Según el apicultor, en esos dos años, sus colmenas
disminuyeron de 400 a 200 unidades para luego restablecerse la producción y
volver a las 400 durante este año.
Por ello sostiene que la producción de miel depende del
clima y el ecosistema, algo con lo que ha convivido desde hace 30 años.
Al mismo tiempo, aseguró no tener miedo de que la población
de abejas vaya a acabarse o a disminuir drásticamente.
En esta línea, Papalotzi recuerda cómo no hace mucho les
"hizo temblar a los apicultores" el llamado escarabajo de la colmena,
pero supieron cómo atajarlo. Con el glifosato o los neonicotinoides, argumentó,
sucede lo mismo. Con su doble función de apicultor y agricultor puede tomar las
medidas necesarias para que no se vean afectadas las colmenas por el uso de
químicos.
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"En la actualidad no hay ningún cultivo que no requiera
aplicación de pesticidas o insecticidas, todos los apicultores sabemos que, por
muy noble que sea el producto químico, en menor o mayor escala siempre hay un
daño a las abejas", reconoció.
Por ello, opta por tapar las colonias para que las abejas no
salgan a pecorear en el momento en el que se está aplicando algún producto.
De este modo, defendió que tanto el cultivo transgénico -del
cual recordó que sacó de la pobreza a su región- como la apicultura tienen que
aprender a convivir pues ambos son necesarios.
No obstante, existen intereses económicos, pues admitió que
"los costos de cultivo convencional son mucho más elevados que los de soya
transgénica", admitió.
Por su parte, el director general del Servicio Nacional de
Sanidad, Inocuidad y Calidad Alimentaria, Acuícola y Pesquera (Senasica), Hugo
Fragoso, sostuvo a Efe que los productos químicos no son responsables de la
muerte de los antófilos.
Para defender este argumento relató que tanto la Secretaría
de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa)
como el Senasica encargaron un estudio al respecto a investigadores de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuyos resultados serán
divulgados en octubre de este año.
No obstante, adelantó que el estudio -el cual constó de dos
fases, una en 2015 y otra en 2017- encontró "concentraciones muy
bajas" de plaguicidas en la cera de las colmenas y "en ningún caso se
halló glifosato"
En lo relativo a los neonicotinoides, aseguró que tan solo
en una colmena se encontraron restos.
Concluyó que, aunque el uso de plaguicidas provoca rechazo,
dada la sobre población mundial, es necesario buscar un equilibrio entre la
agricultura orgánica y los transgénicos.
Uno de los coordinadores del estudio realizado por la UNAM,
Ricardo Angiano, matizó a Efe que, si bien los herbicidas como el glifosato no
afectan directamente a las abejas, sí afectan a su entorno.
"Provocan la pérdida de floraciones nativas, los
herbicidas van a utilizarse para eliminar todo lo que no sea el cultivo que se
quiere hacer crecer y, ¿qué es lo que pasa ahí?, que las abejas se nutren de
las flores de los cultivos que crecen alrededor, entonces al dejar limpios los
campos, las abejas ya no tienen que comer", explicó.
No obstante, eso no implica que el glifosato usado en los
transgénicos como el principal responsable, pues aseguró que se trata de la
varroa, un tipo de ácaro que afecta al sistema inmune del insecto hasta
aniquilarlo.
Sobre los neonicotinoides, apuntó que, aunque estén en dosis
subletales, afecta a la producción de las abejas y a su orientación.
Diario "Los Andes" de Mendoza, jueves 9 de agosto de 2018.
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