El 28 de noviembre de 2001 “Río Negro” publicaba que la Argentina había sido seleccionada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como uno de los cuatro países de América Latina que elaborarían la nueva vacuna contra la viruela ante el temor de un ataque biológico terrorista luego de los atentados a las Torres Gemelas. La elección se basó en que era uno de los países que poseían el conocimiento científico y las instalaciones necesarias para la tarea.
También en noviembre, casi 200 años antes, se ponía en marcha en La Coruña, España, la llamada “expedición de la vacuna”, impulsada por el rey Carlos IV para llevar la inmunización a todos sus territorios coloniales. Porque fueron los conquistadores quienes trajeron al Río de la Plata el virus y lo propagaron por contagio a la población indígena.
Las epidemias de viruela y otras enfermedades –según los historiadores– causaron la muerte de más de dos millones de aborígenes, más que las guerras contra ellos.
Justamente, otro paso en la lucha contra la viruela fue lograr que los indígenas dejaran que los vacunaran. Aquí fue decisivo el papel de Rosas, que convocó a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. “Rosas también logró superar la superstición de considerar a la viruela “gualicho procedente del huinca”, que en las tolderías se conjuraba sacrificando “indias ancianas”. Él mismo instruyó que protegieran a las mujeres, prometiendo eliminar el gualicho sin matanzas” (Saldías, 1967).
La viruela se declaró oficialmente erradicada a nivel mundial recién en 1980 y a partir de entonces se han desarrollado políticas de posterradicación. La más importante fue la unificación de todas las reservas conocidas de virus variólico a mediados de la década de los ochenta, para garantizar la seguridad biológica y la protección física. Desde entonces sólo existen, oficialmente, dos únicas reservas del virus que se encuentran en Estados Unidos y en Rusia.
Autora: EDITH CABRERA
Autora: EDITH CABRERA
Publicado en Diario "Río Negro", 24/11/2018.-
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