La guerra argentina
contra Francisco.
Por Hernán Patiño Mayer.
Cuando Francisco aún no había nacido, ya existía un
conflicto entre el poder y Bergoglio. Cuando hablamos del poder hablamos del
poder tras el trono, que instrumenta políticas e instituciones, en su provecho.
De los dueños del sistema donde el dinero es dios y la exclusión, la
indiferencia y la muerte, armas de dominación.
Como arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio comenzó a dar
señales anticipatorias de un Francisco que nadie, ni siquiera él, esperaban ver
nacer. Su sencillez, su humildad, su apostolado entre los marginales y sus
cuestionamientos a la corrupción de los poderosos fueron algunas de ellas. Tuvo
problemas con Néstor Kirchner, quien, coherente con su estilo, decidió pasearse
en las fiestas patrias por diócesis más complacientes donde no se oyera lo que
no quería escuchar.
Cuando en marzo de 2013 nació el primer papa de la América
Mestiza, Cristina reaccionó inicialmente con una frialdad asombrosa y confirmó
a los sectores reaccionarios de la sociedad argentina en su esperanza de que
Francisco sería, al fin, el ángel exterminador del peronismo. Los balcones de los
barrios ricos de la ciudad, como en 1955, se adornaron con banderas argentinas
y vaticanas. Gracias a Dios y dicen que a Rafael Correa, Cristina pudo ganar
altura antes de estrellarse (“Señor dame serenidad para aceptar lo que no puedo
cambiar”). A partir de allí reconstruyó una relación acorde con la imprevista
realidad. Francisco honró sus virtudes de constructor de puentes y le obsequió
a Cristina con la más prolongada entrevista a solas brindada a un jefe de
Estado: tres horas con almuerzo incluido. Contemporáneamente, los que
imaginaron al Papa como el cruzado antipopulista, instrumento dócil de sus
disputas locales, comenzaron a darse cuenta de que también habían errado. La
alarma sonó con las primeras afirmaciones del Papa: “Quiero una Iglesia pobre para
los pobres”; “Los evangelizadores tienen ‘olor a oveja’ y éstas escuchan su
voz”; “La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva
y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía”.
Estas y otras fueron suficientes para entender que este argentino se tomaba en
serio el mensaje evangélico. Y así fue que las banderas comenzaron a enrollarse
junto al crecimiento del temor paranoico, de que ahora el “populismo” habitaba
en Roma con proyección universal.
Mientras tanto, y más por errores del oficialismo que por
méritos de la oposición, Macri ganaba las elecciones de 2015. Los dueños del
poder conscientes de las limitaciones del Presidente, pusieron en marcha su
maquinaria mediática, para sumergir a Francisco en el chiquero de la política
local. Cada audiencia, cada frase y cada rosario, eran facturados por los
juglares del poder, en la cuenta vaticana. El Papa “nuevo líder del peronismo”,
“el Papa kirchnerista” y otras tantas acusaciones propias de un inmenso
provincialismo, comenzaron a poblar comentarios y editoriales de los medios de
comunicación. Para subir el precio de la campaña, sumaron la voz de Loris
Zanatta, un especialista en populismo y peronismo que confirmaba desde Bolonia
todos los temores de los “liberales republicanos argentinos”. Fernández Díaz
desde La Nación aclaró que “Bergoglio, que llenó de justicialistas los
obispados, quiso pero no logró convertir Santa Marta en Puerta de Hierro”. Para
terminar de ningunearlo y escupir resentimiento afirmó como si importara y lo
supiera: “Los intelectuales españoles y franceses ya no lo toman en cuenta”.
Olvidó que delataba su ignorancia evangélica, al olvidar a Cristo cuando dice:
“Te alabo Padre porque escondiste estas cosas a los sabios y a los entendidos y
se las diste a conocer a los pobre y los humildes”.
La cuestión del aborto, instalada por la impotencia
presidencial frente al drama de la pobreza, la concentración de la riqueza y
una economía dirigida desde el FMI, fue también usada para mostrar a Francisco
como insensible ante esta tragedia individual y social. La posición de la
Iglesia era previsible; ella como la mayoría de las religiones, lo consideran
un atentado contra la vida por nacer. ¿Se puede estar en desacuerdo? Claro que
sí y así lo hicieron y seguramente lo harán, votos más, votos menos, una
importante cantidad de legisladores. Lo que no es bueno es descalificar a
Francisco por reiterar una posición que a nadie puede sorprender. Y menos aún,
usar un tema tan sensible, en la guerra desatada contra el Papa, en su propia
patria. Guerra que no tendrá fin porque lo que amenaza el Evangelio de
Jesucristo y expresa Francisco es a la idolatría del poder y del dinero, que no
se rinde ni se rendirá, hasta el fin de los tiempos.
* Ex embajador, integrante de Cristianos para el Tercer Milenio.
Publicado en Diario "Página/12", 30/07/2018.
Imágenes: archivo Blog de la Patagonia.
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