Solemos recordarlo bien de la escuela, de sus cientos de biografías que leímos en las revistas de nuestra infancia o en los discursos por el día del maestro: Domingo Faustino Sarmiento nació en uno de los lugares humildes de la provincia de San Juan, en la época en que las distancias entre “las provincias” y la “metrópolis” eran infinitas. Imaginamos así que el destino lo podría haber obligado a convertirse en un hombre entregado al campo, al pequeño comercio o a la iglesia, como en realidad lo deseaba su madre. En ningún caso hubiese estado mal en sí mismo, sólo que deseaba para sí otros desafíos. Empujado por su personalidad tesonera, su obstinación y sus sueños emprendió nuevos caminos expandiendo sus límites hasta donde fuera posible (o más aún).
¿Cómo pudo tanto una sola persona? Sarmiento fue un gran autodidacta en todos los sentidos. Por ejemplo, desde pequeño sintió una fuerte conexión con los libros. Una buena imagen de esto es la siguiente: él solía describirse a sí mismo (¿cuándo no?) como un mal vendedor de tienda porque cuando tuvo que ejercerlo se molestaba cada vez que alguien se le acercaba a pedirle algún producto y se veía obligado a apartar los ojos de la historia de Grecia o de Roma. La lectura le permitía apropiarse de lo que estaba afuera, todo ese mundo por conocer. Tanto que sin haber cursado educación superior, llegó a ser Doctor Honoris Causa en Michigan, Estados Unidos, y a manejar cinco idiomas con fluidez (casi del mismo modo que sin pertenecer a ningún partido político, llegó a la presidencia del país).
Supimos contar a lo largo de nuestra historia con personalidades célebres como Sarmiento. Y hoy, próximo a una nueva celebración en su honor del día del maestro, podemos realizar breves ejercicios de repaso (por sus modos y su pensamiento) y de imaginación, que nos permitan conjeturar qué pensaría hoy de nuestra Argentina este hombre real (y genial) al que sus contemporáneos llamaban “El Loco”.
Mejor decir y hacer
“No soy, pues, periodista, Alberdi, ni escritor de profesión, ni soy militar de profesión. De profesión sólo soy maestro de escuela, y en este grado, adquirido por mi esfuerzo y sancionado por gobiernos ilustrados, he llegado con honradez y pureza adonde no llegará usted como periodista de alquiler y contratable para sostener todo lo que le manden sostener, y ni aun como abogado, pues abogados hay por estas Américas unos tres mil, que ojalá hubiera más, y educacionistas de mi clase no hay tantos que sobren por todas partes.”
Carta a Juan Bautista Alberdi
en Las Ciento y Una (1853).
¿Qué decir de nuevo? Sarmiento fue un intelectual que se dedicó al periodismo, a la política, a la educación y a la literatura con tanta pasión que, en todos los ámbitos, su acción y su pensamiento llegan hasta nuestros días (claro que, como la mayoría de las celebridades, no sin controversia). Desde muy joven, ejerció la docencia en la provincia de San Luis y en Chile. La educación fue su gran preocupación y motor de su labor. Por eso, como si fuera un signo de su idea a través del ejercicio de su propia acción, de todas las actividades que desempeñó, es esta la que con más orgullo destaca.
Conocer y hacer conocer, sería un lema posible. Por eso también hizo culto de los viajes, que respondieron al exilio al que se vio forzado en varias oportunidades y, más tarde, a su labor como diplomático, ya que lo pusieron en contacto con diferentes culturas, con las ideas y los avances tecnológicos y científicos de otros países. Y por eso también los plasmó en su libro “Viajes por Europa, África y América”. ¿Cuáles serían los motivos más que saber y hacer saber? Y que se diga de él, por supuesto.
Llegó a ser gobernador de su provincia, San Juan, donde rápidamente impulsó la enseñanza primaria obligatoria y fundó escuelas para los diferentes niveles y para la formación de maestras. Además, promovió la infraestructura creando hospitales, caminos y dependencias públicas. Al mismo tiempo que llevaba a cabo tremenda tarea, se desempeñaba como editor del periódico El Zonda. Luego, como todos sabemos también, alcanzó el cargo de Presidente de la Nación. Desde ahí, todo cambió. Replicó el impulso a la educación que había comenzado en su propia provincia. Durante su gestión se fundaron más de 800 escuelas (entre ellas Colegios Nacionales en varias provincias) y al finalizar su mandato alrededor de 100.000 niños habían logrado el acceso a la enseñanza primaria. Su conciencia acerca del valor del conocimiento lo llevó a promover las leyes para crear y desarrollar bibliotecas populares, instituciones que consideraba de gran valor para el desarrollo local y la formación de ciudadanos libres. Es por esta época, también, que comienza a subrayar la importancia de las ciencias básicas. Durante su gestión fomentó la creación de facultades, institutos universitarios, cátedras especializadas y se fundaron la Academia de Ciencias y el Observatorio Nacional de Córdoba.
Otra de las medidas claves fue organizar el primer censo nacional, instrumento esencial para poder planificar mejoras en la calidad de vida de la población. Como lo sabe la ciencia moderna, no hay posibilidad de transformación sin tener en cuenta desde dónde se parte.
Sarmiento, después de haber finalizado su presidencia, tuvo la grandeza de volver a ejercer un cargo público como Director General de Escuelas. Aunque quizás, para él, la presidencia habría sido “puesto menor” en relación a este.
Con la pluma y la palabra
“Todo esto para decirle que una obra de literatura puede más
que los ejércitos.”
Carta a Luis Varela. Buenos Aires,
30 de junio de 1887
Es difícil escindir al escritor del maestro o al periodista del político. Básicamente porque en el personaje, pero también en sus intenciones y sus ideas, se entremezclan. Sarmiento escribió más de medio centenar de libros e innumerables editoriales en periódicos (se dice que en momentos de convulsión política enviaba hasta cuatro o cinco editoriales por día). La prensa escrita fue un espacio vital para él ya que allí desplegaba su pasión por la política y sus ideas y proyectos para la República. Con la intención incesante de llegar a más lectores, y así lograr construir opinión pública, usaba un estilo llano, práctico, pero por sobre todo vehemente y punzante. En su escritura libró sus batallas ideológicas y no dejó de escribir en la prensa ni aun siendo funcionario. En algunos de sus periódicos se dedicó también a “instruir” al lector, incluyendo traducciones propias de textos extranjeros.
Escribió en prácticamente todos los géneros valorados de la época. La fascinación por ese personaje al que tanto rechazo tenía, Facundo Quiroga, lo llevaron a componer una de las obras fundantes de la literatura nacional, el Facundo (o Civilización y barbarie en las pampas argentinas). Y al describir con minuciosidad al “Tigre de los Llanos”, sabía que estaba contando la historia del país: la biografía de un hombre que ha desempeñado un gran papel en una época funciona como el resumen de su historia contemporánea, expresaba Sarmiento al justificar la función didáctica de este género literario.
Don él
“Si a U. le parese oportuno pues, con motibo de la rreforma ortográfica able de mi -nesesito no dejar pasar esta ocasion de aser abrir los ojos al público, i estableser mi nombre; esto asegurará el establesimiento de educasionqe tengo i mi porvenir. No le pido elojios que manejados sin medida me perjudicarian: afecte imparsialidad.”
Carta a Félix Frías. Santiago,
febrero 1844
Antes de llegar a un país, nuevo para él, se aseguraba de que se difundiera primero su obra. Es así que el motivo de varias de sus cartas es incentivar, sugerir, insistir a sus amigos a que hablen de él, escriban sobre sus obras, dejen las ediciones en las librerías o las distribuyan con cierta estrategia que él había pergeñado. Una certeza tenía: si conocían su obra, iban a valorarla y, por ende, lo iban a recibir bien, iban a tener una buena opinión sobre él también. Y al mismo tiempo, sus ideas políticas iban a divulgarse. Todo al mismo tiempo.
Así lo decían: Sarmiento era un hombre pasional, muchas veces imprudente y pocas veces “políticamente correcto”. Con eso se construyó a sí mismo como una personalidad celebrada y vilipendiada en aquel y en este tiempo. Él era ajeno a esas valoraciones:“Todos los días irrito susceptibilidades y crío deseos de encontrar en mi conducta acciones que me denigren. Debiera ser más prudente; pero en punto de mi prudencia, me sucede lo que a los grandes pecadores, que dejan para la hora de la muerte la enmienda. Cuando tenga cuarenta años, seré prudente; por ahora seré como soy y nada más.”
También se criticaba su vanidad. Tanto es así que en las caricaturas de periódicos de la época lo llamaban justamente “Don yo”. Se dice que fue Alberdi quien lo apodó así, pero Sarmiento, lejos de renegar, lo utilizaba también, para remarcar la importancia y la fuerza de verdad con la que investía sus palabras, sus ideas, no solo en privado sino incluso desde su banca en el Senado. Quizás, era ese impulso el que lo alentaba a escribir todos los pormenores de su vida cotidiana en las cartas y en sus diferentes obras literarias. Es posible afirmar que él es el gran protagonista de sus escritos.
Subir la montaña
“Fijarse en mí, ausente, sin partido, sin agradecidos, sin esperanzas personales; en mí, que nunca favorecí las tendencias de la opinión, me parecen pruebas de adelanto; no porque acierten en la elección, sino por cuanto, engañándose acaso, buscan un ideal que no es el que persigue el resto de la América. Pide gobierno y trabajo; no la palabra, sino la cosa; no el fruto maduro que nadie sembró, sino la planta regada con el sudor que dará fruto. Pediríanme, me imagino, que realice lo que tantas veces he comenzado, en la escuela, en el ejército, en Chivilcoy, en San Juan, en la prensa, hasta que la piedra de Sísifo ha rodado hasta la base de la montaña.
Pónganme a mi lado, detrás, espalda con espalda, los otros; sostengan mi debilidad y por mi madre y por mi Dominguito, prometo que levantaré la piedra y la subiré sobre la montaña. Probemos, pues.”
Carta a Lucio Mansilla,
20 de septiembre de 1867
Comenzábamos preguntándonos qué pensaría Sarmiento de nosotros si viviera. Sentiría cierta pesadumbre, sin dudas, porque no hemos podido sobre aquella base construir aún una gran Nación. Pero también estoy seguro de que sentiría cierta satisfacción de este tiempo. Nuestra historia de siglos, y también lamentablemente nuestra historia reciente, estuvo signada por la sangre (así lo cuenta en el mismísimo Facundo). Por eso, que hoy estemos viviendo más de tres décadas de una democracia plena, con sus defectos pero plena, es algo por lo que debemos sentirnos orgullosos, y es algo por lo que esos patriotas, aun con sus diferencias, lucharon y estoy convencido de que se sentirían orgullosos. Y también, con esa personalidad arrolladora y resiliente, estoy convencido de que sobre todo vería a nuestra Argentina con esperanzas.
Conocer y hacer conocer a personalidades tan ricas como Sarmiento nos ayuda a entender el pasado, pero,fundamentalmente, a construir el futuro de nuestra Nación. Porque lo hemos dicho y lo reiteramos todas las veces que haga falta: nuestra gran apuesta como Nación, en este siglo XXI, debe ser el conocimiento.El conocimiento es educación, pero también el conocimiento es previsión, solidaridad, una mirada en el largo plazo sin dejar de priorizar las urgencias, aquello que permite que podamos vivir mejor.
Sarmiento hoy trabajaría para que la mayoría de sus compatriotas comprendan que, en el siglo XXI, las ideas son los verdaderos motores de las economías de los países. La economía global actual está basada en el conocimiento; por eso, la clave del desarrollo está en nuestros cerebros, en nuestras capacidades intelectuales y cognitivas, en la capacidad de pensar, de crear, de innovar y en el trabajo común que podemos realizar unos con otros. Sarmiento hoy trabajaría incansablemente para lograr esta revolución del conocimiento que es lo que nos conducirá a una sociedad con mayor desarrollo y oportunidades para todos.
Y cuando nosotros creamos que todo esto es muy difícil en tiempos de crisis, recordemos que un día en nuestro país Domingo Faustino Sarmiento llevó adelante una transformación social basada en la educación que fue pilar fundamental de la Nación Argentina. Y que si a Sarmiento, un plantel de consultores de marketing político o asesores timoratos le hubiesen aconsejado que no arriesgara tanto, él seguramente habría marchado igual hacia el futuro.
Por Facundo Manes Doctor en Ciencias de la Universidad de Cambridge, neurólogo, neurocientífico, presidente de la Fundación INECO, fundador del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro e investigador del CONICET.
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