La gran extensión de tierra patagónica se vio premiada, en el siglo XX, con el arribo de oleadas inmigratorias que sin resquemor pusieron manos a la obra y transformaron su aridez en campos cultivados. Este es el caso de don Pedro Pablo Iuorno, italiano nacido en San Chirico Raparo, provincia de Potenza, región de la Basilicata, que arribó a Roca junto a su tío para trabajar en los canales de riego. En Europa se vivía una gran crisis económica, lo que ayudó a que don Pedro tomara la decisión de instalarse en estas tierras promisorias. Arribó al Valle en 1910 ya que se enteró que en el Territorio Nacional de Río Negro se estaban construyendo las obras de riego para ampliar la zona de cultivo. Estuvo al frente de una cuadrilla de trabajadores de los canales y luego trabajó en una chacra en Cervantes, donde comenzó con la elaboración de vino. De regreso a Italia se casó en 1923 con María Lo Pinto, con quien tuvo cuatro hijos: Teresa, casada con Luis Maiolino; Domingo, Francisco y Juan Pedro, nacidos en Roca.
En las décadas del 30 y 40 produjeron un vino artesanal en piletas de una casa propia en la calle Chacabuco. Poco a poco, fue construyendo otras piletas para las bodegas de la zona primero y luego pasó a ser capataz de una bodega en Cervantes. Pedro pudo comprar una vivienda en la calle Buenos Aires y allí puso un almacén atendido por su esposa. El vino se vendía allí y hacían 200 bordalesas por año. Con la llegada de Italia de dos hermanos de Pedro, Víctor y Antonio, el comercio de ramos generales quedó en manos de Filomena y la construcción en las de Pedro. La empresa de construcción Iuorno Hermanos hizo obras de alta calidad como edificios e instalaciones fabriles. En los 40 y 50 la producción familiar ingresó en la etapa industrial, alcanzando prestigio regional. Se expandieron con una fraccionadora en Bahía Blanca.
Asimismo, en la década del 50, Pedro pudo cumplir el sueño de su vida: tener una bodega propia para dejarles de herencia a sus hijos. Una vez sistematizada la tierra implantó 20 hectáreas de viñedos con variedades blancas y tintas en mezcla. Con la producción de uva en marcha, se inició como bodeguero junto a sus hijos. Cuando la familia se mudó a la chacra, el negocio del centro cerró. Al cumplir 62 años, Pedro decidió dejarlo en manos de sus hijos varones y jubilarse. Ese año Pedro y Filomena viajaron a Italia para reencontrarse con sus familiares.
Cuatro meses después de regresar del viaje Pedro falleció, aunque dejó a sus hijos una empresa que ya tenía cinco chacras y varios empleados. La bodega se fue ampliando hasta contar con una capacidad total de vasija vinaria de 1.800.000 litros. Con los años las hectáreas se incrementaron y las parcelas estaban ubicadas entre las localidades de Roca y Mainqué. La bodega Iuorno Hnos. llegó a vender 3 millones de litros de vino al año en toda la zona del Alto Valle y en el sur de la provincia de Buenos Aires. Luego de la etapa de bonanza económica, décadas del sesenta y setenta, el país cambió y las ventas comenzaron a decrecer. En 1990 quebró y la bodega que estaba hipotecada se remató. A comienzo del 2000, Francisco Iuorno, que continuó hasta su muerte, inició un proyecto de elaboración artesanal de vinos orgánicos.
Esta historia de trabajo, de esfuerzo, de inmigrantes tesoneros, fue relatada por descendientes de aquellos hombres visionarios, la historiadora Graciela Elvira Iuorno y el ingeniero agrónomo Juan José Iuorno, como descendientes orgullosos de lo sembrado por sus ancestros.
Carta de lectores de Beatriz Carolina Chávez publicada en Diario "Río Negro", domingo 1º de julio de 2018.
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