Victor Elmes: apogeo y final de uno de los bandoleros más buscados en Roca.
Era uno de los secuaces del famoso Vairoleto, cuando Río Negro aún era un territorio. Mató a dos policías, estuvo preso, y protagonizó una huida de película antes de lo que se supone que significó su muerte.
Pocos años agrupan, según los registros, el apogeo y desenlace de la intensa vida de Víctor Elmes. Fue uno de los sujetos más buscados por la policía entre las décadas del ‘20 y el ‘30, cuando Río Negro era sólo territorio. En 1937 informaron que murió de varios disparos. Pero otros dijeron que partió mucho después, camuflado por años como un empleado más, en Roca.
De nacionalidad chilena, hay quienes afirman que no siempre fue “bandolero” e incluyen en su pasado los trabajos como peón y carrero. Pero su trayectoria se volvió prontuario y fue de asalto en asalto, hasta matar a dos policías en Cervantes y cerca de Catriel.
Ya venía ‘marcado’ como uno de los secuaces de Juan Bautista Vairoleto (escrito tal como el famoso bandido firmaba, aunque en algunos papeles figura como Bairoletto) , pero tanta osadía por su cuenta lo puso en la mira de las autoridades, que salieron a cazarlo, con los recursos que había.
Así y todo, detenido en Roca y enviado en tren a Viedma, allí también organizó un intento de fuga que los vecinos escucharon desde lejos, según las crónicas, por los 60 disparos que los guardias usaron para frenarlo.
Narciso y Macedonio, los caídos.
Con la fama concentrada en Vairoleto o Butch Cassidy, la figura de Elmes parece hoy ocupar un plano secundario. Pero sólo basta profundizar un poco para saber lo que generó.
El año 1932 lo puso en el semanario “Río Negro” como protagonista, cuando el 29 de marzo hirió de muerte a Narciso Vidal, el policía de 20 años que encabezaba el incipiente destacamento de Cervantes. El agente volvía de visitar a los hermanos Zamboni, que vivían en su jurisdicción, cuando vio pasar al bandolero junto a otros y sospechó. Conociendo sus antecedentes, le dio la voz de “¡alto!”, pero la reacción derivó en los disparos mortales.
Los esfuerzos por salvarlo no fueron suficientes y Vidal murió en el Hospital Regional de Allen, inaugurado siete años antes. Sus restos fueron inhumados en el cementerio de Cipolletti. “Solo, sin arma, sin experiencia, con un caballo viejo, así nomás con su coraje”, describió a Narciso el libro histórico de Hortensia Zamboni.
A modo de homenaje, el desaparecido club de fútbol “Urquiza” colocó una placa de bronce en el lugar del enfrentamiento, junto a lo que hoy es la Ruta 22. Actualmente es la chacra 316, que pertenece a Ana María Mosca, sobrina de los Zamboni, a 200 metros de la entrada a la localidad.
Hasta hace unos 10 años la fecha de la muerte se recordaba con flores, que dejaban allí las autoridades policiales. Pero en 2016 el municipio levantó la estructura para ensanchar la banquina. Prometieron reubicarlo, pero esa obra también está incompleta. Supuestamente lo guardaron en el Corralón de la comuna, pero hoy su paradero es incierto.
Similar fue la suerte de Reynoso, el “meritorio” que tenía a cargo el destacamento de Sargento Ocón, paraje cercano a Catriel. También en 1932, tiempo antes de lo ocurrido con Vidal, Macedonio visitaba el puesto de Flores, próximo al río, para esclarecer un robo.
Allí “fue atacado de imprevisto” por el bandido, que le disparó y luego huyó, según publicó “Río Negro”. El sepelio en la comisaría más cercana fue “un verdadero exponente de solidaridad”, muy concurrido por vecinos y autoridades.
Años violentos.
“Eran años difíciles y se vivía en continua zozobra. Se
dormía con el arma abajo de la almohada. Se llevaba el revólver en el cinto”. Relata
el libro de Zamboni.
En ese nivel de preocupación, el gobierno evaluaba crear una Gendarmería para sumar vigilancia donde aún no se habían consolidado las provincias.
Para Gabriel Rafart, profesor e investigador de la UNCo, ese clima cotidiano hacía que un atraco pudiera terminar de la peor manera. “El hecho de que en muchos asaltos ocurriera algún homicidio se debía a un escenario social donde víctimas y victimarios tenían las armas siempre listas para la autodefensa o la agresión”, analiza en su libro “Tiempo de violencia en la Patagonia”.
Hay que reconocer, en ese sentido, que nada era blanco o negro por aquellos tiempos. Así como algunos ciudadanos eran víctimas, otros ayudaban al “bandidaje”, por miedo o por conveniencia.
Lo mismo ocurría con la fuerza policial territoriana, que en 1932 sufría el recorte de fondos desde el Ministerio del Interior. Mientras algunos arriesgaban su vida otros engrandecían la peligrosidad del delincuente en sus informes, para ocultar alguna ayuda cómplice o colaboración, como sostiene Rafart. Tampoco faltaba el que sumara a los delitos cometidos, otros que no se pudieron probar.
Elmes, por su parte, supo hacerse llamar “Solano Rodríguez”, nombre falso que lo ayudaba a despegarse de sus antecedentes en tiempos de pocos documentos. Relatos orales lo recuerdan como un hombre “magro y de poca estatura, morocho”, según recopiló Julio Narváez,en el blog “Bien de Regina”, de Guillermo Pirri. Era caratulado como “bandolero” igual que otros tantos, fueran delincuentes amenazantes o no.
“El imaginario social acerca del bandido, era una
construcción”. En un contexto de desigualdad, “denostaba a todos los actores
que en algún aspecto mostraban sus diferencias con el orden del progreso” esclarece
Rafart.
Diferenciado por la opinión pública de los gauchos y matreros que se valoraban casi como “héroes populares” en otras regiones del país, el bandido patagónico era sentenciado además como “pervertido” y “cobarde”.
Esa comparación ya se leía entre Elmes y Vairoleto: el segundo, solidario, distinto al primero, por ser “afecto a matar”, aunque integraran la misma banda.
Nada que perder, pero resistiendo.
Si algo se repite en las notas de archivo es la virulencia con la que representaban a Elmes cuando esquivaba ser arrestado.
“Perseguir y querer aprehender a un bandolero no era una
empresa sencilla. Si no se entregaba a la primera voz de alto, la policía y los
vecinos armados recurrían sin dilaciones al lenguaje de las carabinas”, explica
Rafart.
Ese rechazo al calabozo se lee en las páginas de “Río Negro”, que inmortalizó el intento de fuga de Elmes de la cárcel de Viedma. Y Rafart lo amplía después, al reconstruir lo vivido en la vuelta a Roca, también como presidiario. En ambos, el bandido mostró hasta dónde podía llegar para defender su libertad.
El dato de un vecino lo delató en Roca, en abril de 1932, después de matar a Vidal. Lo encontraron escondido en un maizal de la chacra de David Cogan, residente de la Colonia Rusa. Retenido, según la policía, confesó seis robos, ambos homicidios policiales y una resistencia a la autoridad.
Muchos vecinos se acercaron a verlo a la comisaría, donde aseguran que conversó tranquilamente, con una “cínica sonrisa”.
Mientras tanto, Vairoleto seguía por su cuenta, alterando a los efectivos de El Cuy y Allen.
Otros tantos roquenses quisieron ver partir a Elmes desde la estación, cuando en tren lo enviaron a la cárcel de Viedma, ante la falta de un penal en Roca. Él seguía sereno:
“Si me porto bien y no logro escaparme antes, a los 15 años
(de estar preso) es fácil que recupere mi libertad”, les dijo, sarcástico,
anticipando lo que planeaba.
Aplicó su intento de fuga en la capital rionegrina el 18 de agosto de 1932, junto a otros dos internos, Rosamel Flores y Roberto Rojas, ambos condenados por homicidios múltiples. Aprovecharon una salida al patio, simulando lavar las tazas del desayuno, para revolucionarlo todo. Llegaron hasta el techo del edificio, pero tuvieron que desistir.
Hacia fines de octubre de 1937, la historia lo ubica de nuevo en Roca. Volvía con otros presos a la cárcel, en camión, después de pasar por el Juzgado. Según los relatos, esposado y todo Elmes logró tomar una hacha que usaban para cortar álamos y atacó a los vigilantes con el rodado en movimiento.
Tras el forcejeo con los guardias y los otros detenidos, logró bajarlos, tomar el volante y huir en dirección al río, mientras le disparaban a los neumáticos del vehículo. Con las ruedas en llanta, siguió el camino a pie, corriendo, hasta meterse a un canal que lo llevara al río, donde hallaron supuestamente su cuerpo luego, con dos balazos.
Los policías que le dispararon fueron llevados a juicio. El cabo Elías Arce fue sobreseído, mientras que el agente Harry Dix fue ascendido a cabo. El cadáver fue exhibido ante los vecinos, en el cementerio roquense.
El caso parecía cerrado, pero ahí también nace el misterio. Pasados casi setenta años de su muerte, algunos vecinos de Roca todavía sostenían que...
“Falleció después de tener una vida sin sobresaltos, trabajando en una tapicería de la ciudad”.
Agradecimientos:
- Archivo Diario “Río Negro”.
- Rosalía Palermiti, Revista “Mirá Cervantes”.
- Gabriel Rafart, Neuquén.
- Ana María Mosca, Cervantes.
- Guillermo Pirri, Blog “Bien de Regina”.
- Hortensia Zamboni, Cervantes.
Publicado en Diario "Río Negro", domingo 28 de Julio de 2019. Imágenes del Diario "Río Negro".
https://www.rionegro.com.ar/victor-elmes-apogeo-y-final-de-uno-de-los-bandoleros-mas-buscados-en-roca-1051177/
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