La tradición no garantiza conductas. Quedó claro el fin de semana pasado, cuando por agresiones a los rivales no se pudo jugar el clásico River-Boca. Y en este mismo espacio habíamos dicho que se trataba de la tradición del fútbol, esa que nos lleva cada domingo a seguir de cerca lo que pasa con nuestro equipo.
Esta vez el escándalo llegó con seguidores de un club, pero podrían haber sido otros. No importa, tal vez sea lo que menos importa.
Lo que no debe convertirse en tradición es la violencia. Naturalizar que un partido se suspenda por gas pimienta, por jugadores lastimados antes de jugar, es lo peor que nos podría pasar.
Las tradiciones, que básicamente van desde las comidas que nos distinguen hasta espectáculos musicales, también incluyen espectáculos deportivos. Hay eventos especiales que reúnen todas las condiciones y se convierten en parte de las tradiciones de un país.
Si uno preguntara al azar qué evento deportivo es tradicional, la gran mayoría diría que es el clásico River-Boca, que por rivalidad, por colorido, por historia, se instaló en el país como el más convocante, el más esperado. Pero lo fue por eso y no por la violencia. No se trata de medir fuerzas fuera de la cancha. No importa quién es más fuerte tirando piedras o gases fuera de la cancha o quién destruye mejor los vidrios de un colectivo.
Aquí colisiona con la tradición. La violencia no debe llegar tan lejos, aunque el fútbol nos tenga acostumbrados al bochorno.
O tal vez el error es considerar un partido de fútbol de alto riego como parte de nuestras tradiciones, cuando en realidad se trata de un negocio gigante del que sólo participan algunos.
Esta vez fue River-Boca, pero hay muchos cruces que entrañan severos riesgos. Tal vez sea hora de repensar lo de las tradiciones y la invasión de la violencia en cada espacio donde la gente se multiplica.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 2 de diciembre de 2018.-
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