Varias veces he explicado ya que tanto lo que la gente llama “fascismo” así como lo que denomina “nazismo” nada tienen que ver con los que en el imaginario popular se denomina “extrema derecha”
En primer lugar, recordemos una vez más que ambos movimientos tienen profundas raíces en el socialismo. Mussolini fue la cabeza del socialismo italiano y el creador, por lo menos político, del termino Nacional Socialismo, mientras que el partido al que pertenecía Hitler se denominaba Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter-Partei (NSDAP) o Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores. Ambos creían profundamente en la propiedad colectiva de los medios de producción y en la dirección centralizada de la economía.
Cuando les recuerdo esto a quienes suelen confundir “extrema derecha” con fascismo y nazismo, frecuente y livianamente me responden que no es así y que eso queda demostrado por el “odio” de ambos a los “bolches”.
Esa inferencia es absolutamente errada. El socialismo nace y crece como un movimiento que, en pos de la propiedad colectiva de los medios de producción, nuclea a los “proletarios”, entendidos como “red necks”, del mundo. “Trabajadores del mundo uníos: no tenéis nada que perder más que vuestras cadenas”: ¿quien no ha leído alguna vez esta célebre frase marxista? Quien debía conducir los destinos mundiales de esta clase social debía ser la Internacional Socialista. No haré historia al respecto, porque lo que importa ahora es el concepto de “internacionalidad”. La Internacional Socialista reclamaba para si el control supra-nacional de los trabajadores, del mismo modo que el Papa controlaba a los católicos del mundo, más allá de su nacionalidad.
Para muchachos del calibre de Mussolini, que aspiraba a sacarle el poder nada menos que a un monarca, eso de que alguien se le metiera a manejar su base de poder no era aceptable de ninguna manera. Recordemos que esta disputa de poder ya existía antes de la Primera Guerra Mundial, que la Internacional Socialista rechazaba por considerar que los proletarios iban a ser la carne de canon de los capitalistas y que Mussolini apoyaba cordialmente en vista de que esa guerra iba a resultar en una Italia expandida y, por tanto, mas poderosa en el contexto europeo.
Nace así el concepto de Nacional Socialismo con el fin de que los proletarios de cada país respondieran al capitoste de ese país y no a la Internacional Socialista. Hitler, de poder muy posterior al de Mussolini, adopto rápida y astutamente la idea de don Benito. El resto, es historia conocida.
Por tanto, el odio de los nazi-fascistas hacia los bolches o de los negros versus los rojos no es una cuestión de derechas e izquierdas si no de internacionalismo versus nacionalismo, de poder para controlar la masa proletaria. Se trata simple y llanamente de una pelea entre socialistas para quedarse con todo el poder y, si es de forma dictatorial escalando por las vías de la democracia, tanto mejor. En Rusia fueron menos pacientes y se apropiaron del poder por las armas. Pero entre Stalin, Mussolini y Hitler las diferencias son más bien anecdóticas, ya que la sustancia fue la misma.
En este contexto de lucha por el poder se encuadra también, y como comentario final, la preocupación de los déspotas social populistas por darle un lugar de privilegio a la juventud: nada más fácil que fidelizar mediante la adulación de las mentes en formación. Y el pánico que sienten hacia la sabiduría difícilmente sobornable de los mayores.
Para otra oportunidad quedara arrojar algo de luz sobre eso de izquierda y derecha, que tampoco es como la mayoría cree.
Publicado en "Economía para todos".
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