“La Patria –decía José María Castiñeira de Dios– es un dolor que nunca cesa”. Todo en ella es banalizado, discutido, sin ideas rectoras, sin ejemplos, sin políticos dignos y probos, sin doctrinas que humanicen al hombre, sin principios.
Como alguna dijera George Lichtenberg “cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen, pierden el respeto”.
En esta Patria de los argentinos todo es relativo, todo es discutible, todos parecen tener razón. Hasta algunos periodistas parecen haber perdido la medida. Se olvidan que se debe “hablar poco de lo que sabe y nada de lo que no se sabe”.
La Patria, esta Patria de uno, es un imperativo colectivo. Entre todos, dejando de lado las discusiones superficiales y estériles la debemos recuperar.
Y volver a tener de ella “una idea de limpia grandeza”, como alguna vez nuestros mayores la tuvieron.
Rafael Álvarez de los Santos escribió que “Al morir las ideologías, también murieron los principios, el sentido humano y social de la política fue sustituido por el clientelismo y el pragmatismo de los líderes y de esta manera nos hemos encaminado no sólo a una política sin principios, sino a la muerte de la misma política”.
El gran desafío ante las próximas elecciones será saber elegir a los mejores.
A aquellos que tengan una escala de valores éticos que los contengan, que no prometan en vano, que se sepan rodear de funcionarios probos y capaces, que sean parte en serio del mismo pueblo que los ha votado. Que no miran al pasado ni les echen la culpa de sus fracasos a los gobiernos anteriores. ¿Hay en la Argentina de hoy tales candidatos?
El Mahatma Gandhi supo decir que los factores que destruyen al ser humano son: “Una política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, la sabiduría sin carácter, los negocios sin moral, la ciencia sin humanidad y la oración si caridad”.
“Qué le ha pasado a nuestra dirigencia? ¿Qué nos ha pasado a los argentinos? ¿En qué recodo del tiempo hemos perdido nuestro destino?”.
Hoy estamos arrutados y desesperanzados. Y la desesperanza solo puede traer males mayores. Ya que un pueblo sin esperanza es un pueblo sin futuro.
Y para mayor confusión estamos inmersos en un mundo de grandes cambios e inestable donde el progreso técnico no ha sido acompañado por un progreso espiritual.
Tenemos un contexto mundial y globalizado que no considera al hombre como el centro de su política y que se lleva todo sin dejar dividendos. Y ese espíritu materialista es el que rige con vara de acero a los pueblos y nosotros estamos inmersos en ese contexto donde pareciera no haber salida ni escape.
Debemos más que nunca retornar a los viejos valores y paradigmas que en el pasado contribuyeron a forjar una Patria digna de ser vivida.
Dejar de lado nuestras diferencias gallináceas y de la peor política de aparcerías partidarias, las que solo les sirven a los vivillos de toda ralea que viven de ella, y ser capaces sin perder la pluralidad de las ideas elaborar un gran pacto nacional de intereses comunes.
¿Es posible hacerlo? Otros pueblos a largo de la historia han encontrado el camino. “Solo los pueblos fuertes y virtuosos son los protagonistas y dueños de su propio destino”.
¿Será que para recuperar nuestros valores y nuestra grandeza que alguna vez tuvimos tendremos que esperar como dijo Martín Fierro “hasta que venga un día un criollo a mandar?”.
Por suerte tenemos todavía en el interior profundo de nuestra Patria, donde se produce toda fuente, (esa Argentina invisible a la que se refería el escritor Eduardo Mallea), ciudadanos que no
han perdido la fe y trabajan cada día con renovadas ilusiones soportando las mil incertidumbres que recurrentemente se imponen con desvergonzada realidad.
Esos argentinos que soportan las vicisitudes cotidianas decir del Cid Campeador: “que buenos vasallos serían si tuviesen un buen señor”.
Publicado en Diario "Río Negro", lunes 19/11/2018.-
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