Todo fue un enorme disparate. El tipo apareció con dos laderos en la puerta de entrada de la Casa Blanca. Vestía un traje de terciopelo púrpura, ¡hay que ponerse un traje de terciopelo púrpura!, y un abrigo oscuro, cosa de amainar un poco el frío candente del invierno: era el medio día del 21 de diciembre de 1970. Por lo demás, llevaba una camisa blanca abierta sobre el pecho y un enorme cinturón con una gigantesca hebilla dorada. Enarboló una carta dirigida al presidente Richard Nixon, garabateada con letra infantil en el avión de American Airlines que lo había llevado a Washington.
Dijo que quería ver a Nixon porque quería hacerle una propuesta y un regalo que mostró a los asombrados miembros del Servicio Secreto: una pistola Colt 45, de las usadas en la Segunda Guerra Mundial, con su carga completa de balas.
No lo metieron preso porque era Elvis Presley. Tenía 35 años, ya dependía de los barbitúricos que, a la larga, iban a comprometer su salud y su vida, y era considerado el Rey del Rock. Lo llamaban The King.
Por más King que fuese, la pistola se quedó en manos del Servicio Secreto que, aseguraron, más tarde se la harían llegar al presidente. Pero el pedido de Elvis de ver a Nixon, fue cursado de inmediato al interior de la Casa Blanca, junto con la carta. Elvis esperó en la sala de guardia junto a los dos amigos íntimos que lo habían acompañado en la aventura: Jerry Schilling y Sonny West. Se había hospedado en el Hotel Washington, en la suite 505-506 bajo el nombre de Jon Burrows, como si semejante estrella mundial pudiese pasar inadvertido, e invocó en el sobre de la carta que hizo llegar a Nixon el nombre del senador republicano por California George Murphy, un actor y bailarín de Hollywood que fue uno de los primeros en dar el salto desde los escenarios a la política.
¿Qué quería Elvis de Nixon? Según su carta, quería proponerle ser un agente antidrogas, quería una credencial de la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas de los Estados Unidos que lo atestiguara, quería luchar contra el “lavado de cerebro comunista” y quería acabar con los Beatles, que amenazaban el éxito de su vida artística.
Elvis y Nixon estaban en lo más alto de sus carreras. Pero empezaban a ir para abajo. Presley hacía tiempo que no tenía un éxito de cartelera, el mundo del rock giraba hacia otras figuras menos patriarcales y más transgresoras, hacia otro tipo de rebeldía, hacia los grupos más que hacia los solistas; y el estilo un poco rocambolesco y sensual que había hecho que a Elvis lo llamaran “Pelvis” en los años 50 y 60, parecía en los inicios de los 70 fuera de moda y de época.
Por su parte, Nixon era impopular. Enfrentaba una guerra sin destino en Vietnam, una guerra que había prometido terminar y que había intensificado, que sabía iba a perder y de la que pretendía apenas una “paz con honor”. Aún no se enfrentaba a los escándalos de los Papeles del Pentágono y de Watergate, pero en mayo de 1970 cuatro estudiantes de la Universidad de Kent State, en Ohio, habían sido asesinados por la Guardia Nacional durante una protesta estudiantil contra la guerra. Y el tipo quería ser reelecto en 1972.
La carta de Presley y el pedido de audiencia llegaron al interior de la Casa Blanca. La recibió uno de los asesores de Nixon, Egil “Bud” Krogh que apenas pudo pelear con su sorpresa. Años después confesaría: “Cuando recibí la carta manuscrita de Elvis me pareció sincera. Pero quería verificar esa sinceridad reuniéndome con él y sus acompañantes para verificar que era algo serio”. A Krogh todo le pareció serio porque fue él quien menos de una hora más tarde, le abrió a Presley las puertas del despacho de Nixon.
No hay registros oficiales ni transcripción de aquella entrevista, salvo los apuntes que tomó Krogh y que se conocieron años después. “El Presidente mencionó que pensaba que Presley podía llegar a los jóvenes –escribió Krogh– y que era importante para Presley conservar su credibilidad. Presley respondió que hizo lo suyo cantando. Dijo que no podría llegar a los niños si daba un discurso en el escenario, que tenía que llegar a ellos a su manera. El Presidente asintió con la cabeza”.
Después, y siempre según los apuntes de Krogh, Presley fue a fondo contra los Beatles.
“Presley indicó que pensaba que los Beatles habían sido una verdadera fuerza para el espíritu antiamericano. Dijo que los Beatles llegaron a este país, ganaron su dinero y luego regresaron a Inglaterra donde promovieron lo antiamericano. El Presidente asintió con la cabeza y expresó cierta sorpresa. Luego, el Presidente indicó que quienes usaban drogas también son los que están a la vanguardia de la protesta antiestadounidense., La violencia, el uso de drogas, la disidencia, la protesta parecían fusionarse en general con el mismo grupo de jóvenes”.
Nixon resumió así lo que era el verdadero sentir de su administración: las protestas contra sus incumplidas promesas de campaña, contra la guerra en Vietnam, contra la muerte de miles de jóvenes soldados americanos y contra los cada vez más intensos bombardeos que se habían extendido a Camboya y a Laos, eran fruto de una generación consumida por las drogas y proclive a la violencia.
Elvis, cuenta Krogh, le dijo a Nixon “de una manera muy emotiva que estaba de su lado y que quería ser útil, que quería restaurar el respeto por la bandera, que se estaba perdiendo (…) También le dijo que está estudiando el lavado de cerebro comunista y la cultura de las drogas desde hace diez años. Mencionó que sabe mucho sobre esto y que fue aceptado por los hippies”. Años después, al releer sus notas, Krogh dijo a la BBC: “Ese fue uno de los temas que me tomó de sorpresa. El Presidente le dijo algo así como: ‘Continúa con eso, no podemos permitir que mucha gente siga cayendo en el lavado de cerebro comunista”.
Pero lo que Presley quería de esa reunión era su credencial de la Oficina Antidrogas de Estados Unidos, antecesora de la DEA. Nixon le preguntó a Krogh si le podían dar una insignia a Presley. “Señor Presidente, -dijo Krogh– si usted quiere le podemos conseguir una”. Quiero que tenga una”, dijo Nixon. Presley se emocionó tanto, reveló Krogh, que rompió el protocolo, rodeó con su brazo izquierdo los hombros de Nixon y lo abrazó. Presley coleccionaba insignias policiales. Su mujer, Priscilla Presley, escribió en su libro “Elvis y yo” “La insignia de narcóticos representaba algún tipo de poder supremo para él. Con la insignia federal de narcóticos, él creía que podía ingresar legalmente a cualquier país con armas de fuego y llevando cualquier droga que deseara”.
Las credenciales de Elvis Presley que lo acreditaron, de forma honoraria aunque él juraba que era activa, como agente antinarcóticos de Estados Unidos se exhiben hoy en Graceland, la mansión que fue de Presley y es museo en Memphis, Tennessee.
Todo el disparate nixoniano, en un momento en que el mundo vivía con una mecha ardiendo, terminó de una manera de lo más amable y formal. El emocionado Presley pidió permiso para hacer pasar al Salón Oval, donde había compartido una Coca Cola con Nixon, a sus dos acompañantes que esperaban afuera. Nixon, tan emocionado como Presley, dijo que por supuesto. Schilling recordaría luego: “Fue el gran momento del día. Elvis me abrió la puerta de la Oficina Oval, me empujó hacia adentro con una carcajada y me dijo: ‘No tengas miedo, Jerry. No es más que el Presidente”.
Si Nixon no le dio a Presley un puesto oficial, se debió a la decisión de su jefe de gabinete, Harry R. Haldeman, uno de sus consejeros y hombres más duros y temidos de su gobierno. Cuando Nixon sugirió: “Bob, quizás podríamos darle algo a Elvis”, Haldemán contestó: “Me estás jodiendo…”. Y todo quedó en la nada.
Finalmente, Nixon recibió la Colt 45 regalo de Presley y le mandó una conceptuosa carta de agradecimiento el 31 de diciembre de ese año.
Richard Nixon, acorralado por sus propios yerros y por el escándalo Watergate, se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos en renunciar a su cargo en agosto de 1974. Murió en California, por un accidente cerebro vascular, el 22 de abril de 1994, a los 81 años.
Elvis Presley siguió con su carrera artística entre 1970 y 1973, y dio una serie de recitales exitosos. Su salud se deterioró en 1973 por el abuso de drogas y fármacos. Murió por un infarto agudo de miocardio el 16 de agosto de 1977. Tenía 42 años.
Jerry Schilling, el hombre al que Presley le dijo “No tengas miedo, no es más que el Presidente”, tiene hoy 76 años. Es un profesional de la industria de la música. Fue manager de los Beach Boys, de Jerry Lee Lewis y de Lisa Marie, hija de Elvis Presley.
Sonny West, el otro visitante de la Casa Blanca aquel 21 de diciembre de 1970, amigo de la infancia de Elvis, fue su chofer y guardaespaldas. También trabajó en forma ocasional como actor. Murió el 24 de mayo de 2017 a los 78 años.
Egil “Bud” Krogh, el hombre que tomó las notas del encuentro Nixon-Elvis, tiene 79 años. Es abogado. Recibió una condena de dos a seis años de cárcel por su participación en el caso Watergate. Colaboró con la fiscalía y la sentencia fue reducida a seis meses y dos años de libertad condicional, más la prohibición de ejercer como abogado. Apeló a la Suprema Corte esa prohibición y la sentencia del tribunal lo favoreció. Escribió el libro “The Day Elvis Met Nixon”.
Publicado en Diario "Clarín", domingo 16 de septiembre de 2018.
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