En este hermoso país que es mi tierra, la Argentina, la mujer es una mina y el fuelle es un bandoneón. El vigilante, un botón; la policía, la cana. El que roba es el que afana, el chorro un vulgar ladrón. Al zonzo llaman chabón y al vivo le baten rana”. (Mario Horacio Cécere, “Milonga Lunfarda”)
El 5 de septiembre de 1953 veía la luz en las librerías Lunfardía, obra de José Gobello, fundador e integrante de la Academia Porteña del Lunfardo, trabajo emblemático de la materia, lo qu e llevó al periodista Marcelo Héctor Olivieri a presentarse en el 2000 ante la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y hacer que ésta sancionara una ley que declara ese día como “del Lunfardo”.
Importante rememoración si advertimos, como bien nos lo demuestran los versos agregados al inicio, que ese particular lenguaje nos acompaña cotidianamente y que ha trascendido, con holgura, el marco territorial de la ciudad en que naciera y se ha hecho propio de todos los argentinos.
Su origen, como el de todos los procesos, tiene varias explicaciones, y diversas opiniones tratan de elucidar su génesis; más allá del respeto que me merecen todos quienes ensayan tales teorías, me inclino a pensarlo como la resultante de un variopinto de circunstancias que convergen e interactúan entre ellas para dar nacimiento a una forma de expresión que representa el Buenos Aires profundo de principios del siglo pasado. Lo concreto es que el lunfardo es parte de nuestra vida cotidiana, su extensión por todo el territorio argentino –como ya lo advirtiéramos– se ha dado en mayor o menor medida pero ningún rincón de nuestro país lo soslaya.
Hay que hacer notar también que se ha producido una evolución paulatina y las nuevas generaciones han dado su impronta que ha llevado al ostracismo a algunos términos y a la aparición de otros, todo ello con un destacable nivel de aceptación y uso.
Es indudable que el idioma lunfardo es parte del patrimonio cultural argentino, dentro del cual se erige como un bien intangible de renombre y reconocimiento universal. No podría completar estas letras sin hacer una mención a su vínculo con el tango, ¡tan de la mano ambos! Y tan impensado el uno sin el otro, cuestión que excede ampliamente esta prosa evocativa y conmemorativa. Solo, para terminar, y como gráfico final de lo dicho, quiero destacar el lema de la Academia Porteña del Lunfardo “El pueblo agranda el idioma”, nada tan cierto y tan motivador del pretendido recuerdo que encierran estos renglones. Que al aflorar su recuerdo una sonrisa y un guiño lo acompañen.
* ARMANDO MARIO MÁRQUEZ Presidente de la filial Neuquén de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
Publicado en Diario "Río Negro", 06/09/2018.
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