Cuenta el filósofo griego Platón en su obra “Fedon” los últimos minutos de vida de pensador Sócrates, el que afirmara: “Comprendo y me estará permitido hacer oraciones a los dioses a fin que bendigan nuestro viaje y lo hagan feliz”. Inmediatamente bebió sin gesto de dificultad y repugnancia un vaso con cicuta y rato después falleció. Se trata de un veneno potente que antiguamente se utilizaba para ejecutar a los condenados a muerte. La cicuta, prudentemente administrada, puede proporcionar un efecto sedante prolongando, en tanto en medicina se usa como analgésico para dolores muy intensos. Las brujas de la antigüedad la usaban en una mezcla de hierbas porque distorsionaba la realidad, provocando alucinaciones severas.
Hemos llegado casi al final del partido (ver la columna “El último partido” del 4/7/18), y por si acaso advierto que no soy ni de River ni de Boca, y que me he resistido a colocarme en ese interesado lugar de ser partidario u opositor del anterior gobierno, o del actual. Esa dicotomía mediática, diaria, que machaca sobre nuestras cabezas ha tenido un solo objetivo: modificar el destino de la República Argentina. Ni antes íbamos a ser Venezuela –por cierto los números actuales nos indican que estamos más cerca hoy– ni ahora tampoco.
No debemos ver situaciones que siempre pueden corregirse y son propias de muchos países del mundo e incluso muy desarrollados (corrupción, déficit fiscal, insatisfacción con los políticos de turno) y otras comunes a Latinoamérica (inseguridad, altas tasas de pobreza, desempleo). En todo el planeta la concentración de ingreso se acelera dramáticamente y el poder de las amplias mayorías de la población se estrecha. La participación de las personas en los asuntos públicos va dejando paso a democracias formales, donde son las superestructuras estatales y el poder económico dominante quienes definen la agenda del tipo de desarrollo –o subdesarrollo– de cada país.
El proyecto político y económico que gestiona la Argentina hasta la fecha ha partido de objetivos bien definidos, es acorde a un ciclo histórico que se ha repetido, con algunos intervalos donde se intentó ensayar un país más igualitario, con desarrollo industrial y tecnológico.
La idea es exportar materia prima de bajo valor (hoy se exporta maíz que comen chanchos en Dinamarca para importar su carne a nuestro país) y facilitar la fuga de dólares al exterior a través de liberar el mercado de cambios, pudiendo ingresar y sacar divisas sin restricción alguna, sea por exportaciones o especulando financieramente.
¿Con qué se especula financieramente? Pues con deuda pública. Este circuito genera desequilibrios de la llamada cuenta corriente y provoca déficit en la balanza de pagos que para solventarlo requiere endeudamiento externo, para que este proceso no se detenga. Si además –como se aplica durante toda esta gestión de gobierno– se financia el déficit fiscal con dólares prestados a tasas de interés altísimas (pudiendo hacerlo con pesos que emite el Estado argentino y son de más fácil cancelación), la bola de nieve de deuda en dólares se hace insuperable.
Pero aquí además de una bola de nieve en dólares se armó una bola de nieve de deuda en pesos (Lebac) también con altas tasas de interés. Todo fue una fiesta de alegría bombeada por los medios de comunicación hasta que la inconsistencia de un superendeudamiento en dólares fue visible y todos huyeron, vendieron los títulos argentinos y los cambiaron por dólares. Lo hicieron sectores económicos amigos del gobierno e incluso funcionarios con responsabilidades en el BCRA y el Ministerio de Economía. Pregunto: ¿la Justicia Federal se enteró?
Una abultada deuda tomada en dólares nos ha quedado a todos y los que se la están llevando lo hacen ahora con dólares prestados por el FMI. ¿Por qué pudo pasar esto? ¿Por qué muchos que creyeron viven ahora otra realidad? ¿Por qué la Argentina ha sido condenada a 20 años más de subdesarrollo? (creciendo al 3% anual será el tiempo necesario para cancelar la deuda actual y la del default del 2002).
Hoy se intenta generar en la cabeza de todos desde los medios de comunicación y en voz del propio presidente un consenso relativo a que es el déficit fiscal nuestro problema y que el ajuste es la medicina. Nos dicen que son los “cuadernos show” y la corrupción lo que ha traído esta crisis.
Es necesario que usemos lo más valioso que tenemos, el cerebro, y pensemos, despojados del River-Boca, advirtiendo que el déficit público, la corrupción y otros males que nos aquejan pueden ser resueltos, pero siempre con pesos, política y participación ciudadana. La idea del endeudamiento externo incontrolado sólo sirve para someter nuestro crecimiento y desarrollo y siempre encuentra una excusa para ser impuesta... ¿O acaso creemos que no se hicieron y se hacen en estos momentos negocios multimillonarios con el endeudamiento público argentino? Si no lo sabemos es porque no sale en la tele o no lo escuchamos en la radio, pero sucede.
La medicina del ajuste anunciada por el gobierno está destinada al fracaso y es una irresponsabilidad afirmar que es la última crisis que viviremos. No hay antecedentes de programas integrales del FMI que hayan finalizado satisfactoriamente para un país sin generar pobreza y desindustrialización.
El remedio que nos recomiendan como está diseñado es letal y condena a millones de argentinos, pobres, y por cierto a sus clases medias.
Publicado en Diario "Río Negro", Viernes 7 de Septiembre de 2018.
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