernos Gloria, la teoría del chivo expiatorio no sirve porque al único (mejor dicho a la única) que puede aplicarse es a la principal involucrada (el otro ha muerto): Cristina Fernández. Y Cristina no es alguien tan pequeño como López para ser entregada ni alguien tan grande como Cristo para entregarse.

La teoría de la santa alianza
Sin embargo, aunque todo parezca tan original y sorprendente, lo que está pasando en la Argentina no es nada nuevo, al menos en su esquema sociológico general. Se inscribe  dentro del mismo proceso del Mani Pulite italiano y del Lava Jato brasileño, aunque los tres casos son diferentes. El argentino tiene todas las peculiaridades de nuestra cultura nacional.


En lo general es explicable claramente a través de una tesis que desde estas columnas venimos citando desde hace veinte años; la que escribió el ensayista francés Alain Minc con respecto al caso italiano en dos libros trascendentes: “La nueva Edad Media” y “La borrachera democrática”.

Su tesis sostiene que ante la implosión de la alianza entre políticos y empresarios que habían llevado la corrupción en el Estado a niveles no sólo ética, sino también económicamente insostenibles, y frente al vacío de una alternativa política creíble, la sociedad había cubierto el hueco con una nueva alianza que no surgía de ninguna conspiración sino de los contrapesos espontáneos que mueven las dinámicas colectivas.

Esa alianza estaba compuesta de tres patas: los jueces, los medios de comunicación y la opinión pública. Quienes, con su fuerza avasallante, arrasaban con todo el sistema político anterior, aunque sin saber reemplazarlo con nada nuevo.

El periodismo menos comprometido con el régimen, la opinión pública indignada y los jueces jacobinos, guillotinaron a toda la élite. El emblema en Italia es el fiscal Di Pietro y en Brasil el juez Sérgio Moro. Pero, claro, también frente a una indignación sin propuesta, en el horizonte surgió en Italia Berlusconi y en Brasil se alista Jair Bolsonaro, un militar fascista, más de ultraderecha que el mismo Trump.

Por ende, esa “santísima trinidad” con que Minc califica irónicamente a la alianza de jueces, periodistas y opinión pública, no es ni buena ni mala, sino una expresión biosociológica de la implosión de un sistema político corrupto hasta los tuétanos, que para mejorar las instituciones requiere una respuesta política, pero que carece de ella al estar casi toda la clase dirigente implicada en los delitos públicos.

El Berlusconi argentino.
El caso argentino se adapta por completo a la teoría de Minc pero sólo en lo conceptual, en lo general: en lo de una clase dirigente política y empresarial corrupta hasta decir basta que es enfrentada por una alianza de medios, jueces y opinión.

Pero hasta allí las similitudes porque las diferencias son aún mayores y, en consecuencia, es absolutamente imprevisible que la teoría indique si vendrá o no un Berlusconi.

Entre otras cosas, porque sin decirlo explícitamente, la mayoría de los actores políticos piensa que un símil de Berlusconi ya estuvo (o está) en la Argentina. Y porque además, en nuestro país tampoco existe nadie parecido al fiscal Di Pietro. Y sin Di Pietros que conduzcan el Mani Pulite ni Berlusconis que lo usufructúen, todo se complica mucho más.

En Italia, los principales críticos del Mani Pulite fueron los políticos de derecha que acusaron a la alianza entre periodistas, jueces y opinión pública como una tentativa de la izquierda para desestabilizar el sistema republicano. Pero en la Argentina -también en parte en Brasil- esa alianza es cuestionada por la izquierda (es que 20 años después del caso italiano y particularmente en América Latina, llegaron al poder políticos de izquierda que en menos de un santiamén se hicieron tan corruptos como aquellos a los que venían a cuestionar y reemplazar) argumentando que los medios de comunicación capitalistas concentrados se han unido con jueces corruptos y una opinión pública con la cabeza lavada por los medios (se la acusa de cacerolera, gorila, de medio pelo y racista) para borrar del país a los políticos progresistas acusándolos de cosas que ni por asomo cometieron. O que (cuando la evidencia se hace más que evidente) en todo caso, si algo cometieron fue para sacarle poder a la oligarquía y devolvérsela al pueblo.

Ellos, los K más sinceros, dicen que sus jefes robaban como Robin Hood, mientras que Macri lo hace como Hood Robin. Y es que -eso hay que reconocerlo- la izquierda siempre ha tenido mucha más imaginación que la derecha para retrucar las conspiraciones en contra de ella.

Otra gran diferencia es que pese a que la Argentina se encuentra en una situación económica por demás dificultosa (discutir si es por culpa de la herencia K o de las políticas M es otro debate), no parece hallarse al borde de una implosión (aunque algunos estén intentando provocarla) como la que vivió Italia en los años 90.

Acá la verdadera implosión, la que seguro nos seguirá marcando por mucho tiempo aún, fue la de fines de 2001 cuando el país se hundió y la opinión pública clamaba por que se vaya toda la clase política. O sea, en la Argentina la implosión del sistema no se dio por causas de corrupción sino por anomia, porque el país quedó en anarquía.

En ese sentido, quien se aprovechó de la anarquía fue un hombre que formaba plena parte del sistema político que la sociedad quería expulsar, no un antisistema. Se llamó Néstor Kirchner, quien tuvo la singular visión de presentarse como  el gran reformador progresista de la clase política tradicional, a la vez que blindaba a esa clase política de la furia popular subordinándola por entero a sus designios.

Y mientras eso hacía, gestaba el más grande sistema de corrupción de la historia nacional, pero no al servicio de la clase política toda como se  hizo en Italia y Brasil, sino con el deseo de construir un imperio político propio ya que la inmensa mayoría de lo que se robó estuvo personalizado en él y el robo no fue perpetrado por toda la élite política como en Italia y Brasil, sino por un conjunto de mafiosos de poca monta que respondía directamente a las órdenes del gran ladrón (en ese sentido, más que al Mani Pulite italiano se pareció a la comedia cinematográfica a la italiana y a sus ladrones de medio pelo).

En cambio, para los defensores del gobierno anterior, que el gran destape de la corrupción estalle durante el gobierno de un empresario que tiene a muchos de sus amigos implicados en el affaire, y que los jueces no tengan nada de jacobinos a lo Robespierre y sí de viejas corrompidas “servilletas”, les indica que el verdadero Berlusconi criollo es Macri, que busca destruir a los buenos progres del gobierno anterior disfrazando su manganeta antipolítica de lucha anticorrupción.

Pero este debate lo seguimos, por falta de espacio, el domingo próximo.

Publicado en Diario "Los Andes" de Mendoza, domingo 26 de agosto de 2018.

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