Si hay algo que el tema de los cuadernos de la corrupción
tiene de interesante y original es que hasta ahora nadie (ni acusados, ni
acusadores, ni políticos de todos los
partidos, ni empresarios ni la ciudadanía) niega su colosal importancia.
Todos aceptan su rol de bisagra en la historia argentina,
por lo que una serie de atractivas interpretaciones (aunque la mayoría
delirantes, sobre todo las conspirativas) inundan las páginas de los diarios,
la tevé y las redes sociales.
La teoría del chivo expiatorio.
Algo similar pareció -sólo pareció- ocurrir con el caso de los bolsos
conventuales de José López, porque una imagen puede más que mil palabras, y el
ladronzuelo filmado sintetizaba la corrupción reinante.
Pero allí nomás, los más sospechados de ser sus cómplices
sacaron de la galera y la pusieron al servicio de la batalla cultural (y de sus
propios pellejos) una teoría sociológica efectiva desde los tiempos de Cristo,
cuando éste entregó su vida por todos los pecadores del mundo: la del chivo
expiatorio.
A través del uso sobreactuado de dicha teoría, los
sospechosos de complicidad con López -al no poder negar la colosal evidencia-
dijeron que todo ha sido obra de un traidor solitario. Cristina K hasta lloró
en tevé por la indignación que sintió frente al infiel ingrato. Al que la negó,
aunque fuera ella quien lo estaba negando.
Pero ahora, con los cuadernos Gloria, la teoría del chivo
expiatorio no sirve porque al único (mejor dicho a la única) que puede
aplicarse es a la principal involucrada (el otro ha muerto): Cristina
Fernández. Y Cristina no es alguien tan pequeño como López para ser entregada
ni alguien tan grande como Cristo para entregarse.
La teoría de la santa alianza
Sin embargo, aunque todo parezca tan original y
sorprendente, lo que está pasando en la Argentina no es nada nuevo, al menos en
su esquema sociológico general. Se inscribe
dentro del mismo proceso del Mani Pulite italiano y del Lava Jato
brasileño, aunque los tres casos son diferentes. El argentino tiene todas las peculiaridades
de nuestra cultura nacional.
En lo general es explicable claramente a través de una tesis
que desde estas columnas venimos citando desde hace veinte años; la que
escribió el ensayista francés Alain Minc con respecto al caso italiano en dos
libros trascendentes: “La nueva Edad Media” y “La borrachera democrática”.
Su tesis sostiene que ante la implosión de la alianza entre
políticos y empresarios que habían llevado la corrupción en el Estado a niveles
no sólo ética, sino también económicamente insostenibles, y frente al vacío de
una alternativa política creíble, la sociedad había cubierto el hueco con una
nueva alianza que no surgía de ninguna conspiración sino de los contrapesos
espontáneos que mueven las dinámicas colectivas.
Esa alianza estaba compuesta de tres patas: los jueces, los
medios de comunicación y la opinión pública. Quienes, con su fuerza
avasallante, arrasaban con todo el sistema político anterior, aunque sin saber
reemplazarlo con nada nuevo.
El periodismo menos comprometido con el régimen, la opinión
pública indignada y los jueces jacobinos, guillotinaron a toda la élite. El
emblema en Italia es el fiscal Di Pietro y en Brasil el juez Sérgio Moro. Pero,
claro, también frente a una indignación sin propuesta, en el horizonte surgió
en Italia Berlusconi y en Brasil se alista Jair Bolsonaro, un militar fascista,
más de ultraderecha que el mismo Trump.
Por ende, esa “santísima trinidad” con que Minc califica
irónicamente a la alianza de jueces, periodistas y opinión pública, no es ni
buena ni mala, sino una expresión biosociológica de la implosión de un sistema
político corrupto hasta los tuétanos, que para mejorar las instituciones
requiere una respuesta política, pero que carece de ella al estar casi toda la
clase dirigente implicada en los delitos públicos.
El Berlusconi argentino.
El caso argentino se adapta por completo a la teoría de Minc
pero sólo en lo conceptual, en lo general: en lo de una clase dirigente
política y empresarial corrupta hasta decir basta que es enfrentada por una
alianza de medios, jueces y opinión.
Pero hasta allí las similitudes porque las diferencias son
aún mayores y, en consecuencia, es absolutamente imprevisible que la teoría
indique si vendrá o no un Berlusconi.
Entre otras cosas, porque sin decirlo explícitamente, la
mayoría de los actores políticos piensa que un símil de Berlusconi ya estuvo (o
está) en la Argentina. Y porque además, en nuestro país tampoco existe nadie
parecido al fiscal Di Pietro. Y sin Di Pietros que conduzcan el Mani Pulite ni
Berlusconis que lo usufructúen, todo se complica mucho más.
En Italia, los principales críticos del Mani Pulite fueron
los políticos de derecha que acusaron a la alianza entre periodistas, jueces y
opinión pública como una tentativa de la izquierda para desestabilizar el
sistema republicano. Pero en la Argentina -también en parte en Brasil- esa
alianza es cuestionada por la izquierda (es que 20 años después del caso
italiano y particularmente en América Latina, llegaron al poder políticos de
izquierda que en menos de un santiamén se hicieron tan corruptos como aquellos
a los que venían a cuestionar y reemplazar) argumentando que los medios de
comunicación capitalistas concentrados se han unido con jueces corruptos y una opinión
pública con la cabeza lavada por los medios (se la acusa de cacerolera, gorila,
de medio pelo y racista) para borrar del país a los políticos progresistas
acusándolos de cosas que ni por asomo cometieron. O que (cuando la evidencia se
hace más que evidente) en todo caso, si algo cometieron fue para sacarle poder
a la oligarquía y devolvérsela al pueblo.
Ellos, los K más sinceros, dicen que sus jefes robaban como
Robin Hood, mientras que Macri lo hace como Hood Robin. Y es que -eso hay que
reconocerlo- la izquierda siempre ha tenido mucha más imaginación que la
derecha para retrucar las conspiraciones en contra de ella.
Otra gran diferencia es que pese a que la Argentina se
encuentra en una situación económica por demás dificultosa (discutir si es por
culpa de la herencia K o de las políticas M es otro debate), no parece hallarse
al borde de una implosión (aunque algunos estén intentando provocarla) como la
que vivió Italia en los años 90.
Acá la verdadera implosión, la que seguro nos seguirá marcando
por mucho tiempo aún, fue la de fines de 2001 cuando el país se hundió y la
opinión pública clamaba por que se vaya toda la clase política. O sea, en la
Argentina la implosión del sistema no se dio por causas de corrupción sino por
anomia, porque el país quedó en anarquía.
En ese sentido, quien se aprovechó de la anarquía fue un
hombre que formaba plena parte del sistema político que la sociedad quería
expulsar, no un antisistema. Se llamó Néstor Kirchner, quien tuvo la singular
visión de presentarse como el gran
reformador progresista de la clase política tradicional, a la vez que blindaba
a esa clase política de la furia popular subordinándola por entero a sus
designios.
Y mientras eso hacía, gestaba el más grande sistema de
corrupción de la historia nacional, pero no al servicio de la clase política
toda como se hizo en Italia y Brasil,
sino con el deseo de construir un imperio político propio ya que la inmensa
mayoría de lo que se robó estuvo personalizado en él y el robo no fue
perpetrado por toda la élite política como en Italia y Brasil, sino por un
conjunto de mafiosos de poca monta que respondía directamente a las órdenes del
gran ladrón (en ese sentido, más que al Mani Pulite italiano se pareció a la
comedia cinematográfica a la italiana y a sus ladrones de medio pelo).
En cambio, para los defensores del gobierno anterior, que el
gran destape de la corrupción estalle durante el gobierno de un empresario que
tiene a muchos de sus amigos implicados en el affaire, y que los jueces no
tengan nada de jacobinos a lo Robespierre y sí de viejas corrompidas
“servilletas”, les indica que el verdadero Berlusconi criollo es Macri, que
busca destruir a los buenos progres del gobierno anterior disfrazando su
manganeta antipolítica de lucha anticorrupción.
Pero este debate lo seguimos, por falta de espacio, el
domingo próximo.
Publicado en Diario "Los Andes" de Mendoza, domingo 26 de agosto de 2018.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.