GRACIAS POR ESTAR AQUÍ...

GRACIAS POR ESTAR AQUÍ...
...." el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria". Leopoldo Marechal.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.
“Amar a la Argentina de hoy, si se habla de amor verdadero, no puede rendir más que sacrificios, porque es amar a una enferma". Padre Leonardo Castellani.

“
"La historia es la Patria. Nos han falsificado la historia porque quieren escamotearnos la Patria" - Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría).

“Una única cosa es necesario tener presente: mantenerse en pie ante un mundo en ruinas”. Julius Evola, seudónimo de Giulio Cesare Andrea Evola. Italiano.

domingo, enero 23, 2022

De tucumanos famosos por LUIS MARÍA BANDIERI.

 

Tucumanos famosos ha habido muchos. Así, al voleo: don Juan Bautista Alberdi, el general Roca, Palito Ortega. Nuestra provincia minúscula ha dado “luengo parto de varones” habituados a la fama. Y, por cierto, no olvido, también de grandes mujeres: Manuela Pedraza, la tucumanesa, heroína de la Reconquista, Lola Mora, que nos dejó su arte en la fuente de Las Nereidas, Mercedes Sosa, de voz inconfundible.

Me he de referir hoy  a dos tucumanos, uno real y otro imaginario. Hacia fines de 1919, en La Nueva Provincia de Bahía Blanca, el gran olvidado Arturo Cancela publicó una evocación de Cacambo, el criado de Cándido en el famoso cuento homónimo de Voltaire, como pretexto para tomar en solfa la creación de héroes nacionales imaginarios. Cacambo, cuarterón de mestizo y española, nacido en un Tucumán que Voltaire ubica como provincia de un Paraguay impreciso, había sido según el francés monaguillo, sacristán, marinero, monje, viajante, soldado y lacayo. Terminó esa vida de pluriempleo junto a su patrón, a Cunegunda, la esposa de éste, el doctor Pangloss y otros, cultivando la famosa quintita de Constantinopla.

Reproducido el artículo de Cancela en Tucumán -entonces aún se leía el diario con detenimiento y deleite- Guillermo Zalazar Altamira añadió por su parte que una compañía francesa, mientras construía un ferrocarril en la provincia, quiso honrar la memoria del cuarterón filósofo e impuso a una estación cercana a San Miguel su nombre. Como nadie por allí tenía la menor noticia acerca de la identidad del mestizo epónimo, cuando al tiempo el gobierno provincial adquirió la línea, en la creencia de que se trataba de un nombre quichua -el indigenismo no contaba mucho por entonces-, y quizás por la evocación excrementicia que la estación causara a la señora de algún gerente, lo cierto es que se cambió el letrero por el mucho más prosaico de Wenceslao Posse. Que así de ingratos solemos ser los hijos de esta tierra.

UN JOVEN ACICALADO.

Voy ahora al segundo tucumano famoso, esta vez de carne y hueso. Hace ya muchos años, reuniendo material para un trabajo sobre el Zogoibi de Larreta, tropecé con un artículo de Ortiz Echagüe (un periodista notorio de los 20) con información sobre un personaje llamado Gabriel de Iturri. Nacido hacia 1864, Iturri llegó a París a los quince años. Tenía diecinueve cuando Paul Groussac lo encuentra en la tertulia de Edmundo de Goncourt. Lo describe así:

“Hace su entrada un joven acicalado, afeitado, amaricado, luciendo un lunar velloso en la pintada mejilla y exhibiendo en su vestir el nauseabundo rebuscamiento de una chaqueta de negro terciopelo, chaleco blanco y ancha corbata punzó prendida con una sortija de brillantes”.

El entonces director de la Biblioteca Nacional, que no oculta su desprecio por el tucumano, apunta que su afeminamiento arrancaría de cuando, adolescente, interpretó el papel de Marcela en la obra del mismo nombre de Bretón de los Herreros: “la bordada saya de Marcela -se regodea Groussac, que hoy no pasaría airoso el escrutinio del INADI- quedóle como túnica de Neso, adherida a la carne, en adelante pecadora”. No contento con estos pormenores, informa oficiosamente que “el odioso muñeco” ejercía las funciones de “secretario íntimo” del conde Roberto de Montesquiou-Fezensac.

El conde de Montesquiou era uno de los “originales” celebrados por el gran mundo de la época, linajudo, elegante, autor de poemas más o menos decadentes y de impertinencias más o menos estudiadas, que tenían por escenario los salones mundanos que alguien describió como harenes para los hombres y haras para las mujeres. Montesquiou, personalmente, parece haberse hallado a mitad de camino entre ambos establecimientos. Marcel Proust se sirvió bastante de él para componer el barón Palamède de Charlus de En Busca del Tiempo Perdido. Este Charlus -papel que Delon interpretara en la pantalla- manifiesta en la ficción una cierta inclinación hacia los jovencitos y mantiene una liaison con su secretario y confidente, Jupien.

DONDE SE ADORA AL SOL.

La duquesa de Clermont-Tonnerre, muertos ambos, publicó un volumen “Proust y Montesquiou”, destinado a salvar al segundo del olvido obtenido gracias al éxito literario del primero. No faltan allí las referencias a Iturri. La duquesa instruye sobre su Tucumán natal, provincia, dice, “donde se adora el sol”. A mayor precisión geográfica, añade que es  “una ciudad situada en el corazón de la América del Sur, en esas  regiones donde, para distraerse, los hombres hacen batidas de loros entre bosques de naranjos, alimento favoritos de esos pájaros, y luego los asan en medio de una alfombra de flores multicolores, arrancando las orquídeas y las rosas que se enroscan en sus botas”.  Puede que Iturri le fantaseara así, o quizás la buena duquesa las armonizó por su cuenta, tomándola de la imaginaria descripción volteriana del Tucumán en “Cándido”, donde se comen loros, colibríes, monos asados y hasta un cóndor a la cacerola.

Montesquiou y su secretario vivían en Neuilly, en el Pabellón de las Musas, donde se celebraban las veladas literarias imperdibles para el tout Paris, organizadas por el argentino. En aquel tiempo de su gran celebridad mundana, Iturri -cuenta la duquesa- “era pálido y exhalaba un olor a cloroformo, síntoma de la diabetes, que debía arrebatarlo pronto. Pero sus ojos castaños, color de buen café, parecían dos llamas que ardían sin cesar y de las que su cuerpo maltrecho era la ceniza”. Montesquiou, sigue el relato, bromeaba sobre la enfermedad del tucumano:

Gabriel d’Iturri
toujours malade,
toujours guéri

Siempre enfermo, siempre curado. Pero un día de invierno de 1905, como en un tango, el tucumano no se repuso ya, y murió, a los cuarenta y un años. Montesquiou finó de la pena producida por la muerte de su secretario, diagnostica la duquesa. De todos modos, y a los fines del rigor cronológico, debe anotarse que el conde murió el 11 de diciembre de 1921, dieciseis años después de Iturri y once meses antes que Marcel Proust. De su devoción por Iturri queda un raro documento.

En el número especial dedicado por Caras y Caretas al Centenario (1910) hay una carta del conde, adornada con su retrato y, al costado, en medallón, la foto del ya fallecido Iturri. Montesquiou se excusa de opinar sobre el país y su futuro, pero la Argentina le evoca al tucumano que conociera en 1885 y que, desde entonces, no cesara “de prodigarme su fe en mis obras y su amistad y afección a mi persona, con ingenioso cuidado casi genial”. Dice haber recibido de él “el apoyo que mi familia me negó y la comprensión que me regateaban mis amigos”. Dice que, en reconocimiento, a su muerte le consagró un libro “del cual hice imprimir un reducido número de ejemplares, distribuidos entre escaso número de amigos cual conviene a una sincera conmemoración funeraria”. Como curiosidad, agrego que Lucio V. Mansilla también pasó por el Pabellón de las Musas, y el conde le dedicó un poema.

Proust intimó con Iturri, apenas seis años mayor. Puede discutirse si el personaje de Jupien está inspirado en el tucumano. Lo cierto es que nos ha dejado un retrato de Iturri en Pastiches y Mélanges. Proust, que era muy ducho en el pastiche, esto es, la imitación literaria (como lo fue también nuestro Conrado Nalé Roxlo), escribe aquí a la manera de Saint-Simon; luego de describir al conde, dice:
 

“Tenía habitualmente a su lado a un español cuyo nombre era Yturri (...) En un tiempo donde cada cual no mira sino a resaltar su propio mérito, Yturri tenía el don, en verdad bastante raro, de esforzarse en lo posible por exaltar los méritos del conde, ayudándolo en sus investigaciones, en sus contactos con libreros, atendiéndole la mesa, sin encontrar ninguna tarea fastidiosa mientras pudiera ahorrársela al otro, no siendo la suya otra cosa, puede decirse, que escuchar y transmitir como un eco lejano las observaciones de Montesquiou, como hacían aquellos discípulos que solían llevar con ellos los antiguos sofistas, cual surge de los escritos de Aristóteles y los diálogos de Platón. Este Yturri había conservado los modos ardientes de la gente de su tierra, que de cualquier cosa hacen un alboroto, por lo cual Montesquiou lo reprendía a menudo y chichoneándolo, a mayor placer de todos y el primero del propio Yturri quien, riendo, se disculpaba atribuyéndolo a la fogosidad de la raza, que se cuidaba de mantener, porque a todos agradaba. Era experto en antigüedades, por lo cual mucha gente acudía a consultarlo, trasladándose hasta el retiro de estos dos eremitas, situado, como ya he dicho, en Neuilly, cerca de la casa del duque de Orléans”.

Dejamos a Iturri, tucumano en Proust, con este retrato que evoca sus horas de gloria.

PUBLICADO EN DIARIO "LA PRENSA". 22/01/2022.

https://www.laprensa.com.ar/511485-De-tucumanos-famosos.note.aspx

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.