Hace 30 años, el 8 de julio de 1989, Carlos Menem asumía la presidencia.
Tras la salida anticipada del radical Raúl Alfonsín, el riojano inició la década menemista con una promesa de "sacrificio, trabajo y esperanza" pero terminó con terrorismo, corrupción y una crisis en puerta.
El 8 de julio de 1989, hace exactamente 30 años, Carlos Saúl Menem se convertía anticipadamente en el segundo presidente de la Nación desde el retorno de la democracia, iniciando una década de luces y sombras para la Argentina. “Este gobierno de unidad nacional que hoy nace, parte de una premisa básica, de una realidad que debemos admitir, para ser capaces de superar”, dijo en su discurso ante la Asamblea Legislativa después de recibir el bastón de mando y la banda presidencial:
"Todos, en mayor o menor medida, somos responsables y copartícipes de este fracaso argentino", reconoció al poner punto final anticipadamente a la estrepitosa caída de su antecesor, el radical Raúl Alfonsín. “Deseo que mi voz llegue a cada casa, que habite en cada corazón, que comparta cada mesa, que abrace a todos y cada uno de los argentinos que en estas horas viven instancias difíciles, dramáticas, decisivas y fundacionales como nunca”.
“Yo no traigo en mis palabras promesas fáciles ni inmediatas”, prosigue el discurso. “Yo no traigo el simplismo de la demagogia. Yo no traigo la simulación ni el engaño. Yo llego con la realidad sobre mis espaldas, que siempre es la única verdad. Sólo puedo ofrecerle a mi pueblo: sacrificio, trabajo y esperanza”.
“La inflación llega a límites escalofriantes”.
Hijo de inmigrantes sirios de religión musulmana sunní, nacido y educado en La Rioja, Menem había sido electo el 14 de mayo por el Frente Justicialista Popular (Frejupo), una coalición del PJ con diversos partidos menores. La elección le dio el 49,3% de los votos.
La presidencia de Alfonsín había restaurado y consolidado la democracia, y terminado con el aislamiento exterior, pero en seis años el país no había conocido el crecimiento positivo, la deuda externa no había dejado de crecer y los salarios habían ido en picada.
Los últimos meses del gobierno fueron críticos: tras el abortado levantamiento de los “carapintadas” dirigidos por coronel Mohamed Alí Seineldín (3 de diciembre de 1988), siguió el acuartelamiento de sede del III Regimiento de Infantería Mecanizada en La Tablada (23 de enero de 1989) que terminó con 39 muertos.
"Yo no aspiro a ser el presidente de una fracción, de un grupo, de un sector, de una expresión política. No deseo ser el presidente de una nueva frustración. Yo quiero ser el presidente de una Argentina unida, que avance a pesar de las discrepancias". (Carlos Menem, 8 de julio de 1989).
La conmoción por el baño de sangre en La Tablada se sumó a la angustia por la espiral inflacionista, que mes tras mes sumaba dos, y luego hasta tres dígitos, a la tasa acumulada. El “Plan Primavera”, que estaba centrado en atenuar el déficit público, fracasó por el alza incontrolada de los tipos de interés, la depreciación del austral y el agotamiento de las reservas del Banco Central para intentar sostener frente al dólar a la moneda nacional, que fue devaluada el 6 de febrero.
A finales de marzo, renunció el ministro de Economía, Juan Sourrouille, y su sucesor, Juan Carlos Pugliese, duró menos de dos meses en el cargo. La dramática caída del poder adquisitivo de los argentinos por el aumento de los precios desembocó el 26 de mayo en el “Rosariazo”, que se extendió rápidamente a las principales ciudades del país.
Salida anticipada: "una crisis dolorosa y larga.
Los violentos saqueos de establecimientos y la intervención de las fuerzas de seguridad provocaron 14 muertos hasta el 29 de mayo, el día en que Alfonsín, desbordado por los acontecimientos, declaró el estado de sitio por un mes. El 12 de junio, por cadena nacional de radio y televisión, Alfonsín anunció que había "resuelto resignar, a partir del 30 de junio de 1989, el cargo de presidente de la Nación Argentina".
El 8 de julio, con cinco meses de antelación, ya que el traspaso de poderes estaba previsto para el 10 de diciembre, y previa cesión del Gobierno riojano a Alberto Gregorio Cavero, Menem sucedió a Alfonsín, que deseaba evitar tan prolongada provisionalidad dada la delicada situación económica y social.
Aunque con Alfonsín Argentina había vuelto a ocupar un lugar entre las democracias occidentales, Menem heredó una economía en rápida descomposición. La herencia constaba de una recesión del 6% del PIB, una deuda externa de 63.000 millones de dólares y una hiperinflación del histórica del 5.000% anual.
“La inflación llega a límites escalofriantes”, reconoció en su discurso inaugural. “La cultura de la especulación devora nuestro trabajo. La producción es hoy más baja que en 1970, la tasa de inversión es negativa. La educación es un lujo al que pocos acceden. La vivienda, apenas una utopía de tiempos pasados. El hambre, moneda corriente para millones de compatriotas”.
“El desempleo, una enfermedad que se cierne sobre cada vez más amplios sectores de nuestra comunidad. El dolor, la violencia, el analfabetismo y la marginalidad, golpean a la puerta de nueve millones de argentinos. De nueve millones de hermanos, que hoy no pueden ni tan siquiera nutrirse correctamente, vestirse, aprender, conocer la dignidad. De nueve millones de voluntades que están quebradas, frente a un país que ha visto descender dramáticamente su nivel general de vida”.
“Toda la ciudadanía sabe que no miento, si afirmo que estamos viviendo una crisis dolorosa y larga. La peor. La más profunda. La más terminal. La más terrible de todas las crisis de las cuales tengamos memoria. Por eso, esta crisis no es una excusa. Esta crisis es una oportunidad. Esta crisis es un desafío”.
Dejando de lado los mensajes populistas de su campaña electoral, el flamante mandatario aplicó un extraordinariamente duro programa de ajuste, cuyo carácter ultraliberal provocó los ataques de la CGT y acusaciones de “traición” de muchos peronistas por considerarlo contrario a la sensibilidad social de la que presumía el movimiento Justicialista.
El adelanto del cambio de gobierno no calmó la crisis. Los dos primeros años del gobierno menemista fueron trágicos, ya que el programa de desregulaciones, privatización general de las empresas públicas, reducción del gasto público y bloqueo de los salarios, tardó en generar la estabilidad deseada, y, entre tanto, tenía efectos devastadores sobre el poder adquisitivo de las clases medias y bajas.
La tensión social comenzó a aminorar recién dos años después del cambio precipitado de gobierno a la par que el programa económico del ministro de Economía, Domingo Cavallo, empezaba a dar sus frutos. Entre 1990 y 1999 la economía nacional creció un promedio del 3,3% anual, un resultado realzado por la fuerte tasa registrada en 1997, el 8,4%.
"Este gobierno es un gobierno de genuina unidad nacional. No es un gobierno de amiguismos. No es un gobierno de acomodaticios. No es un gobierno transformado en una sede partidaria". (Carlos Menem, 8 de julio de 1989).
Al comportamiento positivo del PIB se le sumó una evolución inflacionaria espectacular; en 1996 esta variable se contrajo nada menos que hasta el 0,1% anual, el índice más bajo del mundo aquel año, y a lo largo de la década se registraron trimestres con inflación negativa o deflación.
Los dos peores atentados terroristas que sufrió el país, en la Embajada de Israel en Buenos Aires (1992) y la Asociación Mutual Israelita Argentina (1994), la misteriosa muerte del hijo de Menem, sus escándalos personales y una sucesión de actos de corrupción que involucraron a funcionarios del gobierno y la familia presidencial ensombrecieron el plan económico que había sacado al país del desastre y lo sumergieron en otro.
Publicado en "Perfil", 08/07/2019.
https://www.perfil.com/noticias/politica/el-8-de-julio-de-1989-carlos-menem-asumia-la-presidencia.phtml
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