El Crucero General Belgrano era poseedor de una heroica historia. Había integrado la flota norteamericana cuando se lo conocía con el nombre Phoenix. Estuvo presente en el ataque japonés a Pearl Harbor de 1941, del cual salió ileso, y participó de la Segunda Guerra mundial. El General Perón lo compró en 1951 y le impuso el nombre 17 de Octubre en conmemoración del día de 1945 que lo restableció en la carrera al poder. Después de la caída de Perón, se le cambió el nombre por “General Belgrano” en alusión a uno de los jefes de la revolución de mayo de 1810.
En la madrugada del 2 de mayo de 1982, el presidente de Perú, Belaúnde Terry, uno de los mediadores en la Guerra de Malvinas, le comunicó telefónicamente a Leopoldo Fortunato Galtieri –presidente de facto de la República Argentina– que había tratado nuevas propuestas de paz con Alexander Haig (mediador del Reino Unido). Luego de hacer algunas correcciones, el presidente argentino le expresó a Belaúnde Terry que su propuesta de paz, en principio, era aceptable.
El progreso era tan grande, que convencido de que se había logrado la paz, el presidente del Perú, esa tarde sostuvo una conferencia de prensa televisada en Lima, en la que anunció que la paz era inminente y aseguró que al acuerdo sólo le faltaba la ratificación del Comité Militar en Buenos Aires, formalidad que concluiría esa misma noche.
En el mismo momento en que se llevaba a cabo la conferencia, el submarino nuclear británico Conqueror torpedeó al Crucero argentino General Belgrano, que navegaba fuera de la zona de exclusión fijada unilateralmente por el Reino Unido (en dirección al continente) y que contaba con una tripulación aproximada de mil ciento cincuenta hombres.
Esta acción bélica, fue el golpe más duro que padecieron las fuerzas argentinas. Trescientos veintitrés argentinos murieron en el Atlántico Sur, como consecuencia de esos torpedos lanzados por el submarino británico. Este hecho sepultó la propuesta de paz del presidente peruano Fernando Belaúnde Terry y es considerado por analistas internacionales y expertos en derecho internacional, como un crimen de guerra. En materia de capacidades militares, este ataque británico le quitó el corazón a la Armada Argentina y dejó en coma a las fuerzas militares en su conjunto.
En las aguas que circundan a las Islas Malvinas aún flota una pregunta: ¿Margaret Thatcher conocía la propuesta de paz elaborada por el presidente peruano (y consentida por el gobierno argentino) antes del ataque al Crucero General Belgrano? De ser afirmativa la respuesta, la premier británica optó por canjear sangre por votos, ejecutando un ataque que sólo persiguió fortalecer su imagen a nivel doméstico y global, sin importar que el buque argentino se encontraba fuera de la zona de exclusión y sin contemplar tampoco que ese bombardeo significaría poner fin arbitrariamente a la vida de numerosas personas.
Esta triste historia de frío, sufrimiento y muertes culmina con la rendición del General Mario Benjamín Menéndez, comandante argentino, ante el General Jeremy Moore el 14 de junio de 1982. La Guerra de Malvinas duró setenta y cuatro días, y tuvo un costo aproximado de seiscientos cincuenta muertos para Argentina y doscientos cincuenta y cinco para el Reino Unido (cifras a las que hay que sumarle los heridos, los suicidios y el dolor inconmensurable de los familiares de quienes ofrendaron sus vidas).
El conflicto de soberanía que derivó en la Guerra de Malvinas pareciera confirmar supuestos del realismo político, corriente de pensamiento escéptica de la eficacia del derecho internacional, que sostiene que, en relaciones internacionales, en última instancia, los conflictos se dirimen con el uso de la fuerza. Entre las filas de esta escuela de análisis, aparecen referentes como Hans Morgenthau, a quien se lo suele considerar el “Maquiavelo del siglo XX”, por su concepción sobre el funcionamiento del poder.
Un precepto histórico político afirma que todo gobierno perdidoso en el campo de batalla, debe inexorablemente abandonar el poder. En la Argentina, la derrota militar en Malvinas dio inicio a la retirada castrense del poder y a la transición hacia la democracia, que consagró en 1983, con votos, a Raúl Alfonsín como presidente. En el Reino Unido, Thatcher –que contaba con una imagen positiva de 32% antes del conflicto bélico– incrementó su popularidad merced al uso de la fuerza y logró la reelección.
*Analista internacional especializado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington, Director de Gestión de Gobierno en la UB; autor del libro MALVINAS, un pretexto para legitimar a un gobierno totalitario.
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