La sociedad argentina navega a la deriva. Presa de sus
prejuicios y dogmatismos, se deja llevar de las narices por dirigentes
inescrupulosos y ruines. Desde hace varios años, más precisamente desde que
estalló el conflicto por la resolución 125, los argentinos nos hemos dividido
en dos bandos irreconciliables, antagónicos. Cada bando se cree dueño de la
verdad absoluta y, a raíz de ello, con derecho a juzgar y condenar al otro
bando. Quienes vociferaban contra Cristina Kirchner blandiendo las cacerolas
han dictado sentencia: la ex presidente se robó todo. Que hasta ahora no haya
ninguna prueba que lo corrobore, no ha aminorado en lo más mínimo el
fundamentalismo de los discípulos de Torquemada. Cristina es una ladrona y
punto. En consecuencia, sus seguidores o son tan corruptos como ella o son unos
pobres idiotas que sólo generan lástima.
En la otra vereda la intolerancia no es menor. Para millones
de argentinos la palabra de Cristina no admite discusión alguna. Si ella tomó
tal decisión, tendrá sus razones para ello. Cristina es la jefa y su voluntad
no se discute. Ella simboliza la patria postergada, el país pisoteado por un
gobierno conservador y oligárquico. Los seguidores de Cristina también juzgaron
y sentenciaron. Macri es un ladrón, un mentiroso, un perverso, simboliza lo
peor que le ha pasado a la Argentina desde la recuperación de la democracia en
1983. Macri es, por ende, el enemigo. Y el enemigo, como sentenció Perón, no
merece ser tratado con justicia. Tampoco merece beber agua si está sediento, como
también sentenció Hebe de Bonafini. Cristina es la patria. Macri, en cambio, es
la antipatria.
Pocas veces en la historia el pueblo argentino estuvo tan
dividido como en estos momentos. Quizá haya que remontarse a 1955, año de la
caída de Perón. El sentimiento peronista y el sentimiento antiperonista
pulverizaron la convivencia democrática, sustentada en el respeto por el otro,
el diálogo y la tolerancia. En los últimos años la historia, lamentablemente,
se repitió. Desde hace una larga e insoportable década la sociedad está
profundamente dividida entre kirchneristas y antikirchneristas, división que
fue hábilmente manipulada primero por Cristina y después por Macri. En efecto,
la existencia de una sociedad partida casi en partes iguales-la famosa grieta-no
hizo más que favorecer los mezquinos intereses de ambos, quienes demostraron
poseer una gran habilidad para fogonear el odio entre los argentinos.
Dentro de muy poco nos veremos obligados a votar en las
primarias abiertas, simultáneas y obligatorias. En la práctica se trata de una
primera vuelta encubierta ya que su resultado influenciará sobremanera nuestro
voto el 27 de octubre. La polarización será de tal magnitud que varios
analistas políticos se han atrevido a afirmar que no sería extraño que no haya
necesidad de un ballotage para definir al sucesor del actual presidente. La
confrontación, el antagonismo, impondrán sus normas. Alberto y Cristina por un
lado, y Macri y Pichetto por el otro, no actuarán como adversarios sino como
enemigos. En consecuencia, de aquí a octubre no cabe esperar otra cosa que una
campaña electoral más sucia que una cloaca.
Ahora bien, la política argentina no siempre fue así. Hubo
políticos que alcanzaron la más alta magistratura que cada vez que hablaron al
país dieron un ejemplo de civismo. Tal el caso del radical del pueblo Arturo
Illia, elegido presidente en 1963. Acosado por las fuerzas armadas, el
sindicalismo vandorista y cierta prensa que lo comparaba con una tortuga, Illia
siempre abogó por el diálogo y la concordia. En estas horas de crispación e
intolerancia, de golpes bajos y traiciones toleradas, purifica los pulmones y
desacelera las pulsaciones releer algunos de los discursos que pronunció
durante su corta, accidentada y traumática presidencia.
En el mensaje leído en 1964 ante el Congreso para declarar
inaugurado el período ordinario de sesiones, Illia expresó: “(…) Mi gobierno lo
será para todos los argentinos y reafirmamos nuestra voluntad irrenunciable de
seguir sirviendo con fuerza y dignidad la causa de la verdad y de la justicia.
Buscamos claridad en nuestros actos y todos los integrantes del Poder Ejecutivo
están a disposición de Vuestra honorabilidad para dar cualquier información y
someternos a la Justicia. No existe ni existirá nada secreto en nuestra
actuación, porque es necesario terminar definitivamente con el clima de
sospecha en la República (…)”. Al celebrarse en 1964 en Rosario el día de la
Bandera Illia manifestó: “(…) Cada uno tiene el deber de ocupar su puesto para
que esta reconstrucción nacional sea cierta; ocupar su puesto honradamente, con
un sentido argentino, de acuerdo con lo que dicte su conciencia y su corazón.
Ya no son épocas de fracciones, ya nadie puede eludir en la Patria esta
responsabilidad y puedo asegurar a todo el pueblo que me escucha que, como
presidente de la Nación, con humildad y sencillez, me he de poner siempre al
servicio de esa causa noble, porque ella es la causa profunda que debemos
defender siempre en nuestra Patria (…)”. Con motivo de celebrarse el 24 de
diciembre de 1964 la Navidad Illia dijo: “(…) El sentido de moralidad deberá
seguir desalojando firmemente a la injusticia de nuestra sociedad. La demora en
concretar el bienestar de las personas puede ser una cuestión de técnica o de
organización, pero no ya de convicción o de actitud mental. Dios se acerca a
nosotros, pero todos tendremos que acercarnos a Dios (…) Debemos respetarnos y
tolerarnos. Nadie podrá decir que dentro de nuestra sociedad libre, la
tolerancia y el respeto son un sacrificio. Ni la fuerza ni la amenaza pueden
constituirse en argumentos si es cierto que respetamos a nuestros conciudadanos
(…)”.
Es de esperar que con posterioridad al 27 de octubre o, si
no queda más remedio, luego del 24 de noviembre, el mensaje de paz, tolerancia
y pluralismo enarbolado por Arturo Illia ilumine al nuevo gobierno para que de
una vez por todas los argentinos comencemos a recorrer el camino de grandeza
trazado por nuestra constitución. Lamentablemente los binomios que competirán
por la presidencia están tan lejos de don Arturo, especialmente en el terreno
ético, que ese mensaje caerá en saco roto.
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La diferencia de opiniones conduce a la investigación, y la investigación conduce a la verdad. - Thomas Jefferson 1743-1826.